Sobre: Cruz Lera, Estefanía. (2021). Minorías políticas en la agenda de Estados Unidos: Representación y agencia de cambio. México: UNAM.
Octavio Spindola Zago[1]
Existe una amplia literatura especializada sobre Estados Unidos producida desde México, lo cual no sorprende, dado que es frecuente que un país muestre interés por comprender a sus vecinos, pero contrasta marcadamente respecto a lo producido sobre Guatemala y, cuanto más, Belice. Además, en su inmensa mayoría, la bibliografía se acota al universo de las relaciones binacionales y las interacciones transfronterizas que atraviesan nuestra historia compartida.
La Sociología, la Historia y la Ciencia Política mexicanas, cuando asoman a la Unión Americana, lo hacen desde el mirador de la intervención de 1846-1848, las invasiones de 1914 y 1916, el programa Bracero, el Tratado de Libre Comercio, la gestión bilateral de recursos comunes, el drama de la migración y la seguridad, los avatares de las comunidades mexicanas en el país vecino o, con menor frecuencia, a partir de la política comparada (para analizar convergencias, contrastes e influencias históricas entre los sistemas políticos de ambos países). Ilustran este punto libros recientes como Estados Unidos. Política interna y tendencias globales (2017), editado por Susana Chacón y Carlos Heredia Zubieta, o La paradoja de Trump. Migración, comercio y política racial en la integración México-Estados Unidos (2022), coordinado por Raúl Hinojosa-Ojeda y Edward Telles.
Sin embargo, es atípico que algún autor mexicano dedique ríos de tinta a producir un estudio sobre el devenir histórico, la complejidad social o el campo político estadounidense. Una referencia obligada e infrecuentemente bien lograda al respecto es la Historia mínima de Estados Unidos (2016) de Erika Pani, en cuyas páginas se condensa con habilidad el arco temporal que corre desde la fundación de las colonias y el desarrollo de los modelos de nación surgidos en las urbes puritanas y las plantaciones sureñas, pasando por la revolución de independencia y la expansión al Pacífico, la Guerra Civil y la Reconstrucción, la turbulencia del siglo xx, hasta llegar a las guerras en Afganistán e Iraq y la elección de Obama.[2]
Por lo que refiere al análisis de la estructura política norteamericana, resaltaría la obra de Héctor Gómez Peralta, El ABC del sistema político de los Estados Unidos de América (2019). Recurriendo al enfoque neoinstitucionalista para arrojar luz al sistema de reglas, a la gama de incentivos y al diseño de los procedimientos que dan forma al gobierno de aquel país, Gómez Peralta abona a la comprensión del sistema electoral y el sistema de partidos, la separación de poderes y los contrapesos, los derechos y libertades consagrados en las enmiendas, la naturaleza del federalismo y los compromisos constitucionales, el bicameralismo y los comités en la vida interna del Congreso, la administración pública federal y los poderes formales y metaconstitucionales del presidente, así como sobre el Poder Judicial y las bases filosófico-ideológicas de las decisiones jurídicas.[3]
La trama histórica de Estados Unidos recontada por Pani, y el funcionamiento del sistema político norteamericano descrito por Gómez, confluyen en el libro de Estefanía Cruz Lera, cuyo andamiaje argumental y la rica evidencia empírica empleada dan prueba del grado de madurez que han alcanzado las ideas vertidas a partir de sus artículos para las revistas Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Estudios Fronterizos y Local Government Studies. Licenciada y maestra en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México, Cruz Lera se doctoró en Ciencias Políticas por la Universitat Autònoma de Barcelona y, actualmente, desarrolla sus actividades académicas en el Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la unam.
La obra de Cruz Lera ofrece una perspectiva distinta de los textos antes mencionados: la historia no se agota en el pasado, como en la Historia mínima…, sino que muestra sus resonancias en el presente a través del process tracing que la autora pone a punto para analizar la generación de identidad colectiva y la movilización de capital político por parte de minorías, que recurren, contradictoria o simultáneamente, a la política contenciosa e institucional (retomando una clave interpretativa de McAdam, Tarrow y Tilly), para posicionar sus demandas dentro de la agenda política del gobierno. Este objeto de estudio la conduce a un marco teórico que pone al centro la capacidad de agencia de los actores políticos, su desempeño en la integración de masas críticas y de participar en la política congresional, en clara contrapartida al ángulo estructuralista planetado por Gómez Peralta en su libro El ABC…
La tesis que sustenta la investigación dice que, para sacar adelante una agenda de minoría dentro del mainstream político estadounidense, es preciso que un grupo genere tanto una voz colectiva que canalice las necesidades de las personas que comparten determinado elemento sociológico (fenotipo, origen migrante, género o ideología), como una masa crítica capaz de organizar lo mismo eventos de protesta o desobediencia civil que cabildeo y plataformas electorales, con el fin último de incidir en los procesos decisionales de la política institucional. Como outsiders, sostiene la autora, estos grupos aprenden a articular sus demandas, a reclamarlas en el espacio público y a convertirlas en inputs del sistema político.
Al asumir que la política interna de Estados Unidos es un proceso interaccional, los problemas que se derivan son cómo logran sectores poblacionales marginados de la atención pública avanzar en una resolución política de sus necesidades, cómo pasan de la presencia descriptiva a la representación sustantiva (Pitkin) y hasta qué punto un momento de coyuntura circunstancial puede ser definitivo en las posibilidades de éxito de estas protestas y propuestas en las cámaras o en las cortes.
El primer capítulo formula el esquema teórico que sostiene la arquitectura de la investigación. La idea central, siguiendo a P olleta y a Jasper, es que la identidad de una minoría política genera articulación colectiva en torno a una causa y es un poderoso elemento de movilización. Pero esta precisa característica constitutiva (la membresía a una cultura minoritaria y abanderar una política de identidad) plantea el reto más importante para la masa crítica: la oposición de las fuerzas de izquierda y derecha del mainstream político, que descartan las demandas por su excesivo particularismo y ser ajenas al sentido de bien común. La autora plantea que “la afinidad por sí sola pocas veces es lo que conjuga y activa las identidades políticas; por el contrario, las situaciones de vulnerabilidad y amenaza son las que mayormente detonan la movilización de la agencia colectiva de una minoría política” (p. 20).
Sin embargo, el libro evade un escollo insalvable que fue detectado por Alexander, Eyerman y colegas: el agravio no se traduce linealmente en protesta.[4] Se precisa de un “trabajo cultural” que despliegue performances y narrativas por medio de las cuales expandir el “círculo del nosotros” e interpelar la “consciencia icónica” de las audiencias.[5] Con esta salvedad, el acápite ofrece preclaras ideas sobre lo que distingue a un grupo de interés de una minoría política, los mecanismos contenciosos e institucionales para conseguir reconocimiento y redistribución, así como el papel histórico que los subgrupos han tenido para mantener el dinamismo de un sistema diseñado para procesar la diferencia a cuentagotas (diseño institucional denominado “gobierno contramayoritario”).
El segundo capítulo justifica la elección de la política parlamentaria como el foco de atención de la acción colectiva de las minorías. Al resaltar la herencia colonial del carácter asambleísta y deliberativo que el sistema político estadounidense hace suyo, la primacía del Congreso en la arquitectura constitucional de Filadelfia, las diferencias entre la Cámara de Representantes y el Senado, la dinámica de las comisiones y los caucus en el proceso legislativo, así como el desafío que entraña el gerrymandering para revertir el desigual acceso a la agenda, la autora muestra que el sistema político, desde el peculiar liberalismo norteamericano, ha “encontrado dos principales remedios para incorporar a las minorías: […] el establecimiento de cuotas” e “incentivar la conformación de intereses de grupo específicos y fomentar su representación directa en los congresos” (p. 58).
El resto de la obra son los casos de estudio: la agenda de reparación y justicia racial de la minoría afroamericana, que se erige sobre los legados de la esclavitud (la línea Mason-Dixon) y la segregación (los códigos negros y las leyes Jim Crow) que han sensiblemente afectado al tercer grupo étnico de Estados Unidos, por ejemplo, a través del “racismo institucional”, que se traduce en el “perfilamiento racial” y la brutalidad policiaca; la política de las mujeres contra la violencia machista, el acoso sexual, los techos de cristal y la disparidad salarial; la agenda por la reforma migratoria de la minoría latina; la pelea por aumentar el salario mínimo, el sistema de salud universal, la regeneración urbana y el Green New Deal del ala progresista; así como la agenda antiglobalista (nativismo WASP), el activismo contra la regulación de armas, la defensa frente al “gran reemplazo” (el “genocidio blanco”) y la reivindicación de los “derechos de los hombres” contra la libertad sexual del feminismo que amenaza la civilización.
Para analizar cómo han hecho frente las masas críticas de estas minorías políticas (la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color [naacp, por sus siglas en inglés] y Black Lives Matter [blm], la Organización Nacional para las Mujeres y #MeToo, el movimiento chicano y las protestas masivas de 2006, el Partido Verde y los socialistas del Partido Demócrata, el trumpismo dentro del Partido Republicano y el National Policy Institute) a las desigualdades estructurales y las barreras al ejercicio pleno de los derechos, Cruz Lera ofrece un sintético pero no simplista bosquejo de la incursión política de cada minoría, las conquistas legislativas y judiciales que han logrado (las leyes de Derechos Civiles de 1964, la XIX Enmienda de 1920, DACA en 2012, Medicare y Medicaid en 1965, el Travel Ban de 2017 y la Política de Tolerancia Cero de 2018). Entre los espacios de representación sustantiva y presión parlamentaria que son abordados en las páginas de esta obra se encontrará el Black Congressional Caucus (bcc) y el Comité de Acción Política Negro; el Caucus Político Nacional de las Mujeres y el el Women’s Campaign Fund; la National Association of Latino Elected and Appointed Officials y el Congressional Hispanic Caucus; el Freedom Caucus.
De especial interés resulta cómo Cruz Lera da cuenta de momentos críticos donde las discrepancias internas son mayores que el linked fate que debería mantener cohesionadas a las minorías. Es el caso de la acusación de Black Lives Matter por inacción de los grupos institucionales de afroamericanos ante la criminalización de las juventudes negras, y por su parte, la naacp y el bcc consideran el radicalismo de blm una amenaza al proceso de empoderamiento de las personas negras. La polarización entre las mujeres por la Enmienda de Derechos Igualitarios y la despenalización del aborto (pues hay mujeres “prodecisión” y aquellas autodenominadas “provida”). No toda la población latina está a favor de una reforma que regularice la situación migratoria de las personas indocumentadas, debido a las líneas de clase y de nacionalidad que atraviesan el colectivo: los cubanos son más proclives a posturas conservadoras, mientras que los puertorriqueños se decantan por más activismo reformista.
Quisiera cerrar con dos notas críticas. En el libro se hace referencia a la “prensa mainstream” (p. 85); sin embargo, nunca se aclara al lector qué medios de comunicación están contenidos en ésta y cuáles son los criterios metodológicos para delimitar ese universo (¿se trata de un corpus conformado por la propia opinión pública norteamericana o es una categoría analítica que cuenta con consenso en la ciencia política estadounidense?). Finalmente, se echó en falta un acápite dedicado a las minorías sexogenéricas y sus luchas por el matrimonio igualitario, por la adopción homoparental, por el cambio de identidad de género y contra las terapias de conversión. Al respecto, además, la autora empleó el término “preferencias sexuales”, el cual implica que la atracción erótica y sexual están sujetas a elecciones subjetivas o pueden cambiar a voluntad, cuando el concepto adecuado es el de “orientación sexual”, connotando que se trata de una característica inherente a la persona.
Con todo lo hasta aquí expuesto, queda claro que Minorías políticas en la agenda de Estados Unidos es un libro de extraordinaria valía, al cual pueden recurrir estudiosos de todas las disciplinas sociales para encontrar claves interpretativas sugerentes y esmerada recolección de datos. Cruz Lera no podría haber capitalizado mejor el “experimento natural” que se le presentó en la CXVI Legislatura, “la más diversa de la historia, al ser un 23.7% femenina, un 10.8% afroamericana y un 8.9% latina [contando además con] alrededor de 98 miembros que pertenecían al caucus democrático progresista [y con la] Alt-Right estaba hurtadillas e intermitentemente representada por el freedom caucus en el Capitolio y por funcionarios de la Casa Blanca” (p. 200).
[1] Historiador por la Benémerita Universidad Autónoma de Puebla (buap), especialista en Historia y Antropología de las Religiones por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah) y maestro en Ciencias Sociales por la FLACSO-México. Se desempeña como profesor en la Universidad Iberoamericana Puebla, donde desarrolla el proyecto de investigación “Polifonías de lo sagrado. Horizontes temporales, estructuras de sentido y juventudes en las comunidades de fe” y es miembro del Consejo Editorial Universitario. Fue acreedor al Primer Lugar en el IX Concurso de Ensayo Político Alonso Lujambio (2021) y su libro Labor Omnia Vincit. Chipilo, entre el fascismo transnacional y el estado posrevolucionario, 1907- 1982 (2022) recibió la mención honorífica en el Premio Francisco Javier Clavijero en la categoría de Investigación de Historia y Etnohistoria (2023). Contacto: octavio.spindola.zago@iberopuebla.mx. https://orcid.org/0000-0002-5579-6814
[2] Un ejercicio de gran potencial hermenéutico es comparar la reconstrucción histórica de Pani con las narrativas historiográficas “desde dentro” en obras como la de James Belich, Replenishing the Earth. The Settler Revolution and the Rise of the Anglo-World 1783-1939; Richard Franklin Bensel, Yankee Leviathan: The Origins of Central State Authority in America, 1859–1877; Brian Balogh, A Government Out of Sight. The Mystery of National Authority in the Nineteenth Century America; Paul Frymer, Building an American Empire. The Era of Territorial and Political Expansion; y Robert Mickey, Path Out of Dixie. The Democratization of Authoritarian Enclaves in America’s Deep South 1944-1972.
[3] Gravitando en la órbita del neoinstitucionalismo, sugiero complementar este análisis desde México con el que han elaborado Jacob Hacker y Paul Pierson respecto al funcionamiento del sistema político estadounidense en Winner-Take-All Politics. How Washington Made the Rich Richer and Turned Its Back on the Middle Class.
[4] Jeffrey Alexander, Ron Eyerman, Bernhard Giesen et al. (2004). Cultural Trauma and Collective Identity. Berkeley: University of California Press.
[5] En el libro de próxima aparición Contrainsurgencia, movimientos armados, lucha social y procesos de construcción de memoria, coordinado por César Valdez y Magdalena Pérez, bajo el sello editorial del inah, se podrá consultar el capítulo de mi autoría “El trauma cultural de la guerra sucia en la experiencia vicaria. La refiguración en Guerra en El Paraíso y Cementerio de papel”, donde desarrollo una síntesis de los principales elementos de este modelo cultural para el estudio de los movimientos sociales.