El feminismo hoy: la Mercadita Resistencia como práctica de cuidado colectivo activista en Guadalajara

Ingrid América Chávez Guzmán[1]

Resumen: La Mercadita Resistencia, que emergió en Guadalajara en 2020 durante la pandemia de COVID-19, se ha consolidado como un espacio de protesta y organización feminista. Este artículo analiza cómo este espacio, impulsado por colectivos feministas como Raíz Violeta y Frente Feminista de Jalisco, ha articulado prácticas de cuidado colectivo para enfrentar la violencia estructural y económica hacia las mujeres. Mediante un enfoque feminista basado en el conocimiento situado y la investigación cualitativa, se exploran las experiencias y narrativas de las mujeres participantes en este movimiento y la relevancia del cuidado colectivo en su organización. El objetivo es pensar los movimientos feministas actuales y su activismo para imaginar formas de vida distintas y más dignas.

Palabras clave: feminismos contemporáneos, cuidados colectivos, protesta, trabajo.

 

Una característica de los estudios sobre la llamada cuarta ola feminista, me atrevo a decir, es que son conocimientos que se van construyendo a la par del activismo, hay una impronta personal y, por tanto, un posicionamiento político de quien investiga. Para muchas de las investigadoras, incluyéndome, estudiar los movimientos feministas es una búsqueda por respuestas y por el ansia de encontrar otras maneras de vivir, más dignas y seguras, a la par de cuestionar la forma de investigar dislocando los principios de “objetividad” en la investigación, invitándonos a reflexionar nuestro propio conocimiento, nuestras verdades y la encarnación de las violencias epistémicas de las que somos y nos han hecho parte.

Es por esto que, para este Dossier, este artículo[2] busca relatar cómo las mujeres que integran este espacio han vivido y construido su activismo desde sus inicios hasta 2024, entendiendo la Mercadita Resistencia como un lugar de cuidado colectivo frente a la violencia. Asumiendo el cuidado como un aspecto relevante para su organización feminista, pero también para generar otras prácticas que disloquen la violencia estructural contra las mujeres.

Nutriéndose de la historia del movimiento feminista en México, la Mercadita Resistencia representa un ejemplo tangible de cómo el feminismo organiza respuestas colectivas ante contextos de precariedad y violencia, pero que ahora también debe pensar el factor económico y de la defensa de un territorio ante la realidad neoliberal inscribiéndose en el feminismo contemporáneo (Bartra et al., 2021), que genera espacios de reflexión y acción que combinan activismo y teoría.

 

1.     Contexto histórico del feminismo en Guadalajara

Desde el siglo xx, Guadalajara ha sido testigo de variadas manifestaciones feministas. Existen registros de colectivos femeninos organizados, como el Círculo Evolucionista de Mujeres, que posteriormente se transformó en el Círculo Feminista de Occidente (1939). Esta agrupación, centrada en la política y la alfabetización, fue fundada por “María A. Díaz, textilera; Anita Hernández Lucas, líder de las torteadoras; Jovita Robles, líder de nixtamaleras; y Guadalupe Martínez, una maestra de clase media” (Fernández, 2004, p. 135). Su surgimiento coincidió con otras expresiones feministas en México, enfocándose en la participación política de las mujeres, el sufragio, el acceso educativo y la mejora de las oportunidades para trabajadoras y sus familias. Estas demandas germinaron durante un periodo caracterizado por significativos movimientos políticos (1935-1948), la Revolución Mexicana, una izquierda recién consolidada, la lucha por el sufragio femenino, las tensiones internacionales de la guerra y la posterior creación de la onu y la proclamación de los derechos humanos, destacando la inclusión de las mujeres como sujetos de derecho (Carta Constitutiva, 1945 y Declaración de Derechos Humanos, 1948).

Durante la década de los ochenta del siglo xx, se consolidaron agrupaciones de diversidad sexual que también se identificaron como feministas, como el caso del grupo Patlatonali A. C., que se convirtió en una de las agrupaciones lésbicas más influyentes del país (Mogrovejo, en Díaz, Larios y Correa, s. p.). En esta etapa, México firmó y ratificó la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (cedaw), marcando un avance feminista hacia el derecho de las mujeres a vivir libres de violencia.

En este periodo, el feminismo “onegeista” tuvo mayor presencia en la ciudad, “vinculado a la academia, la iglesia liberadora y organizaciones campesinas” (Espinoza, 2009, p. 188). Entre las organizaciones más destacadas, estuvo el Centro de Apoyo al Movimiento Popular de Occidente (campo), parte del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (iteso). Este grupo, activo entre 1986 y 1989, incluyó personal del iteso trabajando con mujeres y comunidades urbanas y rurales. Posteriormente, colaboró con la Red de Educación Popular con Mujeres (repem) para definir perspectivas feministas por medio de talleres.

En los años noventa y 2000, el activismo feminista se hizo constante en la ciudad, en respuesta al aumento de la violencia vinculada a la guerra contra el narcotráfico, de Felipe Calderón. En este contexto, organizaciones como el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (cladem, 2003) y la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos (ddser, 2003) jugaron un papel crucial en la creación de la Agenda Feminista Jalisco (2008) y la gestión de las Alertas de Género en el estado.

Desde 2013, hasta la actualidad, tenemos a Calles sin Acoso A. C. (2013) y Yocoyani A. C. (2013), que se constituyeron como asociaciones civiles feministas[3] participando activamente en hacer talleres, puestas en escena sobre temáticas de violencia, así como brindar apoyo psicológico y comunitario en contra de la violencia.

En 2013 se formó la Red feminista #Yovoy8demarzo, que surgió al mismo tiempo que la ciudad (y en general el país) tuvo un aumento de la violencia contra las mujeres, los feminicidios y las desapariciones (Díaz, Larios y Correa, La Ventana, s. p.). También denunciaron los casos de desaparición forzada y la trata de mujeres y niñas en la ciudad. De hecho, una de sus fundadoras e integrantes tiene a su hermana Nayeli Herrera desaparecida.

Otro colectivo es Cuerpos Parlantes (2013), que se conforma en Guadalajara como “un espacio para el encuentro, la puesta en común y el aprendizaje colectivo en torno a los feminismos y aquellas formas de conocimiento que incrementen nuestro potencial de organización y de vida” (Cano, 2015, s. p.). En este espacio se ofrecen talleres de lectura, ginecología alternativa, bazares autónomos y jornadas de intervención ciudadana, sobre todo para el resguardo de mujeres que volvían por la noche a casa (“saca tu bocina”,[4] “saca tu silla”, etc.).

coleta (2010) también fue un colectivo de mujeres lesbianas de Guadalajara y se organizó para trabajar temas como los estereotipos de género y violencia, conformándose como un colectivo lesbofeminista. Emprendieron jornadas por el respeto y la no violencia hacia las mujeres lesbianas, organizaron su marcha lésbica, talleres como “alesbianate”[5] y se encargaban de colaborar en la seguridad interna de las marchas generales como el 8M, 25N, 28S, entre otras. También tuvo participaciones conjuntas con ong y el Instituto Nacional de las Mujeres Jalisco dando talleres, y en las mesas de trabajo de la Alerta de Género en Jalisco.

Una de las acciones en conjunto que se realizaron fue la exigencia al Estado de la activación de la Alerta de Género en Jalisco por el incremento de violencia contra las mujeres en dicha entidad.

Los espacios feministas se han fortalecido, con un aumento en la protesta y el activismo público, destacando la marcha YoVoy8deMarzo en 2020, que reunió a cerca de 30 000 mujeres para protestar contra los feminicidios impunes y las desapariciones.

 

2.     El surgimiento de la Mercadita Resistencia

 

La Mercadita Resistencia emerge en el contexto de la pérdida masiva de trabajos[6] en la ciudad y el aumento de trabajo de cuidados para muchas mujeres en su hogar debido al encierro durante la pandemia por COVID-19, y con ello el aumento de la violencia de género (Martínez, 2020), protestando públicamente, también por el aumento de asesinatos de mujeres en sus hogares, en la vía pública y las desapariciones.

El origen de la Mercadita Resistencia se da en estas circunstancias de auge de mercados itinerantes y bazares online. Otras prácticas de trueque y venta de mercancías ya se daban en otros colectivos feministas, sobre todo con el crecimiento económico irregular y desigual de las últimas décadas, donde autores como Román y Siqueiros hablan de que “Guadalajara se unió a las ciudades de corte neoliberal[7] con bajas capacidades de generar empleo protegido socialmente, estable y remunerado” (Román y Siqueiros en Rodríguez Gómez et al., 2009).

Situación que dio paso a economías consideradas como alternativas, trueques, intercambios, economías solidarias, entre otras. Además, autores como López y Huerta (2023) consideran que la pandemia de COVID-19 “potencializó la creación de muchas mercaditas, bazares y tianguis organizados de manera autónoma por mujeres” (López y Huerta, 2023, p. 5).

Por lo que se pueden localizar expresiones similares de tianguis autogestivos, autónomos, o en lucha contra la violencia económica[8] —en distintas partes del país a partir de estas fechas, como el Tianguis autogestivo, disidente y feminista de la ciudad de Oaxaca, activo desde 2020, el Frente Feminista en lucha Contra la Violencia Económica, en 2021, y el Proyecto Fénix y el Tianguis Disidente, en 2022, en Ciudad de México (López y Huerta, 2023, p. 5).

En Guadalajara, desde años atrás, ya se hablaba de bazares; estos eran lugares donde personas se congregaban a vender artículos variados desde marcas personales hasta objetos de segunda mano. Estos bazares existen en diversas partes de la ciudad; se organizaban como una forma de dar a conocer una marca en su mayoría. Los costos de exhibición eran altos y, por lo general, había una inversión previa de las personas en sus productos, publicidad, marca, etcétera. Por lo que podían encontrarse en zonas de la ciudad consideradas de clase media y alta. En el Parque Rojo, los bazares eran mayormente “en línea”; donde mujeres jóvenes entregaban productos acordados previamente por internet. Posteriormente, comenzaron a alquilar espacios cercanos, lo que ofrecía visibilidad y comodidades como internet y baño. Muchas de estas mujeres gestionaban proyectos de emprendimiento o vendían ropa de segunda mano a precios accesibles.

Estas comerciantes ganaron notoriedad en redes sociales, siendo denominadas despectivamente “nenis”, por el uso afectuoso de términos como “nena” para referirse a sus clientas.

Además de la burla que se generaba en redes sociales, tenían que lidiar con la inseguridad de habitar la calle misma. Muchas de ellas se quejaban de ser acosadas por la policía o el Ayuntamiento, que no les permitía entregar su mercancía aun cuando ya estaba pagada y no requería un “intercambio de dinero en el espacio público” (González, 2022).

A razón de esto, emergió la Mercadita Resistencia con características propias y diferencias marcadas, siendo la primera de ellas que es una protesta. Desde abril de 2021, cada sábado, las integrantes se reúnen en el Parque Revolución, conocido como Parque Rojo, declarando que su iniciativa no es un simple tianguis, sino una protesta contra el Estado, el capitalismo y la violencia económica, cuya preocupación principal es la inseguridad y violencia que viven las mujeres en el país (González, 2022).

Su forma de accionar la protesta en la vía pública fue establecer una serie de reglas al interior. Una de estas reglas, y la que más les ha provocado controversia entre distintos sectores de la población, es que se enuncia como un espacio feminista separatista, no permiten el ingreso de hombres, pues la consigna es generar un lugar seguro y opinan que mantener al margen a los hombres es la consecuencia.

Las feministas de este colectivo tienen reglas internas para conservar el orden:

  • Es una zona donde también se protege a las “infancias”, tal como lo hacen saber en sus redes sociales: “Espacio pro-decisión (aborto), pero una vez nacidas somos pro-infancias”.

  • Brindar seguridad para ellas y cada una de las asistentes, evitando así, tomar fotos o videos (tampoco es permitido a personas externas).

  • Cada semana integran actividades que fomentan la participación y mantienen vigente el objetivo: la protesta por la violencia de género contra las mujeres.

  • Deben portar un silbato en caso de altercado.

  • Es un requisito que cada bazareña, vendedora o colaboradora tenga a la vista un cartel de protesta.

  • El cuidado del espacio y el respeto de estos entre las usuarias del lugar (González, 2022). 

A raíz de la pandemia y de la instalación de la Mercadita Resistencia en el Parque Revolución, una serie de vendedores de distintos rubros empezaron a instalarse alrededor. Algunas mujeres pertenecientes a la Mercadita mencionan que la llegada de personas a vender al parque fue justamente como respuesta a que ellas instalaron la protesta cada sábado. El lado “mixto” surgió a raíz de que la Mercadita Resistencia decidió volverse separatista, pues muchas de las mujeres que vendían dentro iban acompañadas de sus esposos, por lo que deciden crear el lado mixto para no dejar de llevar el negocio en conjunto. Además, se dio una situación de violencia entre las feministas de la protesta y una pareja trans,[9] lo que causó gran revuelo y justificó la instalación de este “lado mixto”.

Dichas tensiones han generado en la Mercadita acciones particulares en su organización, como hacer explícitas sus reglas para cualquier mujer nueva antes de ingresar al espacio, pedir que no se tomen fotos o se haga cualquier acto que logre identificar a las participantes, aludir a cuidarse entre mujeres y generar acciones de defensa en caso de llegar a ser violentadas. 

3.     Metodología

Esta investigación se construyó desde un enfoque feminista, utilizando el conocimiento situado (Haraway, 1995) como perspectiva teórica de las epistemologías feministas, y técnicas cualitativas, como la observación participante y las entrevistas políticamente sensibles, así como la autoetnografía como núcleo articulador de mi posicionamiento político con la investigación. Sin embargo, por los alcances de este artículo, sólo haré énfasis en las técnicas y mi manera de abordarlas.

La investigación feminista plantea poner en duda las formas de hacer investigación, así como los marcos interpretativos, es decir, cuestionar la objetividad y la neutralidad. Plantea que la forma en que se ve el conocimiento, de las ciencias y de sus métodos, influye profundamente en las formas de interpretar, representar y entender.

[…] apostamos por una práctica investigadora que sea coherente con los postulados feministas y que se repiense y rediseñe de acuerdo con las especificidades de la investigación, su contexto, su finalidad y, por supuesto, el posicionamiento feminista asumido. (Biglia, 2014, p. 26) 

Por tanto, mientras que las técnicas se encuentren en un método y este sea feminista, “la manera en la que se escucha, observa o pregunta, también tendrá un enfoque distinto, un carácter no androcéntrico y no sexista” (Bartra, 2012, p. 72). Y eso forma parte desde un principio del compromiso ético-político y del sentido (Anzo-Escobar, 2022) de la investigación. 

Observación participante

Retomo la observación participante como la inmersión activa con el objetivo de un nutrido conocimiento sobre lo investigado. Asumiendo que esta inmersión está influida por bagajes emocionales e intelectuales, lo que dará una perspectiva particular de ver. “La función principal para lo que se usa esta técnica es para conocer los significados que [les] actores constituyen y asignan a un hecho particular” (Pellicer, Vivas-Elias y Rojas, 2013).

Este tipo de observación se da por medio de un acercamiento a las prácticas que allí se realizan por medio de la participación. Este acercamiento siempre tiene que ser respetando la disposición del grupo y el grado de confianza que se logre establecer. 

La investigadora que utiliza la observación participante debe reconocer la vulnerabilidad implícita en esta; esto implica ser consciente de la capacidad de afectar y ser afectada. 

La entrevista políticamente sensible

Propuestas por Michel Fine (1994), las conversaciones políticamente sensibles dislocan “el sentido de la estrategia metodológica no haciéndola depender de la relación entre el entrevistador y el entrevistado, sino que todos los participantes son simultáneamente intérpretes y narradores teóricos y analistas; el saber académico se mezcla con el saber activista” (Fine en Street, 2003, p. 77).

Las preguntas que se plantearon fueron desde su ser, su sentir, su pensar, en corresponsabilidad de entender el papel de ellas como mujeres/activistas/bazareñas en determinados procesos. Por lo que la entrevista se construyó aludiendo primero a un interés desde su enunciación (si se consideraban feministas y cómo había sido ese proceso), también saber qué habían reflexionado sobre la violencia en contra de las mujeres y los cuidados entre mujeres en el espacio para posibilitar la reflexión desde el cotidiano y su subjetividad.

Las mujeres que participaron en las entrevistas fueron ocho activistas/bazareñas que iniciaron con la Mercadita Resistencia. Es decir, que llevaban más de dos años participando en las actividades y protestas. La edad rondó entre los 23 y 35 años, todas con un grado de escolaridad, dos de ellas son madres criando en solitario. Su trayectoria activista fue considerada, pero en la mayoría era su primera vez participando en una protesta como la Mercadita. Decidir a qué mujeres entrevistar (el tamaño de la muestra y la variabilidad de esta) fue una decisión con distintos factores a considerar. El primero de estos factores fue la disposición a ser entrevistadas, las chicas que aceptaron ser entrevistadas me llevaron a otras probables, lo que llamamos “bola de nieve” (Martínez-Salgado, 2012, p. 616), y la variabilidad respondió a lo que ellas y yo conocíamos que existía dentro de la Mercadita, por lo que la muestra trato de ser lo más heterogénea posible; es decir, mujeres madres, de la diversidad y de distintos contextos sociales. Por lo que la validez y saturación de mi muestra se apega a estos preceptos y a lo que Martínez-Salgado comenta:

[la saturación teórica llega] hasta el momento en el que considere que puede decir algo importante y novedoso sobre el fenómeno que lo ocupa. Llegado ahí, seguramente lo que tendrá para decir no va a ser todo, ni tampoco lo único, ni lo último que pueda decirse al respecto. Pero si logra plantear algo relevante, convincente o problematizador, podrá considerar colmado su esfuerzo. (2012, p. 617) 

4.     Resultados y análisis

Dentro de los tiempos de la investigación, las reflexiones que se pudieron elucidar fueron las siguientes: 

4.1  La Mercadita como espacio de protesta y cuidado colectivo

La Mercadita Resistencia surge en un contexto marcado por la pandemia, donde la violencia contra las mujeres y la precarización laboral se intensificó. La percepción de la violencia era tangible. La sensación de miedo, terror y dolor está presente en cada marcha y protesta. Asimismo, estas nuevas formas de guerra contra las mujeres llevó a que se organizaran otras maneras de protesta y denuncia. Autoras como Gago (2019) catalogan este fenómeno como feminismo de la cuarta ola o feminismo de masas. Estos movimientos no sólo denuncian la violencia y exigen justicia, sino que también proponen actividades y protestas creativas como formas de resistencia (tendedero de denuncias, escrache en redes sociales, performance, entre otras).

También, el cuidado colectivo emerge como una estrategia central, desafiando la feminización del cuidado tradicional, poniendo en palabras y actos las formas cotidianas del cuidado, pero ahora enunciado como una apuesta política de cambio radical. Este enfoque se manifiesta tanto en la organización de las bazareñas como en la creación de redes de apoyo emocional, económico y político.

Esto se puede ver en que la Mercadita se organizó de forma horizontal y preguntando a las mujeres que participaban los horarios y días de reunión. Hasta que se estableció permanentemente cada sábado. Esta manera de organizarse se sustentó en las enunciaciones feministas; su surgimiento se dio en el calor del momento, después de probar la organización a partir de la primera protesta. 

4.1.1 “Al principio teníamos que ir rudas”

Dentro de la investigación, uno de los aspectos que resaltó fue lo mucho que les ha costado resistir en el espacio, pues han sido objeto de agresiones tanto físicas como verbales, lo cual incrementó al volverse un espacio separatista. Dicho separatismo se sustenta en el cuidado ante las exparejas de algunas de las bazareñas, pues estos las acosaban constantemente en el lugar, por lo que decidieron restringir la entrada masculina.

También “por comodidad de los de afuera” redujeron las acciones para protegerse, como tener compañeras encapuchadas vigilando, por ser considerado un acto muy radical y violento por las personas que se encuentran fuera.

Aunado a la mala fama en redes sociales y una incomodidad evidente de la población alrededor ante un espacio feminista, aumentó la percepción de peligro en el espacio, acotando el actuar de las mujeres a esta sensación de violencia. Paula Soto (2018) menciona cómo el miedo es un mecanismo de disciplinamiento para la experiencia espacial, sobre todo en América Latina, que hace que se sientan restringidas para moverse en la ciudad, disminuyan sus relaciones sociales e incluso se “automarginen” (2019, p. 140) de gozar espacios. Además, parece ser que este miedo a la violencia se exacerba al enunciarse ellas como feministas.

La violencia ejercida en contra de la protesta y, sobre todo, en contra de las mujeres que se enuncian como feministas, no es un acontecimiento aislado. Autoras como Gago (2019), Soto (2018) y Segato (2016) hablan de las violencias que se ejercen específicamente hacia las mujeres que cuestionan o se salen de los “lugares asignados” para ellas, entiéndase roles, espacios, comportamientos, entre otros.

Gago (2019) menciona que la sociedad empezó a culpar a las feministas por el aumento de violencia, “despertaron al monstruo” (Gago, 2019, p. 71), pues exponía a las mujeres al espacio público y eso incrementaba las probabilidades de ser agredidas.

La percepción del feminismo como una amenaza para la complementariedad de género en la familia tradicional del industrialismo sugiere que existe una estigmatización social hacia las mujeres que se identifican como feministas, lo que tiene repercusiones para su funcionamiento en el ámbito público y en su propia subjetividad. Además de enfrentar la violencia “cotidiana”, como el acoso, estas mujeres también sufren violencia por pertenecer a la Mercadita y declararse feministas separatistas. Yadid Bonilla (2022), citando a Ziga (2009), señala que hoy la figura de la “feminista” es equiparada con la de la “puta”, para expresar el mismo nivel de repudio y descalificación. Esta asociación con la “puta” proviene de la resistencia a las normas patriarcales que regulan el cuerpo, los comportamientos y la moralidad de las mujeres. Así, las feministas son ahora objeto de este rechazo que los ámbitos conservadores patriarcales reservan para quienes desafían estas normas. Por lo cual podemos pensar que esta violencia tan explicita y agravada hacia las mujeres que se enuncian como feministas es un acto que tiene sus raíces en la visión patriarcal del lugar de las mujeres, tanto física como simbólicamente.

Esto justo se expresa en palabras como “no podemos decir que somos feministas a cualquier persona, porque no lo van a entender”, “la sociedad odia a las feministas”, “debemos tener cuidado siempre, el gobierno busca a las feministas, se ha llegado a infiltrar en los espacios” (conversación personal chicas de la Mercadita, junio de 2023). 

4.2 Espacios de autocuidado y cuidado colectivo

Es un espacio de apoyo donde puedes descubrir o darle nombre a eso que te hacía sentir mal (Arti, conversación personal, 13 de febrero de 2024). 

A partir de estas experiencias de violencia, tanto en los antecedentes de las mujeres que participan, como en el contexto de la ciudad y posterior en la participación en la Mercadita, el espacio se fue convirtiendo en un lugar donde se llevaban diferentes prácticas del cuidado. Diversas teóricas hablan de que la construcción del espacio seguro empieza con la resignificación del cuerpo como primer territorio-espacio de lucha. Ante esto, resignificar el cuerpo y volver a él como terreno de lucha y resistencia lleva a desarticular los discursos que por mucho tiempo permearon a las mujeres respecto a estos; discursos como la regulación del cuerpo o la vergüenza que se debe sentir hacia él y sus procesos (menstruación, menopausia, entre otros).

Muchas de las chicas llegaban sin saber del feminismo, pero con la convicción de cambiar la realidad de las mujeres, mostrar su indignación o buscar un lugar para expresar sus preocupaciones. Conforme se fue consolidando el espacio, las chicas mencionan haber tenido conversaciones muy autoconscientes de la violencia que ejercían y les ejercían en aspectos tan sutiles como el control del cuerpo, la maternidad, el ser para otros, etcétera. Por ello, las chicas de la Mercadita aludían a que el espacio necesitaba ser un espacio entre mujeres, para compartir experiencias que fueran cercanas al entendimiento de todas. “En un espacio mixto a menudo nos vemos obligadas a cuidar de sus emociones y necesidades sin pensar en las nuestras, lo que dificulta priorizar nuestro autocuidado” (Atlanta, conversación personal, 2023). Para muchas era difícil hablar de temas sobre sexualidad, sobre su cuerpo, su deseo, los orgasmos, incluso algunas siendo madres ya, en presencia de los hombres o incluso sus parejas, por lo que el objetivo del separatismo era en parte brindar un espacio seguro de escucha, de reconocimiento de placeres y de dolores.

Otro objetivo de la violencia es generar una separación, desconfianza, un individualismo exacerbado por el miedo al otro (Segato, 2016); justamente poner en el centro las necesidades y angustias de las mujeres que habitan el espacio permite pensar y conocer los procesos que nos ha separado y que originan la individualización y la dominación, pues “a veces es necesario sacarlo para que luego no estés loca, para que luego no te mediquen y se vuelva un proceso individual que tú tienes que solucionar sola” (Rocío, conversación personal, 2023).  

El autocuidado, desde una perspectiva feminista, difiere significativamente del autocuidado abordado en el ámbito psicológico. Los estudios sobre el autocuidado en mujeres que sufren violencia son limitados, y los existentes se centran en prácticas individuales destinadas a mitigar los efectos de los contextos violentos en los que se encuentran (Pérez-Tarrés, Cantera, Pereira, 2016). Esto deja el autocuidado como una responsabilidad adicional para las mujeres, exigiéndoles “adaptarse” a la situación de violencia sin considerar la dimensión estructural y social en la que está inscrita esta violencia y la posibilidad de superar dicha situación.

Por otro lado, el autocuidado desde una perspectiva colectiva plantea una situación diferente: se trata de ofrecer cuidados de manera colectiva, con una reflexión sobre los motivos subyacentes, a través de la autoconciencia y el reconocimiento mutuo de los sufrimientos, así como de las fortalezas y resistencias (Hernández et al., 2017). La maternidad en solitario fue uno de los temas más mencionados por las mujeres de la Mercadita, especialmente las violencias asociadas a esta situación. Muchas de ellas hablaron de las dificultades de ser mujer y tener que aprender a criar por sí mismas, a menudo descuidando sus propias necesidades, incluso tocar temas tabúes como el deseo o no de ser madres, siéndolo ya.

Trasladar parte de la crianza a un espacio como la Mercadita ayudó a procesos de autoconciencia sobre la violencia de pareja y la violencia vicaria y económica que afecta por medio de los niños, ofreciendo a muchas madres una oportunidad para abordar múltiples aspectos en un solo lugar, pero también tomar acciones legales y psicológicas: “estar en el espacio me ayudó a entender que estaba sufriendo violencia vicaria y poner un alto a mi expareja por medios legales” (Cia, conversación personal, febrero de 2024). En este sentido, este espacio funciona por diversas razones y pone de relieve la complejidad de desarticular las violencias interseccionales que ocurren simultáneamente. Así, las mujeres ya no crían en solitario, sino que cuentan con una red de amigas con las que pueden compartir sus preocupaciones tanto como madres y como mujeres, lo que ha sido un alivio para muchas de ellas.

Para las autoras que han trabajado en economía feminista, la clave para subvertir el sistema económico actual radica en cuestionar los espacios designados al cuidado, es decir, los espacios privados. La posibilidad de llevar a los hijos y practicar el cuidado en colectivo, en un espacio público, revela una potencia transformadora en sí misma.

Este hecho permite reflexionar sobre dos aspectos. En primer lugar, la necesidad actual de espacios de cuidado para mujeres desempleadas y recursos limitados, que vayan más allá de los espacios familiares o gubernamentales a los que no tienen acceso. En segundo, la capacidad de organización de las mujeres para enfrentar las necesidades de cuidado y supervivencia ante la precariedad laboral.

Colectivizar el cuidado de los hijos entre mujeres que se relacionan desde una postura política, abona a pensar el cuidado más allá de las relaciones familiares o de amistad. Es una apuesta por cambiar las violencias contra las mujeres a partir de la conciencia de estas, pero también tomar acción a partir de la importancia del cuidado. 

4.3 El cuidado económico

Mi proyecto no es para hacerme rica sino para una vida digna (Esme, conversación personal, junio de 2023)

Otro aspecto de la Mercadita ha sido que se volvió un sostén económico para muchas de las mujeres que empezaron protestando, les dio la oportunidad de vender cosas dentro de la resistencia gracias a no tener que pagar una renta por el espacio, o que tuvieran que cuidarse de que el Ayuntamiento les quitara sus mercancías, lo que les dio los ánimos de emprender algo para sobrevivir o completar los gastos de su vida diaria.

Parte de las reflexiones de teóricas de las economías feministas ha sido cómo la toma de los espacios urbanos y la resignificación de las dinámicas mediante la acción colectiva feminista, han logrado poner en perspectiva la potencialidad de la protesta y las oportunidades de resignificar los lugares en función de las actividades que se pueden o no realizar allí. Aunque la ocupación de los espacios por mujeres en empleos informales tiene una larga historia, la combinación de la dinámica económica con la creación de comunalidad y el constante cuestionamiento y protesta relacionados con la violencia hacen que la Mercadita tenga dos caras de una misma moneda.

Poner en el centro la reproducción, como indica la economía feminista (Carrasco et al., 2011), implica reflexionar sobre las labores asignadas a las mujeres sin ninguna retribución, las cuales sostienen la vida de los trabajadores y reproducen las clases sociales, todas siendo, por tanto, un elemento esencial en la reproducción del capitalismo como sistema económico y orden social. Además, llevar los cuidados a la esfera pública es una manera de protestar contra la designación social de las mujeres para ejercer estos cuidados, un proceso que perpetúa la desigualdad de género y socioeconómica. Comunalizar los cuidados, como señala Federici (2018), implica desarticular la fuente de explotación individual e individualizante de las mujeres. Se trata de recuperar en colectivo “las formas organizativas donde la reproducción social ocupa un lugar central” (Federici, 2018, p. 37). Es decir, romper con las prácticas individuales y fomentar la comunalidad y la cooperación es esencial en este proceso, pues implica resignificar los espacios vitales, los saberes, las emociones y el cuerpo, que han sido expropiados por la explotación indirecta capitalista.

Es evidente que los cuidados de los hijos en este caso es un factor sumamente importante para que las mujeres puedan desenvolverse en el ámbito laboral, y se puede ver no sólo con las chicas que pertenecen a la Mercadita, también los puestos que se encuentran en el exterior a esta llevan a sus hijos a ser cuidados en ese espacio por considerarlo seguro: “Puede venir cualquier niño y no le va a pasar nada porque aquí entre todas lo estamos cuidando, y son los mismos hijos de las de aquí o chicos de los de afuera y pues juegan” (Vic, conversación personal, 2022).

Destacan varios aspectos positivos, como pasar tiempo con sus hijos mientras pueden ganar un poco de dinero, que tengan la posibilidad de convivir con otros niños y niñas, y que ellas puedan supervisar las prácticas, además de formar una red de experiencias sobre cómo han resuelto otras mujeres su maternidad en cuanto a atención de enfermedades, la adolescencia, la relación con sus exparejas y los pasos para recibir o pedir las cuotas alimentarias. Esto gracias a que entre ellas hay quienes conocen psicólogas y abogadas que brindan ayuda a bajo costo o de manera gratuita o con trueque, haciendo una red de cuidados mucho más grande. 

4.4 El impacto de la Mercadita en las mujeres que lo conforman

La forma de liberarnos no es la gran insurrección, quizá sean las pequeñas organizaciones que se construyen a partir de la confianza (Rocío, conversación personal, 26 de diciembre de 2022)

 A partir de las conversaciones con las integrantes de la Mercadita, me hicieron saber el cambio que este espacio ha generado en ellas, producto de la convivencia, la salida a marchas y los talleres que se imparten.

El feminismo no es sólo un cúmulo importante de ideas, ha tenido un gran impacto en la transformación de la sociedad y es posible ver esta influencia en muchas de las acciones que toman hoy los movimientos feministas.

Para Ana (conversación personal, 22 de diciembre de 2022) cambia todo, “tus relaciones familiares, cambian tus relaciones de pareja, cambian tus relaciones de amistad, cambian tus relaciones interpersonales completamente, laborales, todo, alteras el orden y el de los demás”.

El feminismo práctico, como lo aborda Manuel Castells (2001), de pasar las ideas a la acción, ha evidenciado la importancia de darle nombre a las violencias y el peso del reconocimiento colectivo (social y digital) para tomar una postura con respecto al mundo y las relaciones que generamos en nuestra cotidianidad. Entre estas acciones, poder salir de situaciones de violencia que antes no veíamos y sentir el respaldo de las chicas que además de ser compañeras activistas se vuelven amigas.

Algo que resulta muy evidente es la convicción en la defensa mutua entre mujeres. En la mayoría de mis entrevistas, las participantes mencionaban con gran ímpetu la prioridad de apoyar a otras mujeres y que se sientan seguras en el espacio: “me han comentado mis amigas que no pertenecen a la Mercadita que siempre prefieren pasar por aquí porque se sienten seguras, y todas volteamos a verlas, las cuidamos”, “también recaudamos dinero para las compañeras que se encuentren en alguna dificultad” (Vic, conversación personal, 2023). Esto implica mucho más que simplemente ser amigas o llevarse bien; se trata de atender a la violencia y los procesos similares que se experimentan como mujeres, y de fomentar el diálogo, la escucha, la empatía y el cuidado.

Otro aspecto para resaltar es la posibilidad de futuro. Las mujeres que participan son capaces de creer en sí mismas para salir adelante, pensar en proyectos que las ayuden a mantenerse y en tomar acciones de cambios de vida, gracias al apoyo y el acompañamiento de las chicas. Algunas de ellas que son madres promueven una crianza distinta con sus hijos e hijas: “muy distinta a la que viví yo” (Atlanta, conversación personal, febrero de 2024) y las que son hijas generan otro tipo de entendimiento con sus madres.

Finalmente, cierro este apartado con la reflexión de una de las chicas sobre su activismo, las limitaciones del espacio y su clara conciencia sobre lo posible y lo real. Esta reflexión sugiere una nueva forma de pensar la acción colectiva feminista: reconocer que las formas de lucha no serán las mismas para todas y que no todas serán efectivas para todos, pero entre quienes comparten afinidades, se puede lograr algo significativo.  

Honestamente sabemos que no vamos a salvar al mundo, pero sí tal vez hacer nuestro mundo un poquito menos feo y el de mi amiga, y quizá el de la mamá de esa amiga y a lo mejor las amigas de la mamá, como un virus expansivo. (Alo, conversación personal, 2023)

Este último punto me parece contundente, pues nos permite pensar que, aunque el objetivo pudiese ser el mismo, tener una vida libre de violencia y más digna, las condiciones en las que se colectivizan las mujeres no son iguales, y este ha sido un tema en los feminismos contemporáneos, que ha generado discusiones e incluso rupturas. Pero ver ahora, a partir de esta reflexión, que no se necesita buscar lo general para lograr un cambio, le da la heterogeneidad necesaria al movimiento desde la potencia de la afinidad y la amistad en los pequeños grupos. 

Discusión

La Mercadita Resistencia se inscribe en una tradición de activismo feminista en Guadalajara, pero aporta una nueva dimensión al articular el cuidado como una forma de resistencia. A partir de conceptos clave como género, cuidado colectivo y violencia expresiva (Segato, 2013), esta iniciativa subraya el papel central del cuidado en la construcción de alternativas frente al sistema patriarcal y necropolítico. El cuidado, en este contexto, se convierte en un eje fundamental de las prácticas de resistencia y protesta, no sólo como una respuesta a la violencia, sino como una manera de reconfigurar las relaciones de poder y las dinámicas sociales que las precarizan.

En los últimos años, los feminismos han experimentado un auge global, especialmente en América Latina, donde movimientos como #NiUnaMenos, #MiPrimerAcoso, #Metoo y #AmiTambién han movilizado a millones de personas. Estas movilizaciones, junto con performances y expresiones artísticas, como “Un violador en tu camino” de Las Tesis y “Canción sin miedo” de Vivir Quintana, evidencian una nueva forma de protesta feminista que trasciende las fronteras nacionales (Díaz, Larios y Correa, 2022). Sin embargo, más allá de la visibilidad mediática, es crucial atender cómo el cuidado se ha articulado en la práctica colectiva como una forma de resistencia cotidiana frente a un sistema que históricamente ha ignorado y subordinado las necesidades de las mujeres.

Durante el periodo de 2013 a 2019, el crecimiento de los colectivos feministas fue notable en Guadalajara, especialmente frente al aumento de la violencia en la ciudad. Sin embargo, en lugar de centrarse únicamente en la denuncia institucional, muchos grupos feministas como coleta, CallesSinAcoso, Cuerpos Parlantes, Los Saberes de las Flores, Yovoy8deMarzo, Mujeres Antipatriarcales (Chávez, 2024), incorporaron el cuidado como un elemento estructurante de su activismo, transformando las dinámicas de protesta. Los colectivos han promovido círculos de discusión y espacios de autocuidado que colectivizan las experiencias de violencia, creando redes de apoyo y solidaridades fundamentales para sobrevivir a la sensación de miedo, rabia e indignación, promoviendo talleres y actividades de autodefensa, pero también de gozo, como el baile y el performance (Varela, 2019; Anzo-Escobar, 2022). De esta manera, estos espacios no sólo enfrentan la violencia social y pública, sino también las formas más sutiles y sistémicas de violencia estructural contra las mujeres.

Con este antecedente, el caso de la Mercadita Resistencia es particularmente relevante, pues articula el cuidado como un acto de resistencia en sí mismo. Este espacio, creado inicialmente durante la pandemia de COVID-19 y consolidado en 2021, va más allá de las marchas o de las denuncias visibles. Se convierte en una forma de habitar el espacio público desde una perspectiva de solidaridad, autocuidado y apoyo mutuo, transformando el trabajo feminizado y precarizado en un acto político y visibilizándolo como parte de la protesta. La Mercadita resalta que la lucha contra la violencia y la precarización de las mujeres no se limita a la denuncia; implica también la construcción de espacios donde se pueda sostener la vida en comunidad, llevando la protesta a las calles, el cuidado de las hijas y los hijos, el sostén económico y de ayuda solidaria, y las pláticas de autoconciencia feminista, así como el cuidado de mujeres como un compromiso ético-político.

Evidenciado el cuidado en su múltiple dimensión —física, emocional, psicológica, económica—, se erige como una herramienta de resistencia que va más allá de lo privado. En lugar de ser visto como un trabajo invisible y no remunerado, el cuidado es entendido como una resistencia colectiva frente a la violencia estructural, creando formas de organización y de vida alternativas que desafían las dinámicas neoliberales que han precarizado la existencia de las mujeres. Así, el cuidado se convierte en un eje central en la lucha por la justicia social, no sólo como un acto de resistencia ante la violencia, sino también como una propuesta de reorganización de la vida en sociedad.

Este giro hacia el cuidado, tanto en su dimensión individual como colectiva, propone una visión más holística de la resistencia feminista, donde las prácticas de autocuidado, apoyo mutuo y solidaridad, se consolidan como estrategias fundamentales para la supervivencia. No es sólo una cuestión de denunciar la violencia, sino de crear nuevas formas de vivir que integren el cuidado como un acto político y de resistencia. En este sentido, la Mercadita Resistencia no sólo cuestiona las estructuras de poder que perpetúan la violencia, sino que también abre nuevas maneras de habitar y transformar el espacio público, poniendo en el centro la vida, el cuidado y la comunidad como ejes fundamentales de lucha. 

Conclusiones

La Mercadita Resistencia se presenta como una respuesta urgente e innovadora frente a las problemáticas de violencia y precarización que afectan a las mujeres. Este espacio combina activismo feminista con prácticas económicas y sociales que desafían las dinámicas opresivas del sistema, promoviendo alternativas más dignas y seguras de vida.

La actual intensificación de la violencia contra las mujeres puede entenderse, a discusión de otras autoras, como un efecto de la reconfiguración neoliberal del orden de género, donde la masiva incorporación de las mujeres a espacios económicos, sociales y políticos ha exacerbado su vulnerabilidad. En este contexto, la resistencia desde el cuidado emerge como una forma de protesta específica y significativa del momento histórico.

Este caso se inscribe dentro de los estudios de movimientos sociales y culturales, ofreciendo una perspectiva histórica que conecta sus prácticas con los feminismos de los años setenta, particularmente con los pequeños grupos de autoconciencia (Maier-Hirsch, 2020). Así, se visibiliza una continuidad tanto en las formas de opresión como en las respuestas de resistencia, que fomentan la reflexión colectiva y la creación de nuevas estrategias frente a las desigualdades de género.

A través de su protesta, las participantes de la Mercadita han evidenciado la necesidad de desarrollar estrategias de apoyo mutuo y solidaridad para sobrevivir en un contexto de violencia y precariedad. Estas acciones no sólo mitigan la opresión y marginación de las mujeres, sino que también destacan el valor del cuidado colectivo y el autocuidado como estrategias fundamentales. Estas prácticas resignifican la división sexual del trabajo, trasladándola del ámbito privado al espacio público, integrándolas como parte del bienestar laboral y comunitario (Paredes y Guzmán, 2014).

El cuidado emerge como validación, ternura y acompañamiento, y se posiciona como una herramienta clave para desmontar prácticas de opresión y violencia, especialmente en entornos de alta violencia urbana. La Mercadita demuestra cómo las mujeres, al reconocerse colectivamente, superan el miedo y generan estrategias de protesta y supervivencia. Este compromiso colectivo potencia nuevas formas de habitar y significar el espacio público, cuestionando dinámicas opresivas y proponiendo alternativas para la vida comunal.

Si bien todo movimiento cultural o colectivo enfrenta contradicciones y desafíos internos, es innegable el valor de la Mercadita como un ejemplo de resistencia feminista que, desde la rabia y la urgencia, reconfigura el cuidado como eje central de organización. Sin romantizar su experiencia, este espacio refleja la capacidad de los feminismos contemporáneos para transformar teoría en acción, impulsando cambios estructurales en las formas de organización social. En este sentido, la Mercadita Resistencia se erige como una muestra contundente de la potencia creadora del cuidado y su relevancia en la lucha por desarticular las prácticas de violencia y precarización de la vida. 

Referencias 

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[1] Antropóloga por la Universidad de Guadalajara y Maestra en Estudios Culturales por el Colegio de la Frontera Norte. He colaborado en diversos proyectos de investigación con enfoque de género, violencia, colectivos e historias de vida en distintos centros de investigación como la Universidad Autónoma de Sinaloa, el Colegio de Jalisco, la Universidad de Guadalajara, el INAH Jalisco, el Museo Regional de Guadalajara y la CEPAD. Fui co-creadora del Cineclub Coljal y maestra de licenciatura en el Centro Universitario Tijuana, tallerista y facilitadora en temáticas de género, corporalidades, autocuidado y cuidados colectivos. https://orcid.org/0009-0008-6348-2509

[2] Este trabajo es extraído de la investigación que realicé para mi tesis de maestría titulada: “La Mercadita Resistencia: prácticas y experiencias del cuidado colectivo frente a la violencia contra las mujeres en Guadalajara”.

[3] Yocoyani promueven los derechos sexuales y reproductivos y Calles sin Acoso la vida libre de violencia y acoso. 

[4] Fue un proyecto convocado por Cuerpos Parlantes, donde la intención era tomar nuevamente las calles haciendo una radio local. Consistía en salir en un auto con una bocina, poner música e invitar a la gente de la colonia a participar, para que los vecinos se conocieran e interactuaran. También se proponía que el “saca tu silla”, aludiendo a como antes las señoras salían a las puertas de sus casas a platicar y que eso contribuía a caminar de manera más segura por las calles, pues estas se encontraban habitadas (Cano, conversación personal, 2019).

[5] Estos talleres tuvieron como objetivo criticar la heterosexualidad como régimen político, dirigiéndose especialmente a mujeres lesbianas que vivían con miedo a ser identificadas como tal por sus familiares y amigos (Exmiembra Coleta, conversación personal, 2019).

[6] Delgado (2023) habla de 1.3 millones de mujeres insertas en el comercio informal digital en las redes sociales a raíz de las políticas neoliberales de los años ochenta y la pandemia por COVID-19.

[7] Arias (1980), Venegas Herrera et al. (2016) y Gutiérrez González (2017) hacen alusión a ciudades de corte neoliberal, pues este “influyó en la pérdida de industrias locales, en el crecimiento de la pobreza urbana y en la ocupación intensiva del territorio para fines especulativos”.

[8] La violencia económica se va a definir como “cualquier comportamiento, acción o inacción que limite el acceso de una persona a los recursos económicos de manera individual propicios para su vida digna” (Dobrée, 2019, p. 12).

[9] Este altercado consistió en que se agredió a una pareja trans que iba transitando dentro de la Mercadita, se les pidió que salieran del lugar por ser un espacio separatista, pero la situación se volvió violenta y cobró relevancia porque una de las chicas iba en silla de ruedas. Recuperado de https://udgtv.com/noticias/agreden-a-mujer-en-silla-de-ruedas-acompanada-por-su-pareja-trans-en-el-parque-revolucion/39584

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