Reseña de Mirar la ciudad.
Una relectura de Gordon Cullen. Metodología para el estudio y diseño del paisaje urbajo de Miguel Ángel Medina[1]
Miguel Ángel Medina Rosas nos ofrece una revisión y actualización de la propuesta teórica del clásico del paisajismo urbano The Concise Townscape (1961) de Gordon Cullen, poniendo en relevancia que los modelos urbanos actuales se han “olvidado de la idea de ciudad como el espacio en el que trascurre la vida cotidiana de las personas; que las ha cosificado, despersonalizado y propiciado la desigualdad y el anonimato” (Medina, 2021, p. 8); ante lo cual sugiere revisar la propuesta teórica de Cullen para revertir los problemas que presentan nuestros centros urbanos.
En la actualidad el fenómeno urbano ha alcanzado particularidades significativas que están relacionadas con el aumento de su población; por ejemplo, en 2020 se registró que 60 % de la población urbana vive en metrópolis de más de 300 000 habitantes.[2] Las implicaciones que tiene este crecimiento se expresan en diferentes dimensiones, adquieren elevados niveles de complejidad a causa de los actores involucrados, producen problemáticas diversas en distintos ámbitos y nos retan a buscar nuevos modelos que reparen o mitiguen la fragmentación, la pérdida de significado y el deterioro físico, social y ambiental para reconstruir las ciudades actuales como espacios en los que ocurre el arte de relacionarse.
Es por esto por lo que Medina propone “mirar la ciudad” desde el enfoque de uno de los más importantes impulsores del movimiento Landscape: el arquitecto y urbanista británico Gordon Cullen, quien presenta una lectura del paisaje urbano a partir de nociones como aquí-allá; escala; dentro-fuera y visión serial. Para Cullen el paisaje urbano debe contemplar “las sensaciones y percepciones que una persona aprehende durante su estancia en el espacio abierto de la ciudad” (Cullen, 1971, p. 7); esta persona necesariamente debe ser un peatón que ponga en práctica el arte de andar a una velocidad y un ritmo que le permitirá adquirir, a partir de las imágenes que mira, observa y percibe, un vínculo consigo mismo, con los otros y con el propio espacio urbano. La metodología que propuso toma en cuenta la organización del lugar para la lectura de la estructura de la ciudad, pues es en esta en donde ocurre la vida cotidiana de las personas; esta organización se determina por el uso de los espacios, cuya comprensión nos permite la socialización, es decir, la comunicación entre las personas y entre estas y el lugar.
A partir de la propuesta metodológica de Cullen, Medina nos ofrece su lectura del paisaje de cuatro zonas barrocas de Ciudad de México: el Centro Histórico, la zona del Ex Convento de Churubusco, San Ángel y Coyoacán.[3] Lo interesante de esta propuesta es que nos presta su mirada para recorrer con él –a través de excelentes fotografías–, calles, plazas, jardines, espacios de transición de estos lugares, de manera que logramos comprehender las nociones que Gordon Cullen propuso para la lectura de la ciudad. Así, las imágenes que nos comparte son la clave para acercarnos a los principios del diseño del paisaje del urbanista británico, los cuales Medina ejemplifica con su observación directa de esos cuatro sitios, recorridos a pie para percibir la multitud de sensaciones que nos produce lo mirado, ya que para este autor la principal aportación de la obra de Cullen es “el conocimiento intersubjetivo del individuo frente al entorno” (p. 37).
Mirar la ciudad: una relectura de Gordon Cullen nos ofrece un marco contextual que invita a recorrer nuestras ciudades con una nueva visión desde los conceptos que introduce Cullen para la lectura del paisaje urbano. El texto nos ofrece un marco teórico complementario que permite conocer las propuestas conceptuales de diversos investigadores acerca del entorno urbano. Autores como Christian Norberg-Schulz, Alfred Schütz y Raffaele Milani, quienes, desde la antropología, la sociología, la fenomenología y la propia arquitectura, han contribuido al análisis de la situación actual de las ciudades y su fragmentación, lo que Medina identifica como la “pérdida de significado de la ciudad moderna y posmoderna” (p. 23). Asimismo, analiza el desarrollo de la ciudad a partir de los planteamientos de Le Corbusier, Kevin Lynch, Manuel Castells y Mariana Waisman, entre otros, para concluir que el proceso civilizatorio posmoderno ha degradado las ciudades. Ante este panorama, el autor propone la relectura de la propuesta de Cullen para recuperar el significado del habitar la ciudad y restituir la interacción entre habitante y ciudad.
Miguel Ángel Medina también se ocupa de explicar la noción de paisaje urbano y señala que existe una clara diferencia entre arquitectura y paisaje urbano, ya que éste se encuentra ligado al lugar, el cual tiene una ubicación concreta. Para marcar la diferencia con la arquitectura hace referencia a una cita de The Concise Townscape, en donde Cullen señala que “un edificio es arquitectura, pero dos edificios son paisaje urbano” por lo que tendremos que observar la relación entre ellos, la continuidad y discontinuidad que provocan, la “extensión y dirección y el ritmo que da significado al paisaje urbano” (p. 35).
La Plaza de los Arcángeles en San Ángel y la calle República de Argentina en el Centro Histórico son los retratos que nos ayudan a ver el aquí-allá; para lo cual nos muestra cómo los cambios en el pavimento, en la vegetación o el mismo mobiliario urbano contribuyen a producir en el peatón la percepción del espacio no sólo como un elemento que nos permite ubicarnos en él, sino también como componente que favorece la comunicación entre las personas y el lugar o entre las propias personas. Aunque aparentemente simplista, la referencia espacial que nos ofrece el aquí y el allá nos presenta “la posibilidad de un intercambio de puntos de vista” (Schütz, 2015, citado por Medina, p. 43), revelando la potencialidad de crear tantos significados como personas que experimenten la percepción de esta noción.
La escala es otro de los componentes del paisaje urbano propuesto por Cullen; pero no se refiere al tamaño de las edificaciones, “sino a la relación de tamaños que hace evidente que un edificio monumental tenga una gran escala” (p. 57). Medina explica diferentes escalas que podemos apreciar en las mencionadas zonas; por ejemplo, la “escala metropolitana” con la imagen del Zócalo de Ciudad de México; la “escala urbana” con la Plaza de Loreto en San Ángel y el Jardín Centenario en Coyoacán; la “escala monumental-histórica” con la imagen de la Plaza del Museo de las Intervenciones y el Templo Mayor, la “escala monumental-religiosa” con la Plaza de San Juan Bautista de Coyoacán; así como la “escala vecinal-religiosa” y la “residencial”, con los retratos de las plazas de La Conchita y de Los Arcángeles, respectivamente. Así, nos invita a mirar la combinación de elementos que conforman determinado paisaje y que producen la percepción del tamaño “tanto de los objetos que lo componen como de las personas en relación con esos objetos” (p. 44).
Sobre la noción dentro-fuera de Cullen, Miguel Ángel Medina nos precisa que se refiere a “la posibilidad o imposibilidad de entrar o salir de un lugar, así como la percepción de estar arriba o abajo, en un lado o en otro” (p. 48). Este elemento refuerza la propuesta de caminar la ciudad para distinguir su paisaje, ya que para percibir el dentro-fuera se requiere estar en movimiento. La experiencia obtenida a partir de recorrer los espacios públicos humaniza la experiencia de la ciudad. Las imágenes que nos presenta el texto para ejemplificar esta categoría son dos perspectivas diferentes del atrio de la Parroquia de San Jacinto en San Ángel, del Jardín Centenario y del Jardín Frida Kahlo de Coyoacán, mismas que nos ilustran perfectamente el sentido de este referente situacional, de manera que una vez más constatamos que las imágenes que nos presenta Medina nos revelan la forma en la que, con la propuesta de Cullen, podemos contemplar el paisaje de nuestras ciudades.
Finalmente, el concepto de visión serial vuelve a llamar la atención en el acto de caminar, caminar lentamente, haciendo las pausas y los cambios de perspectiva necesarios para lograr el descubrimiento de “los diversos territorios urbanos en una especie de secuencia de imágenes que se van sustituyendo mientras recorre la ciudad” (p. 47). La configuración de esta visión serial se dará a partir de diversos elementos que incluyen espacios transicionales, enclaustrados, la ondulación o movimiento de la estructura, o de dispositivos como barandales, rejas, escalones, mezclas de materiales, molduras o mobiliario urbano, por supuesto todos con sus respectivas fotografías ilustrativas.
El texto también nos ofrece indicaciones para que podamos contemplar el paisaje urbano a partir de observar diferentes elementos, como los planos visuales horizontal inferior, verticales paralelos y el plano horizontal superior. Nos invita a movernos a través de las estructuras que se encuentran en el espacio urbano y subraya la importancia de la peatonalización de los espacios públicos pues así se propicia la vinculación y unión de los objetos que configuran la ciudad, además de que permite un balance entre personas y vehículos. Por otra parte, señala que privilegiar el tránsito de vehículos no sólo le resta movilidad al peatón, sino que incluso “genera gran incertidumbre en las personas, pues se sienten vulnerables y les dificulta tener una lectura clara del entorno” (pp. 113-114). Asimismo, advierte sobre evitar la regla de oro, la cual se refiere a sobreponer intereses políticos o mercantiles que crean una imagen maquillada del espacio público, alejada de los usos y necesidades sociales del ciudadano común. Lo maravilloso de esta guía es que una vez más y de manera sorprendente, al mirar la imagen que presenta Medina para ilustrar estos elementos nos permite establecer un vínculo con el lugar retratado que nos provoca emociones y nos sensibiliza ante lo observado de manera que el autor logra establecer una comunicación con el lector que anima a conocer y repensar nuestra perspectiva del espacio público.
Como se señala en los “Antecedentes”, la intención es ofrecer un texto de consulta para el diseño del paisaje urbano, por lo que incluye un apartado en donde presenta los criterios que se pueden tomar en cuenta para tal efecto. Entre estos, menciona la importancia del arbolado, ya que aporta textura, color y densidad, proporciona servicios ambientales que mejoran la calidad de vida de los ciudadanos y “contribuye con la producción de una narrativa dramática, así como con la creación de un contrapunto con las edificaciones” (p. 123). Nos ilustra sobre la forma en que los árboles favorecen la percepción de las categorías aquí-allá, escala, dentro-fuera y visión serial con la imagen de la Plaza de La Conchita. Otros elementos que se pueden incorporar en el diseño son el recinto, que traza una frontera entre el espacio peatonal y el vehicular; el enclave, que puede ser abierto o semicerrado y nos proporciona una sensación de seguridad, como ejemplo nos presenta la Plaza de Santa Catarina en Coyoacán; la continuidad, que por medio de un patrón de senderos enlaza el interior con el exterior, el aquí con el allá y al mismo tiempo, permite la movilidad, por ejemplo la Plaza Loreto; los llamados incidentes, esto es, objetos llamativos por características peculiares en cuanto a tamaño, forma, textura o color y que le dan un toque original al paisaje, por ejemplo cornisas, arcos, molduras, etcétera.
Generosamente, Medina nos ofrece la descripción narrativa y visual de los recorridos que realizó en las cuatro zonas de estudio. En este apartado podemos disfrutar tanto de las explicaciones puntuales de los elementos del paisaje como de la imagen que observa, y compartir con él la belleza de los lugares que muestra; lo que nos vuelve a constatar la importancia de mirar los retratos detenidamente, de ir y volver a través de las fotografías que nos presenta y que impactan nuestra percepción.
En conclusión, el texto de Miguel Ángel Medina representa una importante y necesaria herramienta no sólo para arquitectos paisajistas, sino para los estudiosos de la ciudad y para el público interesado en el tema. Si bien se trata de un libro especializado, la forma en la que muestra la información, el orden de la exposición, la calidad excelente de las fotografías e imágenes que nos ofrece y el estilo narrativo lo hacen un texto muy accesible que, además, proporciona elementos que nos permiten incorporar las nociones para mirar la ciudad con una visión fresca y prometedora. Aún y cuando nuestras ciudades nos presentan grandes retos relacionados con la conformación de la estructura urbana que hemos creado, este trabajo invita a imaginar la posibilidad de planear el espacio urbano priorizando los intereses y necesidades de la población.
Referencias
Cullen, G. (1971). El paisaje urbano. Tratado de estética urbanística. Barcelona: Editorial Blume.
Organización de las Naciones Unidas (onu) Hábitat (2020). Folleto de Datos Poblacionales 2020. Recuperado de https://unhabitat.org/sites/default/files/2020/08/gsm_-_folleto_de_datos_poblacionales_2020.pdf
[1]Medina, M. A. (2021). Mirar la ciudad: una relectura de Gordon Cullen. Metodología para el estudio y diseño del paisaje urbano. León: Universidad Iberoamericana León.
[2] En el Folleto de Datos Poblacionales 2020 de onu Hábitat se registran 1 934 centros urbanos, en los que habita un tercio de la población global; se calcula que para 2035 no sólo crecerá la población urbana en general, sino que además surgirán 429 nuevas metrópolis.
[3] Los polígonos están delimitados de la siguiente manera: el Centro Histórico por las calles de Donceles, Jesús María, Corregidora e Isabel la Católica; la zona del Ex Convento de Churubusco por General Anaya, Rafael Oliva, 20 de Agosto y Xicoténcatl; en San Ángel se enfoca en la Plaza de los Arcángeles, delimitada por las calles de los Ángeles, Frontera y 2ª Frontera; mientras que en Coyoacán abarca del Callejón de Belisario Domínguez, Fernández Leal, Miguel Ángel de Quevedo y Melchor Ocampo e incluye el Jardín Centenario y la Plaza de la Conchita, (pp. 17 y 18).