Sinfonías de esperanza: la lucha por la dignidad en la Agencia Municipal Vicente Guerrero, Oaxaca, México
Por Modesta Hernández López[1]
Las huellas que dejamos en la tierra muestran los caminos que heredamos a otras personas, así como las raíces de un árbol que pueden extenderse hasta sitios inimaginables y llegar a rincones insospechados. No soy originaria de Zaachila, aunque hoy creo que todo me ha traído hasta aquí. Soy de la región de la Mixteca, nací en un municipio que se llama Santiago Apoala que pertenece al distrito de Nochixtlán en el estado de Oaxaca. Salí de mi pueblo a los 8 años y durante ese proceso perdí la práctica de hablar mixteco; hoy en día sólo lo hablo un poco.
Mudarme al centro de la ciudad de Oaxaca implicó un gran cambio de ambiente, de vida y de afectos. Mi familia ahora se conformaba por puras mujeres, tenía una mamá, una abuela y una hermana. Recuerdo a mi madre como una persona que creía fielmente en la ayuda mutua, me enseñó a tener siempre presente la pregunta “¿Qué puedo hacer por los demás?”, ella trabajaba en el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), era la directora y algunas veces yo la acompañaba a su trabajo. Algo que me quedó muy presente fue su trato hacia las infancias, yo veía siempre cómo ella trataba la niñez y eso era algo que a mí me inspiraba, siento que de ahí me gusta mucho trabajar con los niños y las niñas.
Aunque hay muchas cosas que uno no entiende a los 8 años, yo tenía claro que uno de mis sueños era, más que un sueño, un compromiso. Pensaba que yo podía aportar en nombre de mis raíces para que las personas tuvieran una vida más digna, para que pudieran crecer económicamente, profesionalmente y avanzar. Pensaba que, si yo podía mejorar, ayudar o apoyar de esta manera la vida en alguna comunidad, alguien más lo haría con mi comunidad, alguien más lo haría con mi gente.
Cuando recuerdo mis tiempos de estudiante puedo apreciar que siempre le di mucha importancia a la idea de ayudar a otros. Si yo veía a alguien que estaba pasando por dificultades, mi primer instinto era el de apoyar, inclusive si mis compañeros o amigos estaban a punto de reprobar, yo iba a defenderlos con los maestros. Recuerdo mucho que un maestro me dijo “tú no vas a poder acompañarlos hasta la universidad, tienes que ver que ellos pasen realmente”, yo le respondí: “sí, pero de mientras quisiera que ellos avanzarán”, solía tener la intención de jalar a los demás y que no quedaran atrás.
Mi vida fue muy marcada por convivir con mujeres. Mi madre era estricta con los estudios, me enseñó a ser muy independiente. Una de sus mayores lecciones era que no tenía que tolerar que ningún hombre me gritara, me golpeara o me pisoteara. Esa fue una de las razones que tuvo para cuidar con tanto empeño mi formación, me sembró la idea incluso de ser madre soltera, en sus propias palabras, “no quiero verte caminar detrás de un hombre”.
Mi mamá era muy selectiva para educarnos, no veíamos novelas, no veíamos casi noticias y no veíamos casi la tele, ella era más de hacer cosas, de ir a la escuela, estudiar o meterte a un curso. Recuerdo que me metió a un curso de corte y confección que nunca me gustó. A mis 13 años cuando se alzó el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional sólo recuerdo comentarios sueltos en la ciudad, yo escuchaba, “pelean el poder” y “es que los pueblos no se adaptan a lo que el mandato del gobierno dice”; entiendo que si ahora es difícil comunicar la realidad que vive el pueblo, pues en aquellos años era peor. Sin embargo mi abuelita era muy devota con la iglesia, algunas veces cuando mi mamá estaba de buenas me dejaba ir con mi abuelita a misa, en las misas solían hablar en esos días de eso, de los zapatistas, pero no había mayor eco y a esa edad tampoco ponía mucho cuidado.
Llegado el momento elegí estudiar la carrera de Ingeniería Industrial en Desarrollo Empresarial, egresé del COBAO 01 en Pueblo Nuevo, que en mis tiempos era el bachillerato más peleado de Oaxaca. Esta no era la carrera que a mí me hubiese gustado, yo era de la idea de estudiar Ciencias y Humanidades, incluso Psicología, sin embargo, mi mamá me decía que por tradición era más viable que estudiara una ingeniería. Recuerdo que cuando fui a sacar la ficha empecé a revisar el esquema curricular de las ingenierías y las fui descartando, me quedé con Ingeniería Industrial porque había unas materias que simpatizaban más conmigo. Fui buena estudiante, pero me quedó esa espina de trabajar con la gente de otros modos, para hacer las cosas de otra manera. Entonces se apareció en mi vida, para reaparecer después una y otra vez, la gente de Vicente Guerrero.
Mi primer contacto con la Agencia Municipal Vicente Guerrero fue aproximadamente en el año 2000, llegué a esta agencia buscando a un familiar, pero eso es otra historia. En el año 2005 nació mi hijo en la ciudad de Oaxaca, para entonces hacía únicamente trabajos temporales, no estaba muy obligada a trabajar tampoco porque vivía con el papá de mi hijo, así que quien aportaba económicamente en ese tiempo era él. Regresé a Vicente Guerrero en el 2008 siendo parte de una Asociación Civil que me asignó como coordinadora de uno de sus proyectos en la comunidad. Era similar a una coordinación para el centro y me dijeron: “vas a irte como coordinadora de este proyecto hasta Zaachila”. Me hacía ilusión porque yo conocía Zaachila, de niña iba con mi mamá al día de plaza todos los jueves a comer, era conocido ese lugar por su gastronomía. Posteriormente me explicaron que el trabajo no era en Zaachila exactamente, era a un lado, en una comunidad que se llamaba Colonia Vicente Guerrero.
Lo que ahora es la Agencia Municipal Vicente Guerrero pertenece a la Villa de Zaachila, pero no está en el municipio como tal. Nos separa una carretera, la carretera que nos lleva a Puerto Ángel y Puerto Escondido, eso es lo que nos separa del casco para aterrizar todos los proyectos, inclusive para llegar al desarrollo, esa especie de frontera no nos deja avanzar. Esa separación se da por el hecho de ser avecindados (como ellos nos llaman), fuereños, personas que no somos del pueblo, no somos originarios, somos personas que llegamos de diferentes partes de Oaxaca o de algún otro lugar del país.
Fue así que empecé a trabajar aquí, el programa era financiado por Conaculta y consistía en formar grupos (de hombres, mujeres, niños, niñas) para implementar talleres: repostería, bordado de listón, elaboración de rebozos, música, elaboración de productos de totomoxtle, teatro, pintura, danza, estilismo, corte y confección, etc. Estos talleres no solamente eran en Vicente Guerrero, estaban destinados a las diferentes colonias de alrededor, una de mis tareas era buscar maestros que pudieran dar esas clases y los coordinaba.
Estuve en dicho proyecto cerca de un año. Mi hijo en aquel entonces era un bebé. Al dar inicio a mi vida laboral no lo quería dejar mucho tiempo y este trabajo me daba la posibilidad de estar con él, no requería de estar mucho tiempo en el trabajo, tenía tiempo para convivir con mi hijo. Desde que tuve los primeros contactos con este lugar, me parecía que la vida que se sostenía en Vicente Guerrero era muy complicada, de hecho en algún momento yo me preguntaba si esa era la realidad, estábamos a 40 minutos de la ciudad y aún así las condiciones eran en extremo distintas. De donde yo venía pasaba la carretera, había energía eléctrica y se hacían los días de mercado, todo era muy diferente, para mí no era posible que las personas vivieran de esa manera. La presencia de un tiradero a cielo abierto, donde llegaban los volteos de basura como si estuvieran tirando tierra, donde todos los días subían los camiones de basura, cambiaba la forma que allí se vivía. Había un grupo de personas, dedicadas al reciclaje que hacían el trabajo de la separación de basura, también habían personas de Vicente Guerrero que subían a ese tiradero a traer cosas para sus hogares, ropa, zapatos, trastes y demás.
Yo pensaba que era increíble que pudiera existir un mundo así, pero las toneladas de basura seguían creciendo. Tuve mucha cercanía con los recicladores, una mujer me dijo “yo nací aquí en el basurero y voy a morir aquí en el basurero, yo soy la segunda generación que está aquí, mi hija es la tercera generación y ella ya sabe acomodar los carros, ya sabe cómo dirigirlos, ya sabe cómo colocar, cómo tirar”. Para mí era una frase muy fuerte, sin embargo, entendí que la misma situación y el mismo entorno los llevaba a pensar así, eran sus únicas oportunidades, no había más: se habían resignado a vivir con el tiradero, la vida se sostenía con él, pese a él y desde él.
Cuando a mí me tocó trabajar en la zona, tuve un impulso de poder mejorar sus condiciones, hasta hoy sostengo esa inquietud. Lo que yo encontré en Vicente Guerrero fue una necesidad palpante y personas comprometidas diciendo “quiero salir adelante”, “necesito salir adelante pero no tengo las herramientas”. Así que iba a las escuelas y motivaba a los maestros a que me prestaran a sus alumnos para armar grupos de danza para ese proyecto de Conacultra. En aquellos años en Vicente Guerrero no había espacios públicos, no había una cancha, no había un techado, no había donde realizar esas actividades, por eso yo pedía este espacio en las escuelas.
Había niñeces llenas de ganas y yo quería que vieran que tenían otro horizonte, que descubrieran otras formas de vida, no solamente subir al basurero y traer cosas. Muchos se quedaban en casa solos porque sus padres trabajaban todo el día, era fácil que cayeran en las manos de las adicciones y no era su culpa, era la situación y la apatía del gobierno por hacer algo. El tema apenas lo vieron las autoridades cuando el ex tiradero se cerró en el 2021, no lo consideron en todo caso un problema humano que solucionar, para ellos el asunto principal fue responder a dónde llevar su basura, no lo que vivíamos los que allí estábamos.
Así, en medio de ese diario salir a ver la llegada de las toneladas de basura, de no tener un espacio para reunirnos, de haber dado por única opción recolectar entre lo queda de los residuos, surgió la Escuela de Iniciación Musical Santa Cecilia. Claro, no surgió de la nada, sino de intereses y fuerzas que se encontraron. Arrancó en el 2011 como una iniciativa del padre José Rentería, él llegó a la comunidad casi a la par mía y es una persona muy activa pero sobre todo muy sensible a la necesidad humana. Cuando él llegó al centro de Santa Cecilia empezó a organizar cosas y coordinar grupos juveniles, es que el Padre entiende a las juventudes porque es más de onda. Él capacitó a un grupo de jóvenes en 2010 y los mandó a otros estados, a su regreso los jóvenes que ya vieron otro mundo, decidieron implementar talleres. Similar a lo que yo había hecho antes, yo inclusive decía que tal vez de ahí alguien lo captó.
Empezaron a armar sus talleres de pintura y de danza, pero con ellos no hubo tanto éxito, ni siquiera llegaban los niños o las niñas a inscribirse. Oaxaca es caracterizado porque es un estado de músicos, es que las raíces pesan, aferran y cuando se abrío la convocatoria para un taller de música la respuesta fue inmediata. Yo no estaba en ese nacimiento pero para entonces ya tenía relación con los niños y niñas de la comunidad, ellos fueron quienes me contaron del proyecto. El grupo juvenil del padre Rentería estuvo a cargo de los talleres de música como 2 o 3 meses, de ahí se armó un comité de padres de familia para que tomara las riendas del proyecto y empezara a caminar.
Los comités de padres de familia en algún momento (o en varias ocasiones) se me acercaron a pedir apoyo para el proyecto de la escuela de música, estaban iniciando así que no tenían un espacio, no tenían salones y no tenían mobiliario. El proyecto creció y cuando los niños aprendieron las notas básicas se decidió establecer una banda, eran cerca de 20 o 22 niños. En este punto decidí inscribir a mi hijo en la escuela, llegué a destiempo porque no fui cuando estaban las inscripciones y como no tenía tanta demanda todavía alcance un lugar. Ese día hubo una reunión de padres de familia, de esa reunión yo salí electa para formar parte del comité de padres de familia, yo les dije que no tenía tanto tiempo, pero como obviamente me conocían en la comunidad, dijeron que estaba bien, sería de acuerdo con mis tiempos y posibilidades. A partir de ahí empieza mi labor en la escuela.
Santa Cecilia es la patrona de los músicos, el templo de aquí se llama igual, así que todo se conjuntó para que el nombre fuera Escuela de Iniciación Musical Santa Cecilia. Recuerdo que en 2012 dieron su primer concierto en el templo, todo el piso era de tierra y claro había que lograr que la gente fuera a escuchar a los niños. El padre Rentería pensó que lo mejor era hacer una celebración con el Santísimo y después hacer que la banda tocará. Lo pensó muy bien y acertó porque ahí fue donde se montó el concierto para que hubiera público y que pudieran conocer del proyecto. La gente lo aceptó y lo recibió muy bien, muchos no lo conocían pero estaban muy admirados por todo lo que estaba naciendo en la comunidad.
En 2017 cuando la comunidad vivía una situación de conflicto con un grupo del crimen organizado, la Escuela organizó el concierto por la paz y se llevó a cabo en el ex tiradero, en el basurero más grande de Oaxaca, en ese lugar donde se vivía con él y a pesar de él, Los invitados especiales fueron los recicladores quienes se sentaron en primera fila, ellos expresaron que se sentían muy orgullosos, pero sobre todo dignos, de que se les haya tomado en cuenta. Por primera vez la música llegó a ellos, no tuvieron que ir hacia la música. Para este evento hubo transmisión en vivo de diferentes radios comunitarias que hicieron difusión; la transmisión en vivo del periódico noticias tuvo más de 20,000 vistas, eso ayudó a que el proyecto se conociera más. Imagínate la emoción, la gente que vivía junto al basurero tenía un proyecto nacido de su gente, con sus niños, haciendo música.
La cosa siguió caminando, la hacíamos, la hacemos caminar. En 2018 se dio el concierto en el Centro Nacional de las Artes que está ubicado en la Ciudad de México. Para muchos niños era su primer viaje a otro estado, el niño más pequeño que fue en aquella ocasión tenía unos 7 años. Ese día todos rompimos en llanto porque fue algo muy significativo, no fue solamente un concierto ni un viaje, era una experiencia para muchos inigualable, la posibilidad de ver otro horizonte. Tocaron al lado de 80 coristas de la fundación Air France. El llanto de antes de ese momento fue extenso, colectivo, emocionante, algo nos decía a todos de lo lejos que habíamos llegado caminando. Ahí contactamos al arquitecto Axel Araño quien llevó a cabo la construcción de la segunda etapa de la escuela, lo hizo de manera gratuita. En el mismo año la Escuela se presentó en el teatro Macedonio Alcalá, la sala más importante de Oaxaca, no cualquiera tiene acceso a este recinto, por eso significó mucho para ellos.
El último gran concierto se dio en 2023, fueron invitados a un festival en Normandía, Francia, este fue también significativo puesto que se viajó con 40 integrantes de la que ya era la orquesta sinfónica de la escuela. Con todo lo que significa ir a otro país, ellos se dan cuenta que la música abre puertas, ciertamente ha sido difícil el camino pero al ver los resultados todo ha valido la pena. La música es una disciplina que demanda mucho tiempo pero llena de emoción y de orgullo, la comunidad se siente muy orgullosa de cada uno de ellos, yo misma estoy muy orgullosa.
Con la Escuela de Iniciación Musical existió un trabajo con el tejido social y particularmente hacia la dignidad de las personas en la comunidad. Dignidad en cuanto a que finalmente se sienten merecedores de las cosas buenas que suceden, reconocen que merecen que les pasen cosas bonitas. Como comunidad dignifica vidas porque las familias se sienten tomadas en cuenta, se sienten con la capacidad de hacer las cosas y eso se debe en gran parte a que todo lo que se les brinda, nos brindamos más bien. Además no es un regalo es su derecho, uno ve sus efectos cuando las juventudes caminan con seguridad, se muestran con seguridad y transmiten eso que llamamos autoestima alta.
La recepción del público ha sido diferente en cada lugar donde nuestros niños y niñas se han presentado. Cuando fue por primera vez aquí en la comunidad, se sintió como una luz de esperanza que buscaba dignificar no solamente a las niñeces sino a la población, algo positivo estaba ocurriendo y las personas reconocían este esfuerzo, junto con el trabajo comunitario. Es que la esperanza anima, moviliza. En algún momento presentándose en otros lugares como en el teatro Macedonio Alcalá en 2018, cierto público no estaba muy de acuerdo con que nuestros niños y niñas de la comunidad de Vicente Guerrero, quienes estaban ubicados a un lado del ex tiradero, “los niños de la basura” como les decían, se presentará en un teatro tan prestigioso. Había una confrontación por así decirlo, parecía inverosímil que niños y niñas que nunca habían salido de Vicente Guerrero se presentaran en el recinto. Quedaron algunos asientos vacíos por lo mismo, no fue agradable ver esa reacción del público. No se nos puede olvidar que algunos están interesados en mantener todo tal y como está, interesados en apagar esa esperanza, porque la dignidad puede cambiar todo incluido el lugar desde donde ellos viven y mandan.
A diferencia de ese concierto, cuando nuestros niños y niñas ellos se presentaron en el Centro Nacional de las Artes en la Ciudad de México el mismo año, el público los aceptó muy bien. El recinto se llenó de ovaciones, aplausos y llantos de felicidad, no alcancé a oír algún comentario negativo. En 2017 cuando el concierto fue sobre el mismo tiradero, la recepción siguió siendo positiva, dignificaban vidas porque estaban los recicladores y las recicladoras como los invitados especiales, así pudieron escuchar y ver lo que ocurría a su alrededor. Hay cosas negadas para muchos, hasta la posibilidad de oir música en vivo de instrumentos que requieren de cuidado y de maestros para que suenen tan bien.
Cuando se presentaron en el festival en Francia, a un lado de la Torre Eiffel, escuché ciertos comentarios como: “Puedes salir de tu país, pero tu país jamás va a salir de ti. Gracias niños, gracias niñas, por haberme traído la música de mi país”. Muchas personas mexicanas que vivían allí llevaban años sin escuchar su música, no saben si volverán a nuestro país, escuchar a los niños les devolvió la esperanza. Pudimos llevar esperanza y consuelo a través de la música, llegamos a conectar con las personas, me emociona mucho ver a mis niños y niñas con todo el tiempo que le han dedicado para prepararse en cada concierto. ¡Qué gran sentimiento saber que pudieron llevar felicidad y esperanza a otros sitios!
No todo es miel sobre hojuelas, el festival también implicó grandes retos, en especial con respecto a la calidad musical. Mientras en Vicente Guerrero cada niño y cada niña lucha con aprender música con lo que tiene y está a su alcance, en un país europeo es muy diferente. Ellos tienen un espacio individual, horas de clases particulares e instrumentos de marca, en algún momento nuestros niños y nuestras niñas sentían que no estaban al nivel. ¡Cuánto admiro a mis niños y a mis niñas porque eso no fue motivo para dejarse caer! Por el contrario se comprometían más y decían que cada día tocarían mejor, estudiarían y lograrían ser mejores, al menos había ánimo entre ellos. Para mí la gran muestra de dignidad fue que nuestros niños y niñas no se sentían menos, se valoraban, reconocían sus capacidades y decían que lograrían todo, así sacaron cada concierto, cada presentación. Las presentaciones se llenaban, pasaban con algo similar a un sombrerito, supongo que debe tener un nombre pero yo lo veo como un sombrero, pasaban a recoger dinero. No le hago referencia por darle el valor al dinero, para mí fue una manera de ver que el trabajo de mis niños y mis niñas era valorado y lo estaban reconociendo.
A su regreso a México se volvieron a presentar en el teatro Macedonio Alcalá, esta vez el teatro se llenó y nadie del público se quejó porque no fueran dignos de presentarse en un lugar prestigioso, por el contrario, hubo gente se quedó afuera porque no alcanzó boleto, pasamos del rechazo a la celebración.
Después de mi caminar, mi labor y mis experiencias, me he dado cuenta que la base social es muy importante porque los trabajos inician en y desde la comunidad. El cambio y el crecimiento radican en la organización comunitaria, se logran de la mano del pueblo. Es por eso que cada actividad, cada iniciativa y cada emprendimiento lo hacen suyo, solo así caminan juntos y juntas con un interés común.
Puedo ver a estas alturas que para los zapatistas su principal base social fueron los pueblos indígenas. Ellos se levantaron en armas no por ser simples rebeldes, sino porque las condiciones de vida no eran las mejores, demandaban trabajo digno, tierras, alimentación, salud, educación, independencia, justicia y paz. Hoy en día, me inspira su organización comunitaria, su trabajo colectivo y sus lazos de solidaridad. Una bella coincidencia que pude encontrar es que ellos también hablan mucho de la dignidad del ser humano, en esa parte coincido profundamente con ellos. Para mí la dignidad del ser humano es fundamental, los zapatistas señalan que la dignidad del ser humano inicia con el respeto a uno mismo, porque solo así se exige y organiza el respeto a los demás. La labor social es muy bonita, pero es más bonita cuando la comunidad se integra. Cuando la comunidad lo adopta obtienes un éxito rotundo, porque implica que ellos se apropian de las iniciativas y las hacen persistir, aquí el trabajo colectivo es la parte clave.
El legado que espero que quede a partir de mi experiencia es que la organización comunitaria juega un papel fundamental en la vida de las comunidades, aunque el camino puede parecer difícil siempre debemos aspirar a mejorar la calidad de vida de las personas. En especial es importante enfocarnos en las juventudes, organizarles, tener empatía, adoptar su energía, aprovechar sus muchas aptitudes y hacer un solo equipo para salir adelante, es muy importante que no se vulnere su dignidad en ningún modo. La dignidad en colectivo se puede defender y cuidar.
En cuanto al proyecto de la Escuela de Iniciación Musical Santa Cecilia, lo he dicho en varias ocasiones, mi sueño es que sea motivador para nuestros jóvenes. Algo que incentive a impulsar proyectos comunitarios como este, un espacio seguro para los niños y las niñas, me gustaría que este proyecto sea fruto de esperanza para muchos y muchas. Ahora cuando la gente hable de esta comunidad, la mencionarán como un ejemplo de que es posible mejorar la vida de las personas, podrán decir “sí se puede, en tal comunidad se organizaron, se levantaron y salieron adelante”.
Se cumple el objetivo de cada niño y niña cuando alcanzan a sentirse dignos con lo que hacen, saben y aprenden. En un primer momento, no se trata únicamente del éxito, se trata de la felicidad, ese es el objetivo de este proyecto comunitario, que seas un niño o niña feliz, eso será lo máximo que yo puedo esperar. Siendo un niño o niña feliz el éxito llega por sí solo, siendo feliz con lo que haces, teniendo herramientas como seguridad y autoestima. Sueño con un mundo donde las infancias y juventudes se desarrollen de una manera integral, sean felices y se sientan muy bien consigo mismos.
Hablo en este momento como madre de familia, nuestros hijos y nuestras hijas tocan hermoso, cada concierto y presentación es único en su tipo. Quienes tenemos a nuestros hijos estudiando música en la Escuela de Iniciación Musical Santa Cecilia sabemos que en cada concierto hay horas de trabajo, energías invertidas y horas de juego sacrificadas para que nuestros niños y niñas se luzcan con el instrumento. La música siempre irá conectada con la vida de mis niños y mis niñas, la música se ha vuelto una parte fundamental para ellos y su comunidad, ha sido la forma para encontrarnos y salir al encuentro de otros. La música ha sido el lugar para escucharnos y hacernos escuchar en dignidad.
[1] Este texto fue construido a partir de entrevistas a profundidad realizadas por Nayani García Hernández y Nathaly Rodríguez Sánchez a Modesta López Hernández y la escritura colectiva en coautoría de la presente narración.