Los zapatistas y el fin del mundo

Julio Avalos[1]

Resumen: Este artículo de reflexión explora los conceptos de la colapsología aplicados a la experiencia de las comunidades zapatistas. Se argumenta la inviabilidad del proyecto civilizatorio industrial de la modernidad, que está basado en la extracción de recursos naturales para satisfacer una demanda creciente de bienes y servicios de una población global también creciente. La premisa teórica del colapso es que ese proyecto civilizatorio sólo es sostenible bajo la suposición de que recursos naturales son inagotables. A partir de la revisión de la obra de diversos autores que han realizado aportes en torno a la posibilidad de sustituir el modelo de desarrollo hegemónico, se plantea, por una parte, que la rebelión armada de 1994 sucedió en el contexto de un colapso localizado. Por otra parte, que la autonomía zapatista ha sido el punto de partida para la construcción de formas alternativas de democracia, producción de normas, producción agrícola, economía, educación y generación de energías. Se propone como fuente viva de conocimientos con base en la tradición cultural de los pueblos originarios de Chiapas, para la comprensión, análisis y eventual inspiración de otras formas alternativas de desarrollo comunitario. El objetivo de este trabajo es sugerir líneas de investigación sobre las propuestas zapatistas desde la teoría del colapso.

Palabras clave: zapatismo, colapso, crisis civilizatoria, modelos de desarrollo alternativo, autonomía 

Quizá haya algunos lectores a quienes la idea del fin del mundo aún les suene muy extravagante. Algunos autores usan expresiones diferentes pero igualmente altisonantes, como “desgarramientos civilizatorios”, “crisis civilizatoria” o “colapso global”. En cualquier caso, todas estas expresiones se refieren de alguna manera a la idea de que hay indicios (cuando no señales inequívocas) de cambios que trastocarían la historia de la vida del planeta en el curso de las próximas décadas. Una expresión más precisa sería “el fin del mundo como lo conocemos”, puesto que el mundo seguirá su curso de una forma u otra… Hasta el momento, una de las manifestaciones más perceptibles de este proceso extraordinario de la historia es el cambio climático ocasionado por el incremento de la temperatura promedio en la Tierra.

Los especialistas advierten desde hace más de medio siglo que el ritmo del desarrollo industrial, la polución, la presión sobre los recursos naturales y el crecimiento poblacional conducirán a un punto límite, después del cual llegaría un inevitable y brusco descenso de esos mismos indicadores hasta lograr un nuevo punto de equilibrio en el curso del próximo siglo. En algunos pronósticos, la cifra de la población humana se vería reducida en varios miles de millones de personas (Meadows et al., 1972).

A riesgo de pecar de antropocentrismo, la pregunta obvia es ¿qué pasará con toda esta enorme cantidad de seres humanos? ¿Quiénes morirán? ¿Se detendrán de golpe los nacimientos por alguna razón? ¿Pandemias? ¿Enormes cataclismos? En tales escenarios también intriga a los investigadores cómo será el día a día de los seres humanos que sobrevivan a los cambios, sobre todo en la hipótesis de que el cambio climático y una serie de diversas manifestaciones del colapso serán duraderas. En el primer apartado del trabajo abordaremos con más detalle la explicación del denominado colapso global.

Por otra parte, tenemos que desde hace 30 años un notable contingente de indígenas mayas en las zonas rurales de Chiapas (y también algunos simpatizantes no-indígenas) decidieron rebelarse en contra de un modelo de desarrollo que se les ha impuesto desde los centros urbanos y, particularmente, desde las élites políticas de México. No es nuestro objetivo describir con precisión las motivaciones zapatistas para la rebelión. Lo que nos interesa es descubrir algunas pistas que nos permitan identificar hasta qué punto las condiciones de las selvas chiapanecas de fines del siglo xx podrían considerarse análogas a las de una situación de “colapso localizado”. Una de sus principales reivindicaciones ha sido el derecho que tienen las comunidades indígenas a seguir existiendo como colectivos diferenciados de la sociedad dominante. Ellas apelan al derecho a defender su identidad frente a un proyecto político que las ignoró durante siglos, que ha seguido atropellándolas y destruyendo sus espacios vitales. Ese proyecto de nación estaría construido sobre los ejes de la modernidad, el capitalismo neoliberal, el colonialismo de génesis europea-occidental y el autoritarismo de Estado. Precisamente sobre esos ejes se ha construido el modelo civilizatorio que amenaza la vida en el planeta. En el segundo apartado del trabajo analizaremos con más detalle este argumento.

Los más de 30 años de zapatismo en México han permitido, a pesar de las adversidades, experimentar (¿revitalizar?) modelos de desarrollo local que podríamos calificar como posmodernos, anticapitalistas y decoloniales. Independientemente de la conceptualización que se ha realizado desde la academia sobre estos procesos, lo que interesa a nuestro análisis es la experiencia comunitaria zapatista para (re)construir un modelo de desarrollo alternativo. En el escenario de un eventual colapso global, las comunidades en rebeldía, el proceso de construcción de su autonomía y toda la cultura que ha podido florecer en torno al zapatismo adquieren un nuevo sentido. No se trata ya solamente de comunidades indígenas que resisten a un gobierno autoritario o al asedio de grupos criminales; ahora se trata también de una propuesta civilizatoria para transitar el colapso y, en el mejor de los casos, reconstruir la vida humana más allá del colapso. Si esta idea tiene la mínima posibilidad de ser acertada, valdrá la pena dedicar esfuerzos para estudiarla. En el tercer apartado de nuestro trabajo esbozaremos algunas ideas que apuntan a definir rutas de trabajo para esta esperanzadora posibilidad.

Este artículo ha sido escrito principalmente a partir de la revisión de fuentes documentales y con apoyo en las experiencias de vida del autor con comunidades indígenas y otros sectores populares en Latinoamérica. El objetivo es presentar al lector algunas hipótesis de trabajo y algunas líneas de investigación que serán sugeridas en el apartado final. 

1. El fin del mundo como lo conocemos

Admitimos que “fin del mundo” es una expresión que puede resultar particularmente dramática; no obstante, a la luz de la información disponible ya no lo parece tanto. Tiene, además, la ventaja de ser muy elocuente para describir la situación límite en la que nos encontramos como generación. En la academia, sin embargo, se ha posicionado con más éxito la expresión “colapso” gracias a la creatividad investigativa de Servigne y Stevens (2020), a quienes se atribuye el acuñamiento de toda una terminología sobre el fenómeno, incluyendo a la Colapsología como un campo de estudio.

En primer lugar, es oportuno decir que los colapsos civilizatorios no son tan excepcionales como podría suponerse. En nuestro continente varias civilizaciones desaparecieron antes de la llegada de los europeos. Lo que sabemos de ellas es que algún día fundaron enormes ciudades y florecieron, pero en algún momento desaparecieron sin que ahora podamos encontrar testimonios de lo que las condujo a su ruina. Así ocurrió, por ejemplo, con la civilización maya del período Clásico, durante el cual se edificaron algunas de las ciudades más importantes de esa cultura. Las investigaciones arqueológicas informan que, en torno al año 900 de nuestra era, abandonaron sus principales centros urbanos. Siglos después, en el periodo Posclásico, se fundaron nuevas ciudades, pero las causas del aparente colapso civilizatorio al final del primer milenio siguen siendo un enigma (Fonseca, 2012). El colapso de otras grandiosas civilizaciones sí ha podido ser documentado con detalles, como es el caso de la caída del Imperio romano, la del Imperio persa o la del Imperio azteca.

Servigne y Stevens (2020) citan a Cochet para definir el colapso en los siguientes términos: “el proceso a partir del cual una mayoría de la población ya no cuenta con las necesidades básicas (agua, alimentación, alojamiento, vestimenta, energía, etc.) cubiertas por los servicios previstos por la ley” (p. 12). Se trata de una definición elemental, pero nos permite comprender que, en tales circunstancias, lo previsible es un cambio profundo del orden establecido o, en el peor caso, un escenario de muerte de proporciones enormes.

En la literatura jurídica contemporánea se ha denominado “mínimo vital” a esas condiciones básicas para la subsistencia de los seres humanos (Soto et al., 2021). Así, si el Estado o el orden social establecido son incapaces de satisfacer el mínimo vital a un número determinado de ciudadanos, es previsible que ese orden social o ese Estado sencillamente desaparezcan o se transformen de manera abrupta, salvo que las instituciones políticas hayan reservado la capacidad de represión suficiente para enfrentar el colapso y se reviertan paulatinamente las condiciones que llevaron a esa situación.

Pero el colapso que implicaría “el fin del mundo que conocemos” tiene características inéditas en la historia de la humanidad (por lo menos hasta donde sabemos): se trataría de un colapso a escala global que impactaría no solamente el orden establecido y las estructuras políticas y económicas, sino también la estabilidad ecosistémica planetaria y, con ello, la posibilidad de revertir la situación en el corto plazo. Como podrá apreciar el lector, la idea de colapso global remite sin remedio a imágenes catastróficas.

Pero ¿qué podría conducirnos a ese indeseable colapso global? La respuesta sencilla es: nuestro modelo civilizatorio. Me refiero al modelo de desarrollo industrial basado en la extracción de recursos naturales para satisfacer una demanda creciente de bienes y servicios de una población global también creciente.

El problema que advirtieron los primeros estudios sobre los efectos perniciosos de nuestro modelo de desarrollo industrial es que se construyó sobre la premisa falsa de vivir en un planeta de naturaleza inagotable. En efecto, desde los inicios de la Revolución Industrial en la Europa del siglo xviii, prácticamente no hubo cuestionamientos sobre el eventual agotamiento de los recursos.[2] La expansión del desarrollo industrial se impulsó con empeño (al menos desde las élites sociales) por igual en Asia, África, Oceanía y América. El socialismo real en la Unión Soviética y en el este europeo se sumó al entusiasmo modernizador de la industrialización. 

Una notable llamada de atención en el hombro de la humanidad se produjo en 1972 en forma de libro: Los límites del crecimiento (The limits to growth). Esa obra fue el resultado de una investigación por encargo del Club de Roma al Massachussets Institute of Technology (mit). Los científicos del mit concluyeron que

Si continúan sin cambios las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, de la industrialización, de la contaminación, de la producción de alimentos y del agotamiento de los recursos, los límites del crecimiento en este planeta se alcanzarán en algún momento dentro de los próximos cien años. El resultado más probable será un súbito e incontrolable decrecimiento tanto de la población como de la capacidad industrial.[3] (Meadows et al., 1972, p. 12)

Este estudio intentó desarrollar un modelo matemático que comprendiera las variables determinantes para que, a través de los cálculos de una computadora (de aquella época), se pudieran ofrecer datos aproximados sobre el momento y circunstancias en que el desarrollo industrial global alcanzaría su punto máximo y, posteriormente, iniciaría su declive. Desde entonces, con el apoyo de nuevos datos y computadoras más potentes, se ha intentado actualizar el informe para ofrecer cálculos más precisos (Meadows et al., 2004). Más allá de la precisión lograda, la conclusión principal del estudio de 1972 sigue vigente: los límites del crecimiento se alcanzarán en el curso de los próximos cien años (es decir: ¡antes de 2072!).

1972 fue el año de la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, que se celebró en Estocolmo, Suecia. Los líderes mundiales reunidos en la organización, frente a la información conocida sobre las afectaciones ambientales por la actividad humana, decidieron crear el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (pnuma). Desde su fundación, monitorea los indicadores sobre contaminación y cambio climático, atestiguando un progresivo deterioro de las condiciones para la vida de miles de especies, incluyendo al ser humano.

Durante el último cuarto del siglo xx la información científica sobre los efectos del dióxido de carbono y otros gases generados por la actividad industrial encendió las alarmas sobre un fenómeno que las calculadoras del mit de 1972 no habían previsto: el calentamiento global y sus consecuencias sobre el clima en el globo terráqueo. De acuerdo con un informe de la Unión Europea, la década pasada (2010-2020) fue la más calurosa que se haya registrado; 2019 fue, en promedio, 1.1 ºC superior a la temperatura de la era preindustrial (Comisión Europea, 2024).

Los cambios climáticos asociados con el calentamiento global son difíciles de pronosticar, pero los especialistas advierten que el derretimiento de los polos está incrementando el nivel de los océanos, con lo cual muchas poblaciones de todo el mundo en las zonas costeras han empezado a ser desplazadas. La subida de las temperaturas produce cambios en las corrientes marinas, afectando a la fauna y modificando las condiciones climáticas en todo el planeta. Lluvias intensas y huracanes en lugares en los que no se producían antes y largas sequías amenazan paisajes milenarios, al igual que las actividades agrícolas, pecuarias, turísticas o la habitabilidad en diversas partes del mundo (Comisión Europea, 2024).

Pese a lo que podría suponerse, los autores de Los límites del crecimiento eran optimistas respecto al futuro cuando presentaron su informe. Creían que algunos ajustes al modelo de desarrollo industrial lograrían “un estado de equilibrio global y condiciones ecológicas y económicas sostenibles” (Meadows et al., 1972, p. 24). Claramente no ha sido así. Los ajustes, donde los ha habido, han sido insuficientes y la demanda de productos y servicios de los más de ocho mil millones de seres humanos que actualmente habitamos el planeta sigue estimulando el desarrollo industrial y la extracción de recursos naturales.

Desde la perspectiva hegemónica parece haber consenso respecto a que el éxito de un gobierno en cualquier parte del mundo se mide en crecimiento del producto interno bruto (pib) y, si el incremento del pib está asociado con una mejor redistribución de la riqueza, el éxito sería aún mayor. Sin embargo, aún el planteamiento de altas tasas de “crecimiento con equidad”[4] pierde de vista otra vez el hecho de que los recursos son finitos y, más aún, cada vez son más escasos para abastecer la demanda global. El crecimiento con equidad no es suficiente. Seguiríamos condenados a alcanzar los límites con márgenes cada vez más estrechos.

Las miradas de corto plazo determinan el curso de las democracias contemporáneas. Sin crecimiento económico, los políticos y sus partidos pierden votos. Las medidas para la reducción de gases de efecto invernadero (gei), causantes del calentamiento global, no son implementadas porque representan un incremento de los costos de producción y, por lo tanto, una desventaja competitiva en los mercados globales. Esta desventaja competitiva, a su vez, pondría en riesgo el logro de las metas de crecimiento económico. Así, el cortoplacismo político en materia económica termina postergando año con año los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Asamblea General de Naciones Unidas, 2015). También las metas sobre mantener a raya el calentamiento global se van flexibilizando: la meta original era impedir que se incrementara más de 1.5 ºC en promedio; hoy casi ya no se menciona esa cifra por irreal. En atención al incumplimiento de los compromisos de reducción de los gei, cada vez es mayor el escepticismo de lograr contener el calentamiento a menos de 2 ºC. De hecho, desde 2014, el Banco Mundial ha iniciado proyecciones para escenarios en los que la temperatura promedio se incrementaría en más de 4 ºC a fines del siglo xxi (World Bank Group, 2014).

Durante el siglo pasado, las guerras para lograr el dominio sobre la región del Medio Oriente se explican por esta lógica de control sobre los recursos naturales; en ese caso, asegurar el suministro de petróleo garantizaría la continuidad de sus procesos productivos y, por lo tanto, la prolongación de su crecimiento. Actualmente las potencias han abierto multitud de frentes de combate para asegurar el control sobre una diversidad de recursos estratégicos: oro, cobre, estaño, litio, cobalto, agua… Con mayor o menor discreción, Rusia, China y todas las potencias occidentales se apresuran, sea por la vía diplomática, por medio de tratados internacionales o mediante el uso de la fuerza, a construir su dominio sobre las regiones más ricas en recursos del mundo (Gutiérrez, 2023). El argumento que suele esgrimirse es el de la “seguridad nacional”, un eufemismo que atenta no solamente contra el sentido de respeto a la soberanía de otras naciones, sino también contra el sentido de urgencia para reconsiderar las prioridades. Finalmente, un colapso planetario no dejaría a nadie a salvo.

En un panorama en el que ninguna de las potencias está dispuesta a ceder, lo previsible es un agravamiento de las tensiones, lo que anuncia nuevos conflictos con su secuela trágica de muerte, desplazamiento y destrucción. Los conflictos bélicos en curso, sea la guerra en Ucrania, la despiadada incursión israelí en Palestina o el conflicto en Siria, por mencionar tres casos de frecuente referencia en los medios de comunicación, están marcados por la inconfesable intención de control sobre los recursos. Lo mismo podría decirse de otros episodios que, sin aparecer en las primeras planas de la prensa occidental, son igualmente lamentables, como el conflicto bélico de más de 30 años en la República Democrática del Congo (Vogel, 2024).

Servigne y Stevens (2020) explican que las tensiones mundiales y conflictos por el control de los recursos están directamente relacionados con la dinámica económica y financiera que impone el capitalismo global. Pretender que el crecimiento se detenga a escala mundial es una utopía que transmutaría en distopía al precipitarse el colapso financiero.

La recesión mundial de 2008 mostró los estragos sociales que implican las crisis financieras. A pesar de que la de 2008 fue comparada con la Gran Recesión de la década de 1930 (Maguey, 2018), sus alcances fueron relativamente controlados y el mundo financiero pudo seguir girando. Incluso, a pesar de su duración, el sistema económico global ha podido superar la pandemia por la covid-19. Pero un colapso a escala planetaria, sea detonado por la escasez de materias primas, por el desabastecimiento de alimentos, una nueva conflagración mundial o una serie de catástrofes ambientales, tendría efectos devastadores para el sistema financiero. De hecho, es posible que una nueva crisis financiera global se desate antes de que se presente cualquiera de esos fenómenos. Como lo muestran episodios anteriores, la desconfianza sobre el futuro en algún sector de la economía puede ser suficiente para desatar el pánico entre los inversionistas (Arreaza, 2023).

Sin la pretensión de ser exhaustivos, no queremos cerrar este apartado sin mencionar un reto adicional que ha ido cobrando notoriedad en las últimas décadas: los flujos migratorios. Aunque las cifras resulten alarmantes, es un fenómeno que parece estar comenzando. De acuerdo con datos de la Organización Internacional para las Migraciones (2024), el número de migrantes internacionales se ha duplicado desde 1990 y al menos se ha triplicado en los últimos 50 años. Para 2020, la organización reportó un estimado de 281 millones de personas migrantes, lo que significa que, para ese año, cerca del 3.6% de la población mundial había abandonado su país de nacimiento.[5] De continuar esta tendencia, para 2050 deberíamos considerar la probabilidad de que más de 500 millones de personas habrán abandonado su lugar de origen. Las causas que generan el fenómeno no tienen apariencia de ser superadas: pobreza, inseguridad, cambio climático, conflictos armados.

En síntesis, la hipótesis de un colapso de proporciones planetarias no es descabellada si consideramos las condiciones globales de creciente inestabilidad ambiental, de escasez de recursos, del frágil orden financiero, de convulsiones políticas nacionales y regionales, de amenazas a la paz y seguridad internacionales, así como del reto que representa gestionar los flujos migratorios impulsados por todos los fenómenos anteriores. Se trata de condiciones inéditas para la humanidad que empiezan a confluir de manera tan indeseable como inevitable.

 2. La insurrección zapatista en Chiapas: el colapso en proceso

Los tiempos geológicos se producen en una escala distinta a la de los seres humanos. Apenas podemos imaginar datos como los aproximadamente 4 500 millones de años de historia de la Tierra. La presencia humana sobre la faz del planeta representa una minúscula fracción de ese tiempo geológico, aunque a nosotros hablar de cientos de miles de años nos resulte una eternidad. Pero aún más insignificante resulta la fracción temporal que la industrialización ha necesitado para impactar el curso natural de la vida. Han sido poco más de dos siglos, una “nanopartícula de tiempo” en la historia planetaria.

Desde esa perspectiva cronológica es razonable admitir que el colapso global no es algo que pudiera ocurrir en un futuro, sino un fenómeno en curso cuyas primeras manifestaciones están localizadas en diversas partes del globo.

Nuestro argumento es que la insurrección armada de 1994 en Chiapas constituye uno de esos “desgarramientos civilizatorios” que anuncian el fin de una era. Tomo prestada esta expresión de María Eugenia Sánchez (2021). En sus términos, un desgarramiento civilizatorio:

[…] se conceptualiza como un quiebre histórico que ha resquebrajado entramados sociales de larga duración, ha modificado de manera contundente espacios y temporalidades, y está desnaturalizando relaciones e imaginarios consolidados como son la lógica del progreso, la relación sociedad-naturaleza, la superioridad del hombre sobre la mujer, entre otros. (Sánchez, 2021, p. 21)

Hasta antes de la insurrección zapatista, la narrativa oficial describía un proyecto nacional que prometía llevar a México a la élite del desarrollo capitalista por medio de la integración en mercados internacionales y un conjunto de políticas públicas y reformas legislativas de corte neoliberal. Se presumía que esos cambios destrabarían el potencial productivo, facilitarían la modernización de la industria y atraerían a los inversionistas que generarían numerosos empleos. Se anunciaba el inicio de una espiral de progreso y prosperidad.

En las comunidades indígenas la lectura era distinta. En la Primera Declaración de la Selva Lacandona, mediante la que se anunció la creación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) (Comandancia General del ezln, 1994) y se declaró la guerra al gobierno de Carlos Salinas de Gortari, se describe un orden socioeconómico y político que invade territorios y despoja de recursos a las comunidades, autoridades que oprimen a sus gobernados negándoles aquellos elementos básicos que integran el “mínimo vital”. Literalmente la declaración expone:

[…] se nos ha negado la preparación más elemental para así poder utilizarnos como carne de cañón y saquear las riquezas de nuestra patria sin importarles que estemos muriendo de hambre y enfermedades curables, sin importarles que no tengamos nada, absolutamente nada, ni un techo digno, ni tierra, ni trabajo, ni salud, ni alimentación, ni educación, sin tener derecho a elegir libre y democráticamente a nuestras autoridades, sin independencia de los extranjeros, sin paz ni justicia para nosotros y nuestros hijos. (Comandancia General del ezln, 1994)

De manera análoga a lo que hemos descrito como los factores que podrían conducirnos a un colapso de escala planetaria, en las comunidades indígenas de Chiapas se experimentaba un desgaste del modelo de democracia formal que solamente servía para asegurar el acaparamiento de los recursos por parte de un pequeño sector de la sociedad a expensas de la vida, del espacio vital para las comunidades y de la naturaleza. La reforma agraria de 1992 había, además, debilitado el régimen comunal y ejidal que, desde 1917, contenía la codicia de los inversionistas sobre los recursos naturales al mantenerlos fuera de la dinámica de los mercados (Mackinlay, 1993).

El movimiento zapatista denunciaba que las comunidades enfrentaban el asedio de grupos interesados en despojarlos de sus territorios. El desplazamiento de familias y comunidades enteras agravaba aún más las condiciones de vida que ya eran terribles. Sin poder cultivar sus tierras, sin poder acudir a las autoridades para denunciar atropellos ni poder garantizar las mínimas condiciones de supervivencia para sus integrantes, las comunidades mayas de Chiapas no tenían muchas opciones: decidieron rebelarse e iniciar un camino de incertidumbre denunciando al proyecto de Estado que, más que ignorarlos, los condenaba a la no existencia.

Desde su aparición, el zapatismo logró que la opinión pública empezara a cuestionar el significado convencional de las palabras: el progreso poco tenía que ver con la llegada de la modernidad en Chiapas. Más aún, la modernización podría ser culturicida y reaccionaria. Los indicadores de crecimiento económico podían coincidir con un deterioro de las condiciones de vida de los habitantes de las comunidades. El estado de derecho no es lo mismo que el estado de justicia. La democracia electoral podía ser un mecanismo de opresión popular. El concepto de paz de algunos puede representar una forma de guerra para otros. El mundo no es uno, sino muchos mundos. México no es una nación, sino un conjunto de pueblos diversos, todos con derecho a existir.

Tal vez la mayor virtud del zapatismo ha sido justamente que rescató la imaginación de otras realidades en una época en la que se llegó a proponer el fin de la historia (Fukuyama, 1992). Evidentemente el episodio de Chiapas no implicó el derrumbe del status quo, pero sí representó un “desgarramiento” de la modernidad, del neocolonialismo, del neoliberalismo y del autoritarismo del Estado.

La solidaridad que concitó el zapatismo dentro de México y en todo el mundo evidenció que el sentir de los indígenas chiapanecos era compartido por muchas personas con realidades muy diversas. La denominada “Batalla de Seattle” en 1999 se inscribe en la misma lógica de rechazo a una forma hegemónica de globalización impulsada por las élites representadas por la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y las potencias occidentales (Fernández, 2007).

Un año más tarde en Praga se libraría una batalla más, ahora en el centro del continente europeo y con la participación de miles de personas de todo el mundo. A falta de una nomenclatura más adecuada, se dio en llamarles el “movimiento antiglobalización” o, como despectivamente los llamaron: “globalifóbicos”.

Las manifestaciones de insatisfacción con el modelo de desarrollo neoliberal se multiplicaron: al movimiento indígena se sumaron estudiantes, mujeres, personas de la diversidad sexual, sindicatos, ecologistas, pacifistas, defensores de los derechos humanos y todo un caleidoscopio de movimientos que pusieron en la arena de debate de la opinión pública mundial visiones distintas sobre el futuro. Durante los primeros años del nuevo milenio, el Foro Social Mundial de Porto Alegre acogió todas las propuestas bajo el lema “Otro mundo es posible” (Fernández, 2007).

No obstante, Chiapas, Seattle, Praga y Porto Alegre constituyen apenas los desgarramientos de un proyecto civilizatorio que sigue su marcha. Reconocemos en todos esos movimientos la virtud de dinamizar el pensamiento crítico, visibilizar proyectos alternativos y ofrecer esperanzas. Lamentablemente, ninguno de ellos tiene la capacidad de reconducir la inercia inconmensurable de la colosal máquina de destrucción en que se ha convertido el modelo de desarrollo industrial de nuestra época. 

Si, como lo afirmamos, el colapso global es inevitable, el zapatismo y todos los movimientos alternativos adquieren un valor precioso: son las semillas que germinarán los mundos diversos después del colapso global.

3. La autonomía: su importancia crucial en un escenario de colapso

Aunque la autonomía de pueblos y comunidades indígenas es un derecho que ha sido reconocido por la norma constitucional en México, así como por los acuerdos internacionales, su ejercicio se practica en el ámbito comunitario con muchas limitaciones. Las experiencias más frecuentes se enfocan en el nombramiento de autoridades siguiendo sus sistemas normativos internos, es decir, una dimensión política restringida de la autonomía que procura que estos procesos se desarrollen sin el concurso de partidos políticos ni la aplicación del sistema electoral de votos organizado por las autoridades electorales del Estado.

Los avances en materia de elección de autoridades mediante los usos y costumbres indígenas son importantes en Oaxaca y en algunas comunidades y municipios de Michoacán y, más recientemente, en Puebla y Chiapas (Solís, 2023). No obstante, estas formas de autonomía se producen en el marco del sistema normativo oficial del Estado, de modo que se busca el control de los presupuestos públicos y el ejercicio de funciones de gobierno municipal. Por otra parte, estas comunidades, en mayor o menor medida, desarrollan su quehacer colectivo insertas en la dinámica social y económica de la región en la que se encuentran, sea para el funcionamiento de sus escuelas, para la comercialización de sus productos, para el abastecimiento de los bienes y servicios que demandan sus poblaciones, etc. Se trata de experiencias para el ejercicio de la autonomía que se integran a las dinámicas de vida de sus regiones; en ese sentido, resultan vulnerables respecto a las reformas legislativas, a las fluctuaciones de la economía local o nacional o, incluso, respecto a la entrega (o no entrega) de apoyos financieros de programas gubernamentales.

No queremos desacreditar esas experiencias, pero es importante identificar los puntos de contacto con la dinámica socioeconómica y política regional y nacional para comprender en qué medida la suerte de esas comunidades está ligada a los fenómenos de su entorno. En el escenario de un colapso global, estos factores revisten una importancia crucial. Una comunidad será más resiliente en la medida en que su autonomía respecto a su entorno sea más completa: además de su capacidad para tomar decisiones o nombrar autoridades, también será fundamental el grado de autonomía alimentaria o energética, por ejemplo.

Como lo hemos advertido, nadie quedaría a salvo frente a un colapso ecosistémico global, pero resulta obvio que no afectaría en el mismo modo a toda la población del mundo. Previsiblemente las zonas urbanas, especialmente las megaciudades, tendrán más dificultades para abastecerse de alimentos suficientes o para garantizarse la disponibilidad de agua potable. Otro factor fundamental es la dependencia de fuentes convencionales de energía que hoy son indispensables tanto para la producción industrial como para la vida urbana.

El movimiento zapatista ha transitado desde hace más de 30 años por una ruta radical en la lucha por lograr comunidades autónomas. Se impusieron el desafío de diseñar un modelo de vida en colectivo independiente al de las instituciones políticas oficiales. Así han desarrollado sus propias instituciones de gobierno, un sistema educativo, instituciones para la administración de justicia, clínicas para la atención sanitaria, una red de comercio para el intercambio de bienes y servicios comunitarios, además de una larga experiencia en la producción agroecológica con base en los conocimientos y tradiciones de los pueblos originarios de la región.

No se trata de romantizar el zapatismo. Nuestro trabajo ha de ser el análisis sobre la experiencia acumulada para presentar opciones a colectivos de todo el mundo que, antes o después, deberán iniciar su propio camino cuando el mundo que conocemos ya no esté presente.

El punto de partida para la construcción de comunidades autónomas es la autodeterminación, es decir, la posibilidad para decidir libremente todo lo que atañe a su vida como colectivos; para ello, es necesario diseñar modelos locales de democracia popular. El argumento que sostiene esta afirmación es que, como lo hemos visto, la política de Estado en todos los niveles de gobierno está atada a la búsqueda de objetivos de corto plazo favorables a la industrialización, aunque ello implique sumarse a la inercia autodestructiva del modelo de desarrollo imperante.

En la búsqueda por establecer una estructura de gobierno eficiente, los zapatistas han seguido un proceso de desconcentración de la autoridad. Durante años, intentaron estructurarse en torno a instituciones análogas al municipio que llamaron Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (marez). Éstos, agrupados por zonas en organismos deliberativos que denominaron Aguascalientes, desde su origen, estuvieron bajo control de la estructura militar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln), lo cual tenía sentido en el contexto de un enfrentamiento armado, pero que después de unos años debió ser evaluado críticamente (Avalos-Peláez, 2022).

En 2003, la Sexta Declaración de la Selva Lacandona informaba que, después de una revisión sobre la injerencia militar en los asuntos de los marez, se decidió retirar los mandos del ezln de los asuntos de orden civil. Así, cada municipio zapatista tendría que nombrar a sus propias autoridades para que “mandaran obedeciendo”. Los Aguascalientes desaparecieron para ser sustituidos por las Juntas de Buen Gobierno (jbg), como instancias de gobierno intercomunitario en unidades territoriales ahora llamadas Caracoles. Las jbg también fueron integradas por representantes zapatistas que no formaban parte del mando militar del ezln (Comité Clandestino Revolucionario Indígena Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, 2005). De acuerdo con Avalos-Peláez (2022), este cambio obedeció a la revisión que los zapatistas hicieron no solamente respecto a la necesidad de desmilitarizar a los marez y dotarlos de más funciones (impartición de justicia, educación, comercio, atención sanitaria, etc.), sino también sobre la relación que se desarrolló desde los Aguascalientes con la sociedad civil, la cual evidenciaba vicios que conspiraban contra el proyecto autonómico (Marcos, 2003).

Los Caracoles, sus jbg y los marez constituyeron la estructura de gobierno autónomo zapatista durante cerca de 20 años. En 2023, una nueva evaluación autocrítica sobre el funcionamiento de la autonomía condujo a un cambio que pretende profundizar la desconcentración de la autoridad comunitaria. Se creó la figura del Gobierno Autónomo Local (gal) como unidad básica de la democracia autónoma. La atomización de los marez (que en la nueva estructura zapatista desaparecen) buscaría acercar las funciones de gobierno a los colectivos agrupados en rancherías, comunidades, barrios, ejidos y hasta en colonias (Moisés, 2023).

El comunicado que anuncia la nueva estructura de autonomía zapatista propone que las autoridades nombradas por cada gal convoquen a los Colectivos de Gobiernos Autónomos Zapatistas (cgaz) para proponer, discutir y decidir sobre asuntos de interés común para varios gal en materia de salud, educación, agroecología, justicia o comercio. Los cgaz cuentan con coordinadores por áreas o regiones cuya labor, determinada por los gal, es gestionar campañas de atención sanitaria, actividades de formación y capacitación, deportivas o culturales. Por su parte, los Caracoles, ahora sin sus jbg, formarán Asambleas de Colectivos de Gobiernos Autónomos Zapatistas (acgaz) cuyas funciones serán atribuidas por los cgaz (Moisés, 2023).

El documento mediante el que se da a conocer esta nueva estructura expresa con elocuencia el propósito que guía los cambios:

Nos hemos preparado para que sobrevivan nuestros pueblos, incluso aislados unos de otros… esta nueva etapa de la autonomía se hace para enfrentar lo peor de la Hidra, su bestialidad más infame y su locura destructiva. Sus guerras e invasiones empresariales y militares. (Moisés, 2023)

4. Tareas para los colapsólogos

El escenario de un colapso global implica, recordemos, la gradual o abrupta (según la escala de tiempo que usemos) descomposición del sistema total sobre el que se asienta el proyecto civilizatorio hegemónico: su industria, sus cadenas de abastecimiento de bienes y servicios, sus fuentes de empleo, sus fuentes de suministro de energía, su estructura económica, sus estructuras de gobierno, sus mecanismos de administración de justicia y la mayor parte de los referentes teóricos que se emplean para comprender y proyectar la realidad. No podremos contar con ello en los futuros que estamos obligados a imaginar.

Por otra parte, es importante admitir que esas circunstancias hipotéticas, que para muchas personas pueden parecer inverosímiles, son circunstancias reales para un sector creciente de la población mundial. Para las comunidades rebeldes de Chiapas de 1994, para enormes regiones de los cinco continentes e incluso para importantes sectores marginados dentro de las ciudades de los países “más desarrollados” del mundo, el colapso está en curso, no lo tienen que imaginar.

Aún si no nos enfrentáramos a la posibilidad de colapsar como civilización, la búsqueda de alternativas para construir modelos de vida en común que sean más justos, igualitarios, sensibles con otras especies y que sean más amables, es una tarea que, a nuestro juicio, es impostergable. Y posiblemente la palabra resiliencia no sea la más apropiada, porque no se trata de adaptar nuestros modos de vida a los cambios que se avecinan. Se trata de modificar los modos de vida en sí mismos.[6]

Por eso proponemos que la experiencia zapatista es una fuente extraordinaria e imaginativa para la búsqueda de alternativas. La tarea para diseñar “un mundo en que quepan muchos mundos” ha abarcado diversas áreas del quehacer humano abrevando de la riqueza cultural de los pueblos mayas que habitan la región chiapaneca.

Dion y Laurent (2015), en su investigación sobre experiencias alternativas en todo el mundo, sugieren cinco elementos fundamentales para los nuevos modelos: agricultura, energía, economía, democracia y educación. Como lo hemos visto, las circunstancias zapatistas obligaron a empezar por la autonomía política y, por lo tanto, a inventar su democracia. Muñoz (2005) da cuenta del proceso que llevó a las comunidades a organizarse en la clandestinidad desde mediados de la década de 1980 y la forma en que se decidió el levantamiento armado del 1.° de enero de 1994. En ese sentido, la decisión de ir a la guerra fue el primer gran reto para la democracia y las estructuras políticas zapatistas.

La evolución y resultados de la estructura política del zapatismo constituyen, en sí mismos, temas de estudio dignos de atención. El conflicto bélico es un factor que dio protagonismo a la estructura militar indígena al menos hasta 2003, lo cual posiblemente marca una condicionante que, ojalá, sea excepcional. Sin embargo, esa misma condicionante condujo a extremar la búsqueda de soluciones autónomas en diversas áreas de la vida comunitaria.

Pinheiro y Rosset (2023), citando a Fernández (2014), dan cuenta del desarrollo de un importante marco normativo elaborado en las comunidades rebeldes para organizar su convivencia. La legislación zapatista no solamente ha abordado los aspectos obvios de la lucha armada; quizá a algunos lectores les sorprenderá saber que contaron con una Ley Revolucionaria de Mujeres desde 1993 en favor de eliminar la discriminación y diversas formas de violencia por razones de género. No es ocioso observar que esta ley se anticipó 14 años a la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.[7] Asimismo, se han desarrollado normas sobre relaciones laborales, comercio, seguridad social, cuidado de la naturaleza, tenencia y uso de tierras de cultivo y, por supuesto, un sistema de justicia que también se anticipó varios años al enfoque restaurativo que el sistema penal mexicano acogería en 2008.

El estudio del sistema jurídico zapatista es otro de los campos de trabajo que proponemos para identificar alternativas al sistema jurídico oficial. No es desconocido para los juristas el hecho de que la administración de justicia en el marco de la institucionalidad estatal se encuentra en un momento crítico que, pese a los intentos de reforma, parece seguir agravándose año con año.

En sintonía con el desarrollo normativo zapatista, las comunidades han construido un modelo educativo popular al margen de la institucionalidad oficial. Un estudio de Silva (2019) explica que esta propuesta educativa, que integra el Sistema Educativo Autónomo Zapatista de Liberación Nacional (SERAZ), parece inspirada en las ideas de Paulo Freire. Expresamente se distancia de la mercantilización del conocimiento y no expide títulos que promuevan la jerarquización social. Los contenidos educativos son definidos por cada comunidad en atención a sus particularidades y necesidades, aunque todas las escuelas tienen en el centro de sus propuestas la colectivización del trabajo agrícola, el impulso de las cooperativas y la creación de tiendas comunales para la distribución de los bienes de consumo básicos.

Claramente la educación zapatista constituye un elemento clave para el fortalecimiento de otros dos de los cinco elementos sugeridos por Dion y Laurent (2015): la agricultura y la economía.

Las comunidades rebeldes se proponen desarrollar métodos de producción agroecológica como fuente de producción para alcanzar niveles crecientes de soberanía alimentaria. Val y Rosset (2022) exponen que esta tarea comunitaria, a la que denominan “agroecología emancipatoria”,

[…] se ha convertido en un potente dispositivo para promover la recuperación de la(s) identidad(es) (campesinas, indígenas, afrodescendientes, populares, entre otras); el retorno de los saberes -ancestrales, vernáculos y tradicionales- excluidos, el resurgir de las potencias latentes y la (re)valoración de sus propios sentidos de vida. (Val y Rosset, 2022, pp. 26-27) 

En las comunidades zapatistas, la actividad productiva es, por lo tanto, también un acto de aprendizaje y liberación. Una tarea importante será la de analizar el impacto que tiene la producción agroecológica no solamente en el objetivo de lograr la soberanía alimentaria; también en el propósito de revitalizar el sentido de pertenencia con la tierra que caracterizó a las culturas originarias de la región. ¿Qué de todo ello merecerá y podrá ser replicado en otros escenarios? Difícil anticiparlo, pero valdrá la pena explorar e intentar.

En cuanto a la producción de energía, el quinto elemento de los sugeridos en la investigación de Dion y Laurent (2015), los avances parecen ser mucho más modestos. De acuerdo con Rivera (2019), el proyecto más importante se produjo en el Caracol de La Realidad. Con el apoyo de simpatizantes de Italia y personal del Sindicato Mexicano de Electricistas, se instaló una turbina para la generación de energía hidroeléctrica en 1996, apenas dos años después del levantamiento armado, y continuó en operaciones hasta 2005.

Aunque el consumo de energía presumiblemente es mucho menor que en las zonas urbanas, el suministro es indispensable para las clínicas zapatistas, los sistemas de comunicación y la movilidad de personas. El empleo de plantas generadoras a base de combustible, la conexión clandestina a la red eléctrica y el uso de vehículos automotor sigue siendo la solución habitual.

La generación de energía limpia y no dependiente del extractivismo es un asunto pendiente para el zapatismo, al igual que lo es para toda la humanidad.

Servigne et al. (2022) proponen una rama de estudio adicional en el campo de la colapsología en la que la experiencia zapatista también ha caminado durante décadas: el crecimiento interior (personal y colectivo), que es posible cuando se ha aceptado de manera radical que es necesario caminar una ruta alternativa, una filosofía de la esperanza para transitar el colapso o poscolapso.

Asumir que el proyecto civilizatorio industrial está próximo a alcanzar sus límites (o ya los ha alcanzado), nos impone la disposición a abrirnos a conocer propuestas diversas, a aceptar con libertad y actitud renovada que las fronteras de lo posible están más lejos de lo que el status quo y las ciencias sociales lo han planteado. Desde esta nueva postura, la tarea de imaginar un mundo donde quepan muchos mundos es hermosa.

Referencias

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[1] Licenciado en Derecho por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; Maestro en Sociología del Derecho por el Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati (España) y Maestro en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Complutense de Madrid (España); Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Desde 2018 se encuentra adscrito al Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana Puebla.  Correo-e: julio.avalos@iberopuebla.mx ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5776-1677

[2] Una excepción destacable, aunque un tanto desacreditada desde varias perspectivas, es la obra de Robert Malthus publicada en 1798 bajo con el título Primer ensayo sobre el principio de la población (Malthus, 2017). El descrédito de la obra malthusiana se explica por haber sido calificada de excesivamente pesimista, un tanto insensible (puesto que pareció más interesado en la suerte de sus coterráneos que en las crisis humanitarias que predijo) y también por la imprecisión de sus cálculos al no haber contemplado importantes variables (ésta última, quizá la más injusta de las críticas, considerando que su obra es de finales del siglo xviii).

[3] El texto que se transcribe fue escrito originalmente en inglés. Esta es una traducción del autor de este artículo.

[4] Esta fue la propuesta de la Comisión Económica para América Latina en el marco de la teoría económica neoestructural de la década de 1990 (Comisión Económica para América Latina, 1996).

[5] A esa cifra ha de sumarse los cerca de 60 millones de seres humanos desplazados dentro del territorio de sus propios países (Organización Internacional para las Migraciones, 2024).

[6] Tornel y Montaño (2023) recopilaron una serie de aportes que, por una parte, desmontan las falsas soluciones que se proponen desde el capitalismo sostenible y, por otra parte, aportes que proponen alternativas radicales.

[7] Publicada en el Diario Oficial de la Federación el 1.° de febrero de 2007.

Julio Avalos

Licenciado en Derecho por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; Maestro en Sociología del Derecho por el Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati (España) y Maestro en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Complutense de Madrid (España); Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Desde 2018 se encuentra adscrito al Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana Puebla.  Correo-e: julio.avalos@iberopuebla.mx ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5776-1677

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