Ciencia y cultura, un viaje multidimensional a través del tiempo

Astrid Wojtarowski Leal[1]

 Xochitl del Alba León Estrada[2]

Resumen: En este texto, presentamos una reflexión desde una perspectiva historiográfica y antropológica sobre los conceptos de ciencia y cultura, y su interrelación. Partimos de las ideas surgidas en la Edad Moderna y concluimos con algunas posturas contemporáneas que se contraponen a la noción positivista de ambos conceptos. 

Palabras clave: ciencia, cultura, Edad Moderna, multiculturalidad, antropología. 

Hace algún tiempo nos sugirieron escribir un texto sobre la relación entre la ciencia y la cultura. Quien lo hizo tomaba en cuenta nuestra formación inicial como antropólogas y la necesidad de reflexionar sobre estos temas con un público amplio, incluido el universitario. Iniciamos de la manera más simple, planteando la pregunta: ¿cómo se relacionan la ciencia y la cultura? De inmediato nos percatamos de que abríamos el tópico con el señalamiento de que se trataba de fenómenos separados. Pero no descartamos la pregunta inicial, aunque nos pareciera común. La sostuvimos porque tal manera de afrontar la reflexión nos resultaba útil para pensar cómo han sido definidos estos conceptos a lo largo del tiempo y cómo se han ido transformando en virtud de los contextos. La separación estaría justificada solamente como método de análisis, dado que asumimos como premisa que son fenómenos indivisibles, y que tal escisión es realizada por la necesidad de centrar la atención en aspectos específicos que nos ayudan a comprender mejor.

Tanto la ciencia como la cultura son productos humanos caracterizados por la diversidad, de manera que podría quedar corta su expresión en singular. Al reconocer esta característica, subrayamos sus manifestaciones múltiples y heterogéneas, a pesar de la herencia de la Modernidad, que ha enquistado en el pensamiento conceptualizaciones ideales para uno y otro término, y una tendencia a asumir todavía en la actualidad que hay una ciencia y una cultura de carácter superior. A continuación, desarrollaremos estos puntos en mayor detalle.

1.     La postura dominante sobre ciencia y cultura, y algunas reflexiones críticas al respecto

Múltiples nociones que germinaron en lo que la Historia convencional define como Edad Moderna (siglos xv-xviii) (Bustinza y Ribas, 1973), y que se fueron consolidando en el siglo xix y mediados del xx, perduran en la mente de un sinnúmero de nuestros contemporáneos. Actualmente, están presentes y vigentes: la imagen de lo urbano como superior a lo rural, la fe en la ciencia y la tecnología como solución a todos los males de la humanidad (Morin y Kern, 1976), que ahora se puede definir con el acertado término de “solucionismo tecnológico” (Morozov, 2014), y la idea de calidad de vida asociada a la de progreso. Este último entendido como un proceso lineal y ascendente de comodidades a partir de la atenuación de las contradicciones socioeconómicas. Desde esta perspectiva y en este proceso, Europa Occidental se erige como “ideal” de cultura al cual debían aspirar todos los pueblos del mundo y, eventualmente llegar, por el sendero de la historia y la evolución social unívocas y con la ciencia positivista y la tecnología proveniente de esta, a la cabeza de su desarrollo.

La llamada cultura occidental ha configurado las ideas y las prácticas de una parte importante del globo terráqueo. Hemos aprendido que, desde finales del siglo xv, Europa se había convertido en el “centro del mundo” por primera vez en la historia, a partir de la conquista de América Latina, seguida por la de la América anglosajona, y posteriormente de los territorios islámicos y el África Bantú (Dussel, 2004). Esta es una idea ampliamente aceptada en los círculos académicos y la que se enseña en las clases de Historia en los territorios eurocéntricos, pero no es la única postura y sólo para presentar la contraparte, sintetizamos otra perspectiva en la última oración de este párrafo, para después continuar con el análisis.

Enrique Dussel afirma que la hegemonía mundial europea inicia mucho después, en el siglo xviii. Llega a esta conclusión tomando en cuenta la investigación de Gavin Menzies, quien destaca la experiencia de navegación oceánica de la China, así como sus adelantos en las arenas política, comercial y científica, como fenómenos que rezagan al continente europeo con relación a la China del siglo xv (Dussel, 2004).

La noción de una sociedad modelo en Occidente está presente desde la Antigüedad, con el ejemplo de Grecia y Roma como cánones de civilización y, posteriormente, durante el Renacimiento (movimiento artístico y cultural que coincide temporalmente con los inicios de la Edad Moderna), con la incursión de las potencias europeas en las diversas latitudes que antes señalamos. Hasta la actualidad es común que el término cultura se asocie a una perspectiva “superior” proveniente de esta tradición.

Pero el término cultura tiene más de una acepción. Hubo un traslado de su significado primario, semánticamente asociado al cultivo de la tierra, a otro vinculado con el “cultivo” de la mente (Williams, 1976). Esto se propició por el estatus que supuso el interés y la búsqueda del conocimiento impulsado por el ideal de ser humano “cultivado” y de sociedad “culta”, asociados al arte y la ciencia, que tiene sus cimientos modernos en el Renacimiento y se consolidó a partir de la Ilustración (siglo xviii). Aunque las raíces de esta transformación del significado de cultura pueden rastrearse desde las ideas impuestas por la Modernidad, no fue sino hasta el siglo xix que se reflexionó sobre su concepto (Fernández de Paz, 2006) y se le dotó de un carácter preeminente.

Esta acepción “superior” de cultura está presente hasta hoy en la opinión común, y se usa para designar refinamiento, una instrucción sobresaliente en bellas artes y conocimientos en general, y es similar a la que proviene de la estética. Williams, además del sentido estético, identifica tres acepciones más de cultura desde las ciencias sociales: la antropológica, la sociológica y la del psicoanálisis (Williams, 1976), que se oponen a la primera (estética) y, en consecuencia, a la cultura como sinónimo de superioridad intelectual.  

El corazón de la antropología es el análisis de la cultura. Este término, además de lo anteriormente dicho, ha atravesado por tres nociones fundamentales que han arropado a más de un centenar de definiciones (Austin, 2000). En un primer momento, durante la mitad del siglo xix, el concepto de cultura que tuvo relevancia fue el de Tylor, que instaba a encontrar principios generales a partir del estudio de las costumbres, leyes, creencias, arte, moral, conocimientos y hábitos de las sociedades (Tylor, 2010), y a pesar de ser considerado poco preciso, continúa siendo de uso común en la antropología (Austin, 2000). A esta primera ola corresponde también el concepto desarrollado por Kroeber y Kluckhohn a mediados del siglo xx, cuya acepción, también positivista, consideraba a la cultura como un elemento externo a la mente de las personas, pero que determinaba sus acciones, es decir, un patrón rígido donde los seres humanos no podían más que amoldarse (Tylor, 2010).

La segunda ola, representada por Goodenough (Reynoso, 1986), define a la cultura como un fenómeno que ocurre y se construye al interior de la mente. Finalmente, en la tercera ola, encontramos a Geertz, quien asume que la cultura es un fenómeno semiótico, un entramado de significados tejido por los humanos (Geertz, 1987), que sucede en un contexto geográfico, climático, histórico y productivo particular, que le da un sello único (Austin, 2000). Desde esta postura, podrán existir culturas similares, pero no idénticas, y este fenómeno no podrá ser explicado desde alguna ciencia experimental que busque leyes generales, sino desde una ciencia interpretativa (Geertz, 1987).

El paradigma positivista, que se encuentra en la base durante la primera ola de la noción de cultura, está vinculado al método científico experimental y obedece en su origen a las condiciones históricas, socioeconómicas y políticas de la época en que el ideal de cultura occidental se empezó a desplegar en Europa. El novedoso método, impulsado por Galileo (1564-1642), proviene de la puesta en tela de juicio del argumento de autoridad a priori (Mandolfo, 1943). La actitud de sello renacentista que incita a cuestionar, a dudar y a comprobar, se instala sobre una nueva visión del mundo y del ser humano, donde este, desplazando el protagonismo religioso medieval, se convierte en el centro de atención de las inquietudes humanas. Esto socava los pilares aristotélicos (Salazar, 1984) y religiosos de explicar el mundo a partir de suposiciones y de asumir tales como verdades incuestionables.

El carácter inquisitivo y sistemático de esta ciencia moderna permitió importantes avances en los conocimientos sobre el universo y el mundo natural. Inició entonces un camino que animó la promesa de eliminar para siempre a las enfermedades, y la idealización de que a través de la ciencia podría liberarse al ser humano de todas sus preocupaciones. Pero esta misma noción crédula fue generando desconfianza y fuertes críticas de quienes observaban con menor ingenuidad los senderos científicos (Fernández, 2003).

La ciencia es una de las muchas maneras que el ser humano tiene de comprender la realidad. Su capacidad para ordenar y estructurar sistemáticamente los datos, y, en su postura epistemológica positivista, su insistencia en la comprobación de las hipótesis y el establecimiento de teorías generales, le confirieron un estatus de credibilidad con efectos positivos; pero que, en su orilla radical, traspasó la contundencia de lo demostrable para penetrar en la lógica del dogma científico. Este extremo, como suele suceder con los radicalismos, supuso también su debilidad (Fernández, 2003).

Tal dogma promueve una actitud cientista o cientificista, que se aleja de la propia ciencia al no ser un sistema organizado y riguroso de criterios para explicar la realidad, sino una postura ideológica que absolutiza el papel de la ciencia en la cultura. Con viejas raíces, aún está presente en nuestra época y se basa en la suposición de que la ciencia es la única forma válida de conocimiento, negando la multidimensionalidad de los saberes humanos. El cientismo niega la validez de los conocimientos construidos desde otras actividades intelectuales, como la literatura, la filosofía, las artes e incluso de disciplinas como las ciencias sociales, considerándolas como palabrería curiosa, por no mostrar el espíritu o la moral humana basado en la explicación del funcionamiento y las propiedades de los circuitos cerebrales (Fernández, 2003).

2.     Una relación coordinada, no subordinada

La pregunta inicial sobre cómo puede darse la relación entre ciencia y cultura permite cuestionarse también: ¿alguna es fuente de la otra? En los albores de la humanidad, la manipulación y control del fuego dio pie a desarrollar técnicas, tecnologías y saberes aplicados a la vida diaria, como la alimentación, la seguridad y la convivencia. Este proceso fue gradual e implicó la participación activa de comunidades, es decir, grupos sociales que transmitieron este conocimiento de generación en generación. Saber controlar el fuego facilitó la inventiva para su adecuación en diferentes contextos, resultando un conocimiento científico empírico que produjo avances tecnológicos aplicados, por ejemplo, al procesamiento de alimentos. Esto último derivó en prácticas y costumbres alimentarias arraigadas como aspectos culturales identitarios de un grupo social.

De esta forma, la ciencia definiría a la cultura, pero, si consideramos que lo anterior es resultado de un trabajo colectivo en el que se involucran familias, comunidades o pueblos, la ciencia puede interpretarse como una construcción cultural, pues surge desde la interacción social de los seres humanos como miembros de una comunidad, que motivados por fines pragmáticos descubren, perfeccionan y transmiten saberes.

Según Steward (1955), la cultura es una estrategia de la humanidad para adaptarse al entorno ambiental. Para desarrollarla, los seres humanos establecen relaciones con su ambiente, que le permiten conocerlo y aprovecharlo. En este sentido, la cultura se manifiesta en objetos, pensamientos, territorios, tecnología, valores y significados, que al transferirse a nuevas generaciones u otras sociedades, diacrónicamente, se convierte en conocimientos e ideas modificables e influenciables, en diferentes niveles y contextos. Este conocimiento se materializa en la ciencia y nace de una forma particular de comprender el mundo, lo tangible, lo intangible y las diversas conexiones e interacciones entre la naturaleza y la sociedad.

Desde nuestra mirada, la ciencia y la cultura son dos caras de una misma moneda. La construcción de las diversas manifestaciones de ambas son fruto del devenir de los grupos humanos en sus maneras de estar en un momento y un territorio específicos, interactuando entre sí.

3.     Más allá del pensamiento hegemónico

La manera de estar en el territorio en un momento específico, y las necesidades y expectativas que resultan de ello, nos llevan de vuelta a pensar en el conocimiento científico fincado en el pensamiento positivista y hegemónico europeo, pues observamos que es territorial y de carácter histórico. Este pensamiento posibilita y despliega relaciones de poder asimétricas, basadas en la superioridad científica y tecnológica. Uno de los objetivos del colonialismo europeo fue el de proveerse de recursos naturales y mano de obra invadiendo territorios con la justificación de reproducir condiciones de vida “moderna/industrializada”. Por consiguiente, los modelos científicos explicativos derivados del positivismo fueron empleados por diferentes disciplinas para comprender el desarrollo de sociedades y pueblos que no compartían los mismos intereses, necesidades, ni habitaban los mismos ecosistemas que las naciones “civilizadas”.

No fue sino hasta finales del siglo xx que el debate conceptual posestructural sobre ciencia y cultura tuvo un giro epistemológico tematizado desde realidades no occidentales. Así, surgen en la experiencia latinoamericana y de Asia Meridional posturas críticas y decoloniales que buscan visibilizar desarrollos científicos y culturales experimentados en regiones y pueblos no occidentalizados, resaltando cosmovisiones y modelos explicativos alternos, pero igualmente válidos. Enfoques como bioculturalidad (Boege, 2008) (Toledo y Barrera-Bassols, 2008), poscolonialismo (Gupta, 1998) y dislocación/disrupción (Appadurai, 1990), tratan de explicar procesos de conocimiento y desarrollo cultural aterrizados en dinámicas de multiculturalidad, apropiación y construcción de saberes en ámbitos sociales y geográficos diversos.

Con aportaciones desde otras perspectivas, la estructura ontológica conceptual de ciencia y cultura, en sus acepciones tradicionales positivistas, se desdibuja para dar cabida a debates críticos y relevantes, necesarios en la academia contemporánea, donde las fronteras disciplinarias son difusas, pues la complejidad de comprender ciencia(s) y cultura(s) en un mundo multicultural requieren flexibilidad y adaptación del pensamiento humano.

 

Referencias

Appadurai, Arjun. (1990). Disjuncture and Difference in the Global Cultural Economy. Theory, Culture & Society, 7(2-3), 295–310. doi: 10.1177/026327690007002017.

Austin-F, Tomás. (2000). Para comprender el concepto de cultura. UNAP Educación y Desarrollo, 1(1), S/P. Recuperado de https://gc.scalahed.com/recursos/files/r161r/w24359w/S1R1.pdf

Boege, Eckart. (2008). El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México. Hacia la conservación in situ de la biodiversidad y agrodiversidad en los territorios indígenas. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Bustinza, Juan y Ribas, Gabriel. (1973). Las edades moderna y contemporánea. Buenos Aires: Kapeluz.

Dussel, Enrique. (2004). China (1421-1800): razones para cuestionar el eurocentrismo. Archipiélago. Revista cultural de nuestra América, 11(44), 6-13.

Fernández, Antonio. (2003). Los muchos rostros de la ciencia. México: Fondo de Cultura Económica.

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Geertz, Clifford. (1987). La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.

Gupta, Akhil. (1998). Postcolonial Developments. Agriculture in the Making of Modern India. Durham/Londres: Duke University Press.

Mandolfo, Rodolfo. (1943). El pensamiento de Galileo y sus relaciones con la filosofía y la ciencia antigua. Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, 30(9-10), 1247-1268.

Morin, Edgar y Kern, Anne-Brigitte. (2005). Tierra Patria. Barcelona: Kairos.

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Reynoso, Carlos. (1986). Teoría, historia y crítica de la Antropología Cognitiva. Una propuesta sistemática. Buenos Aires: Ediciones Búsqueda.

Salazar, Ignacio. (1984). Aspectos de la crítica de Galileo a Aristóteles. Thémata: Revista de filosofía, 1, 139-146.

Steward, Julian. (1955). Theory of Culture Change, the Methodology of Multilinear Evolution. Urbana: University of Illinois Press.

Toledo, Víctor y Barrera-Bassols, Narciso. (2008). La memoria biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. Barcelona: Icaria Editorial.

Tylor, Edward Burnett. (2010). Primitive Culture, vol. I. Cambridge: Cambridge University Press. doi: 10.1017/CBO9780511705960.

Williams, Raymond. (1976). Cultura. Londres: Fontana.

[1] Licenciada en Antropología (Universidad Veracruzana), Maestra en Desarrollo Regional Sustentable (El Colegio de Veracruz) y Doctora en Investigación Educativa (Instituto de Investigaciones en Educación-Universidad Veracruzana). Profesora investigadora de tiempo completo en El Colegio de Veracruz. Temas de investigación: antropología y educación ambiental para la sustentabilidad; percepciones sociales; enfoque social de la sustentabilidad; responsabilidad social empresarial y procesos participativos. Evaluadora de programas CONAHCYT. Miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII-1). ORCID: https://orcid.org/0000-0002-7601-0091

[2] Doctora y Maestra en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Antropóloga con especialidad en Arqueología por la Universidad Veracruzana. Profesora investigadora de tiempo completo de El Colegio de Veracruz. Temas de investigación: patrimonio, cultura y medio ambiente; antropología, territorio y sustentabilidad; desarrollo cultural comunitario; gestión sustentable del patrimonio; turismo sustentable y patrimonio cultural; paisajes culturales y bioculturalidad; género y cultura. Colaboradora con el Instituto Veracruzano de la Cultura en la elaboración de contenidos y materiales sobre divulgación cultural. Evaluadora de proyectos posdoctorales y trayectorias SNII del CONAHCYT. Miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII-1). ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1142-3637

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