La crisis en Ucrania y los vacíos epistemológicos que complican la comprensión de la región de Europa Central y Oriental
Resumen: El presente trabajo abre la discusión sobre la falta de un marco de referencia epistémico que permita ubicar a los países de Europa Central y Oriental y poder explicar de manera más acertada los acontecimientos en la región dentro del análisis de las relaciones internacionales. A raíz de la crisis en Ucrania de 2022, se valoran dos alternativas: referenciar estas sociedades bajo la lupa contrahegemónica que presentan las perspectivas del Sur Global y la categorización a partir del proceso histórico que coloca a Europa Central y Oriental como poscomunista. Finalmente, se explora la alternativa de construir un marco alterno a través de la idea de un Este Global.
Palabras clave: Europa Central y Oriental, guerra en Ucrania, Sur Global, poscomunismo, Unión Europea.
Europa Central y Oriental es una región difícil de acotar; desde la perspectiva de la geografía clásica debería ser un espacio claramente delimitado cuyas características intrínsecas marquen sus diferencias con el resto del mundo. Este territorio ha sido, sin embargo, versátil y cambiante, ya que se sustenta sobre todo en condiciones políticas y socioculturales.
Algunas de las características que definen esta región son las siguientes: 1) se trata de una zona limítrofe donde las grandes potencias se han confrontado política y militarmente; 2) es una región de atraso económico; 3) es un espacio donde han convivido naciones de una gran diversidad étnica y cultural; 4) es un espacio donde las ideas de los conquistadores han sido adaptadas para permitir a los locales alcanzar los fines, y 5) donde nada parece durar mucho, ya que las sociedades se mueven continuamente entre los límites culturales y políticos (Dingsdale, 1999, p. 204). Es esta última condición la que motiva el presente trabajo, ya que se considerará la adopción o imposición de la ideología comunista como el rasgo unificador de la región y cómo el fin del sistema construido alrededor del comunismo no ha sido reemplazado por nuevos referentes explicativos.
Con el fin de la Guerra Fría, las categorías de análisis en las relaciones internacionales fueron trastocadas al tiempo que se construyeron nuevas narrativas que abrieron los espacios a aquello que había sido negado y sometido. Una de estas visiones se engloba bajo las epistemologías surgidas del Sur Global no sólo para darle voz a la periferia, sino sobre todo para evidenciar las injusticias e inequidades surgidas de la globalización del capitalismo, se trata de una “expresión que alude tanto a una geografía estructural como a una geografía moral” (Cairo y Bringel, p. 43). Si bien la idea del Sur Global no se restringe a una limitante geográfica y asume como principio la diversidad de experiencias humanas, sus características siempre cambiantes a partir del contexto no han alcanzado para ubicar desde una perspectiva antihegemónica a los países de Europa Central y Oriental.
Por otro lado, la idea de una esfera poscomunista que también es herencia de la categorización de “Segundo Mundo” de Alfred Sauvy y que mantuvo su sentido y razón en los primeros años de la transición tras el fin de los regímenes socialistas, principalmente en Europa, está ahora siendo cuestionado.
Entonces, ¿es factible aplicar la referencia del Sur Global como categoría explicativa para la región de Europa Central y Oriental? Estamos hablando de países que de manera acelerada modificaron no sólo sus sistemas político-económicos, sino también sus referentes culturales para poder cumplir con los parámetros de la Unión Europea a la que anhelaban pertenecer, pero también de otros países que, liberados de la opresión del régimen soviético, desenterraron su pasado y lo reivindicaron como una forma sutil de enfrentarse a quien seguía y sigue siendo el proveedor básico de los elementos materiales y de la seguridad que les permiten sobrevivir: Rusia.
Europa Central y Oriental ha quedado entonces en el desamparo epistémico, ¿cómo construir los referentes de lo que ahí sucede cuando la región ha caído en una “ranura” entre el Norte y el Sur, entre el rechazo a su pasado y la reivindicación de éste para recuperar su lugar en el mundo del siglo xxi? Lo sucedido en Ucrania a partir de la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014, y específicamente la escalada de violencia que hemos presenciado desde el inicio de 2022, ha sido tan difícil de entender y tan fácil de manipular porque se carece de ese marco referencial que nos guíe en cómo acercarnos al problema, ya que seguimos buscando explicaciones a los países de Europa Central y Oriental bajo la lupa del realismo político, teoría dominante en las relaciones internacionales que se fortalece con la paranoia militarista de Occidente y de Rusia, debido a que seguimos juzgando la zona desde la altura moral donde se ha instalado la Unión Europea y porque estos países no terminan por convencer de su idoneidad para pertenecer al Sur Global.
Hablar del Sur Global supone un largo recorrido desde la Conferencia de Bandung en 1955 pasando por los brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) hasta el buen vivir como alternativa de desarrollo. A partir del siglo xxi, el Sur Global fue deshaciéndose de la carga del Tercer Mundo como connotación negativa en función de su inadecuada inserción en el sistema mundial para pasar a un discurso y acciones que le permiten construir su lugar en el mundo. Se trata de visiones contrahegemónicas que demuestran que es posible habitar este planeta de manera diferente a la lógica consumista del capitalismo global.
Se pueden encontrar varios argumentos de por qué Europa Central y Oriental no se ajusta a la interpretación hegemónica del poder en el sistema internacional acercando a la región a las interpretaciones desde el Sur Global. Uno de esos elementos gira entorno al concepto de soberanía que ha sido esencial en la construcción del Estado moderno a partir de la Paz de Westfalia en 1648. En los países del Sur este principio ha sido violentado con las intervenciones, desde el modelo colonial hasta las intervenciones humanitarias contemporáneas.
A su manera, Europa Central y Oriental ha vivido muchas colonizaciones e intervenciones, siendo el objeto de la disputa de los imperios europeos desde el siglo xvi. A gran parte de los países de Europa Central y Oriental se les negó la posibilidad de una construcción nacional, ya que los grupos sociales fueron desgajados entre estos imperios, este es el caso de Ucrania. A pesar de haber sido cuna del primer pueblo eslavo: Rus de Kiev, la invasión mongola transformó esta posibilidad en la consolidación del imperio ruso que controlaría no sin varios tropiezos ese territorio y con la incumplida aspiración de ser aceptado como un imperio europeo moderno. Este dominio se mantuvo hasta el triunfo de la Revolución rusa, pues a pesar de haber sido Ucrania una de las cuatro repúblicas fundadoras de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss), su territorio fue alterado varias veces y el proceso de sovietización fue profundamente cruel en esa zona, especialmente sobre los pueblos tártaros.
Tras la desintegración de la Unión Soviética, la injerencia continuó bajo el pretexto de una nueva estrategia de seguridad nacional rusa que tiene como eje central la definición de la “distancia estratégica” con el enemigo y que se refiere esencialmente a mantener el control de Rusia sobre todos los países surgidos de la antigua Unión Soviética (Rumer y Sokolsky, 2020). Adicionalmente, los países de Occidente comenzaron también a influir sobre Ucrania, interesados sobre todo en “controlar” a quien había sido la bodega del arsenal de la urss. El último incidente de violación a la soberanía de Ucrania previo a 2014 ocurrió cuando en 2004 Rusia, aún sin recuperarse de la desintegración de la urss, intervino para alterar los resultados de las elecciones y provocó el despertar de una incipiente sociedad civil que organizó la Revolución Naranja.
Lo que está sucediendo en este momento en Ucrania refleja en cierta medida esta larga historia de dominación; el resultado es un país multicultural al que no se le ha dado el espacio ni el tiempo para reconocerse y consolidarse. Las diferencias en ese territorio son, como en casi todos los países del Sur Global, alimentadas por las condiciones de las fuerzas económicas trasnacionales; la parte oriental es la más desarrollada, pues recibe la inversión de Rusia que no quiere “desperdiciar” la capacidad instalada en infraestructura que fue generada en la época soviética. La región occidental es mucho más rural y se siente atraída a la Unión Europa por la política común agrícola de esta organización. En este sentido, la polarización que siempre ha existido ha sido exacerbada desde afuera, por lo que Ucrania se mantiene como un país desgarrado.
El término soberanía también alude al control interno que las instituciones nacionales deberían ejercer. Lo que vemos hoy en Ucrania es el resultado de un vacío de poder. En 2014 se dieron dos procesos paralelos; por un lado, las protestas en la plaza Maidan por la cancelación de un acuerdo de cooperación con la Unión Europea y que en el inicio fueron pacíficas, pero se volvieron violentas al infiltrarse grupos de extrema derecha radicales y que son el reflejo del mismo fenómeno presente en Europa Occidental. Este caos llevó a que el presidente Yanukovich huyera a Rusia. Por otro lado, la población ruso-ucraniana ubicada principalmente en Crimea, que siempre ha sido considerada con recelo pues fue consecuencia de la sovietización, no fue atendida por el gobierno en Kiev al tiempo que era instigada por el Kremlin, dio un paso más y mediante un referéndum de dudosa legalidad se declaró independiente para posteriormente pedir su incorporación a Rusia.
El nuevo gobierno de Ucrania encabezado por Volodímir Zelenski tampoco supo contener la escisión del país, perdió Crimea. Además, en 2015 se declararon independientes las repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, ubicadas en la región del Donbass y con una importante población rusa, pero sin el reconocimiento internacional –otra etiqueta exigida por Occidente como pase de entrada al sistema internacional–, por lo que estas regiones estaban destinadas al aislamiento y al conflicto. Desde 2015 se vive ahí una guerra civil que Rusia alimenta con el discurso de la autodeterminación y armando a los grupos separatistas, mientras que Ucrania la enfrenta con balas y leyes como la del lenguaje que restringe la comunicación pública al uso del ucraniano como idioma oficial en un claro acto de exclusión a la población rusoparlante.
Nuevamente aquí las categorías dominantes polarizan: ¿es una guerra civil o una intervención extranjera? Sólo hay dos salidas y éstas suponen un juego de suma cero. No sólo eso, los instrumentos políticos del sistema internacional poco aportan para la solución. Los acuerdos de Minsk de 2015 a los que en el inicio del conflicto hizo referencia Rusia como vía de salida, sólo ponen por escrito en un documento de carácter pseudolegal esta diferencia de cómo percibir la situación.
El papel de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan) viene a abonar a la imposición de la categoría de la soberanía. El juego de declaraciones del secretario Stoltenberg evidenció la hipocresía del sistema de seguridad: las puertas de la otan están abiertas para todos siempre y cuando cumplan con la condición básica: los Estados deben tener el control de sus territorios (por eso Chipre no forma parte de la otan). Más aún, Ucrania no puede ser parte de la otan, pero la otan sí puede intervenir si alguno de los países vecinos que pertenece a la otan se siente “amenazado”. La soberanía sobre otros alcanza hasta que contraviene los intereses hegemónicos.
Otro concepto por el que no encajan los países del Sur en la lógica dominante es el del comportamiento racional de los actores internacionales principalmente refiriéndose a los Estados. Esta racionalidad es definida en función de las condiciones establecidas por los países del Norte: la cooperación internacional sirve para reducir la incertidumbre que genera la anarquía del sistema internacional. Pero, por lo general, la cooperación se traduce en alianzas que significan para los países del Sur el someterse y transgredir sus condiciones para ajustarse y mostrarse racionales.
Por ejemplo, la Unión Europea condiciona cualquier ayuda económica, que es a lo que aspira una parte de Ucrania, a un compromiso de comportamiento moral siguiendo sus principios políticos y culturales. Uno de esos principios fundadores es la búsqueda de soluciones pacíficas ante los diferendos internacionales y, sin embargo, la Comisión Europea no dudó en autorizar por primera vez en la historia de esta organización el envío de material militar y equipo táctico a Ucrania para que el país se defienda frente a Rusia. Esto claramente incita a la anarquía y genera más incertidumbre.
Un factor adicional se encuentra en la condición inherente del sistema internacional: la anarquía, la cual supone la recurrencia de conflictos interestatales. Sin embargo, en el caso de los países del Sur no es esta anarquía externa sino la jerarquía de poder del mismo sistema la que los condena al conflicto intraestatal permanente (Masalucha, 2015). La lógica dominante de las relaciones internacionales establece que los países deben cumplir con su papel en el mantenimiento del orden internacional accediendo a las organizaciones internacionales, pero éstas terminan siendo un mecanismo para reproducir la desigualdad y la inequidad entre los Estados.
La Unión Europea es nuevamente el reflejo de esto, los países de Europa Central y Oriental que accedieron a esta unión a partir de 2004 se vieron obligados a poner en marcha infinidad de cambios y mecanismos de regulación que repercutieron en un menor margen de maniobra para los gobiernos. La Unión Europea que se fundó bajo el lema “unidos en la diversidad” dejó en claro que, a partir de esta ampliación, las idiosincrasias quedarían anuladas (Ehrke, 2020, p. 3). La prometida prosperidad ha tardado mucho en llegar a los nuevos miembros, por lo que las elites políticas locales fueron reemplazadas por su incapacidad de atender a la población y esto abrió el espacio para que los grupos políticos más radicales tomaran el poder, y ahora son estos países los que no se ajustan, tal es el caso de Polonia, pero especialmente el de Hungría.
A partir de estas condiciones se puede afirmar que Europa Central y Oriental encaja en algunos elementos que definen el Sur Global, pero no del todo. Estos países se encuentran en una perpetua transición hacia el Norte que nunca se concreta. Viven en el limbo entre el atraso material y la europeización que les garantizaría mejores condiciones de vida. Bajo esta perspectiva es difícil pensar en un lenguaje compartido a partir de experiencias similares que permita a Europa Central y Oriental considerarse como parte del Sur Global.
Por otro lado, ¿todavía tiene vigencia la idea del poscomunismo como paradigma explicativo? Este adjetivo tiene una fecha de expiración desde el momento en el que se acuñó, ya que aludía a las experiencias de la transición (Müller, 2019, p. 536). Al inicio, el término estuvo cargado de esperanza, ya que abría un mundo de posibilidades para que los países de Europa Central y Oriental se incorporaran al sistema internacional de forma dialéctica, a partir de su experiencia enriquecerían el proceso que finalmente sería verdaderamente globalizador. Después de 20 años, la idea del poscomunismo terminó siendo un muro más que un puente, debido a que el pasado se convirtió en un lastre y en lugar de desterritorializar, la ubicación regional se volvió un estigma; baste pensar en las implicaciones de la palabra balcanización.
Después de 1989, los países que estuvieron bajo la dominación y la zona de influencia soviética tomaron rumbos muy diferentes, lo mismo ocurrió con sus narrativas para reconstruir ese periodo histórico. Por ejemplo, los Estados bálticos que nunca se asimilaron a la urss mostraron una capacidad de integración a la lógica capitalista occidental impresionante, quitarse el yugo de la urss los ha llevado a ser los “alumnos estrella” de la Unión Europea. Las ex repúblicas soviéticas de Asia Central mantuvieron las prácticas del comunismo, pero recuperando e incorporando sus historias previas al nacimiento de la urss. Estos países parece que son inmunes al paso del tiempo, a la reconfiguración de las alianzas y a las tendencias prevalentes en Occidente. Los países europeos de la antigua urss son los que más han sufrido en esta transición y no porque añoren el pasado comunista, sino porque ha sido muy difícil deshacer lo cimentado por el poder soviético. En varios de estos países han ocurrido guerras que tienen que ver con el desarraigo sobre el que se afianzó el comunismo, la lógica de Stalin suponía la necesidad de “arrancar de raíz” a poblaciones completas para dejarlas huérfanas de una identidad ligada a la territorialidad y sobre esa indefensión plantar al nuevo hombre soviético. Los conflictos en Georgia (Osetia del Sur y Abjasia), en Moldavia (Transnistria), en Armenia y Azerbaiyán (Nagorno Karabaj) y ahora en Ucrania (Donbass) tienen en común ese elemento de sentirse extranjero en su país.
Ser poscomunista supone entonces que, a más de 30 años, la región de Europa Central y Oriental sigue en una transición sin terminar de aceptar qué es lo que se deja atrás ni tampoco hacia a dónde se dirige.
Se ha hecho algún esfuerzo por encontrar nuevas formas de entender a la región de Europa Central y Oriental (Müller, 2018). Se habla del Este Global como una construcción no desde los márgenes sino a partir de las intersecciones. Se trata de recuperar la territorialidad para dar significado a los hechos y a las razones más que como factor diferenciador. Quizá un ejemplo de esto ocurra con el grupo Visegrad que surge como un espacio regional para compartir experiencias y conocimientos respecto al proceso de transición entre Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia, y que fue evolucionando para convertirse en un portavoz de las peculiaridades de los miembros centroeuropeos dentro de la Unión Europea. Éste es un débil pero perene caso de los esfuerzos en las “ranuras” y en las “intersecciones”. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, Europa Central y Oriental se diluye ante lo avasallador de las reglas impuestas a quienes aspiran a ser reconocidos por el Norte Global y por las vulnerabilidades de quienes, en los márgenes, son presa constante de los impulsos imperiales de Rusia.
A la pregunta inicial entonces se puede responder que no resultan de mucha utilidad los referentes del Sur Global para entender lo que sucede en este momento en Europa Central y Oriental, específicamente a raíz de la guerra en Ucrania. En primer lugar, porque el proceso de europeización iniciado en 1989 y que fue un ejercicio para modernizar la región para adaptarla a las condiciones del sistema globalizador ha sido inconsistente y fragmentador. Los países que lograron entrar a la Unión Europea siguen siendo de segunda categoría y después de casi 20 años de su incorporación comienzan a mostrar incompatibilidades profundas con la lógica de la organización. En segundo lugar, porque aquellos que se mantienen en la periferia, pero anhelantes de la Unión Europea, siguen siendo acorralados por Rusia, la cual busca reforzar su espacio de seguridad estratégica controlando a las antiguas repúblicas soviéticas, como es el caso de Ucrania.
La vorágine de explicaciones y análisis, los errores en los pronósticos y, por ende, en la toma de decisiones entorno a la guerra en Ucrania de 2022 demuestran que no hemos podido aceptar la peculiaridad de Europa Central y Oriental. Si Ucrania es un país de la periferia, sus circunstancias no interpelen a los explotados y excluidos. Sus problemas no los enfrentan con premisas contrahegemónicas, sino precisamente recurriendo a los mismos mecanismos de dominación que lo han dejado como país marginal desde 1992.
Las acciones de Rusia son una violación a la soberanía de un país que no alcanzó a integrarse; es un “hermano” europeo, pero con grandes deficiencias: desde la corrupción hasta las medidas gubernamentales que rayan en lo autoritario para enfrentar a los grupos separatistas. La alianza transatlántica se ofende, pero no se compromete del todo y no es hasta que el propio presidente Zelenski, recurriendo a los mismos mecanismos mediáticos que tan hábilmente había manejado hasta ahora la Rusia de Putin, exhibe la hipocresía de Occidente. Porque Ucrania es un país que geográficamente se encuentra en Europa, pero no es europeo ni quiere ser poscomunista porque con ello regresaría a la esfera de influencia de Rusia y quizá con ello inclinaría la balanza de poder hacia este último.
Referencias
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Dingsdale, A. (1999). Redefining “Eastern Europe”: A New Regional Geography of Post-Socialist Europe? Geography, 84(3), 204-221. Recuperado de http://www.jstor.org/stable/40573305
Misalucha, C. G. (2015). The challenges facing the global south: Perspectives from the Philippines. Bandung: Journal of the Global South, 2(1). https://doi.org/10.1186/s40728-015-0022-x
Müller, M. (2019). Goodbye, Postsocialism! Europe-Asia Studies, 71(4), 533-550. https://doi.org/10.1080/09668136.2019.1578337
Müller, M. (2018). In search of the Global East: Thinking between north and south. Geopolitics, 25(3), 734-755. https://doi.org/10.1080/14650045.2018.1477757
Rumer, E. y Sokolsky, R. (2020). Etched in Stone: Russian Strategic Culture and the Future of Transatlantic Security. Carnegie Endowment for International Peace. Recuperado de https://carnegieendowment.org/2020/09/08/etched-in-stone-russian-strategic-culture-and-future-of-transatlantic-security-pub-82657