¿Repensar la disciplina de las Relaciones Internacionales? La pandemia de la COVID-19 y un mundo en crisis

Resumen

Como disciplina de estudio, las Relaciones Internacionales han estado vinculadas a crisis mundiales, como las grandes guerras del siglo xx, el fin de la Guerra Fría, las crisis de la economía mundial y más recientemente las ambientales y sanitarias. Muchos de los desarrollos teóricos de la disciplina han estado vinculados con grandes procesos globales de cambio que exigen nuevas respuestas a estos desafíos de la realidad internacional. ¿Cómo es que la disciplina respondió a la pandemia de la COVID-19 para tratar de explicar el suceso? ¿Cuál fue el contexto internacional en el que emergió esa pandemia? ¿Cuáles fueron las respuestas y qué desafíos enfrentó la disciplina de las Relaciones Internacionales? ¿Cómo impactó en fenómenos como la migración en América Latina y en particular a las mujeres migrantes? Estas son algunas de las preguntas que este artículo tratará de responder.

Palabras clave: Relaciones Internacionales, crisis mundial, pandemia de la COVID-19, economía mundial, mujeres.

Introducción

En 1988, poco antes de los icónicos hechos que marcaron el fin de la Guerra Fría –la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética–, Robert Keohane, uno de los más reconocidos teóricos de las Relaciones Internacionales, al pronunciar su discurso como presidente de la American Political Science Association dijo que “Relaciones Internacionales es, hoy, más que nunca, una disciplina que tiene que ver con la vida y la muerte, la pobreza y la riqueza” (Keohane, 1988, p. 379). En ese momento el mundo vivía la resaca del fin de la Guerra Fría y tenía la esperanza (renovada) de crear un orden internacional más pacífico, lejos de las confrontaciones ideológicas y de las consideraciones armamentistas. Otras preocupaciones salieron a la luz: las amenazas de carácter poblacional, económico, humanitario y ambiental (Mathews, 1989). Muy pronto hechos como las guerras de los Balcanes, la crisis humanitaria en Somalia y el genocidio en Ruanda dieron cuenta de que, más allá del optimismo creado por el fin de la Guerra Fría y las posibilidades de un mundo más justo y pacífico, las cosas no iban a cambiar tan drásticamente. Muchas consideraciones estratégico-militares se combinaban con aspectos humanitarios importantes, ya fuera en África, en Asia o en Europa Central, sobre todo por las consecuencias de guerras civiles o desastres naturales que hacían imperativa la presencia activa de otros actores importantes de la sociedad internacional, como los organismos intergubernamentales y las organizaciones no gubernamentales internacionales (Kaldor, 2011, p. 443).

Las palabras de Keohane arriba citadas muestran que la disciplina de las Relaciones Internacionales ha estado, desde sus orígenes como campo de estudio en 1919 (si nos atenemos al mito fundacional de las Relaciones Internacionales), asociada con el contexto de los grandes cambios internacionales de los cuales ha surgido tanto como disciplina académica, así como de los propios debates interdisciplinarios que la han acompañado. De esta manera, se asocia el surgimiento de las Relaciones Internacionales, como campo de estudio, con el fin de la Primera Guerra Mundial y la creación de instituciones como la Liga de las Naciones, y con el estudio organizado de la política mundial dirigido, sobre todo, a tratar de responder las preguntas de cómo prevenir las guerras y sus consecuencias (Lozano, Sarquís, Villanueva y Jorge, 2000, p. 15).

En este sentido, otra gran crisis internacional produjo un cambio fundamental en la manera de estudiar los asuntos internacionales. La Segunda Guerra Mundial, sobre todo el desarrollo de las armas nucleares, presentó nuevos desafíos a la forma en que se deberían estudiar los fenómenos internacionales asociados con el conflicto ideológico de esa época. Pero por simple que parezca, la creación del Sistema de Naciones Unidas y su desarrollo normativo e institucional (mucho de lo cual fue desarrollado desde los tiempos de la Liga de las Naciones), la descolonización y la necesidad de recuperación económica dieron nuevos impulsos a los esfuerzos por entender la dinámica internacional (Gutner, 2017, pp. 21-23).

Así, las Relaciones Internacionales empezaron a ir más allá de las áreas del conocimiento tradicionalmente asociadas con la nueva disciplina académica, como el derecho internacional, la historia, la filosofía política, la geopolítica y la economía para adentrarse en la incipiente integración regional, los estudios regionales, el estudio comparado de diferentes tipos de gobiernos en el mundo, así como el estudio de las organizaciones internacionales. Es importante mencionar que antes de que la disciplina de las Relaciones Internacionales tuviera su big bang en 1919 en la Universidad de Aberystwyth en Gales, Reino Unido, existió una vitalidad internacionalista muy importante en el último tercio del siglo xix, impulsada por la estabilidad financiera del patrón oro, los avances tecnológicos producto del rápido avance de la revolución industrial y un incipiente activismo internacional promovido por movimientos pacifistas, sindicalistas, políticos, y por comunidades epistémicas emergentes creando redes de comunicación e interacción mundial.

Muchas organizaciones internacionales tuvieron su origen en ese contexto tan activo previo a la Primera Guerra Mundial. El fin de esta guerra, como ya mencionamos, dio pie a la creación de la Liga de las Naciones para tratar de estructurar un nuevo orden mundial liberal emergente y poder administrar los asuntos mundiales desde principios, reglas y normas que pudieran dar estabilidad al contexto internacional mediante la diplomacia multilateral y la cooperación técnica internacional. Así surgieron instituciones como la Organización Internacional del Trabajo (oit) y la Organización Mundial de la Salud (oms), por ejemplo, y que aún tienen como objetivo contribuir a crear lo que hoy se conoce como regímenes internacionales de la agenda internacional y que son parte de los mecanismos de la gobernanza global en un contexto como el internacional que se caracteriza por su descentralización de poder y actores, o para ponerlo en palabras de James Rosenau, “relaciones internacionales es un ámbito donde hay gobernanza sin gobierno” (Rosenau y Czempel, 1992).

En los últimos dos años hemos asistido a un conjunto de crisis globales asociadas con la pandemia de la COVID-19 que han sacudido muchos de los supuestos sobre lo que se había sustentado el funcionamiento del contexto internacional. La situación reciente ha dejado al descubierto las insuficiencias y contradicciones de la gobernanza global, ha cuestionado fuertemente a las organizaciones internacionales y ha puesto en entredicho el orden liberal internacional dominante en las últimas décadas. Así, la disciplina académica de las Relaciones Internacionales enfrenta serios desafíos, resultado de la crisis sanitaria producida por la emergencia de la epidemia de la COVID-19 y del deterioro ambiental, así como de factores como el surgimiento de movimientos nacionalistas, la desconfianza hacia el multilateralismo, el menoscabo de los derechos humanos a escala global, entre otros. Sin embargo, y como lo mencionaremos en las siguientes secciones, ante la situación global actual abajo descrita y en particular la de las mujeres en América Latina, las Relaciones Internacionales pueden proveer las herramientas para ofrecer, en un contexto más amplio, respuestas a las preguntas más difíciles de nuestro tiempo: ¿Cómo lograr una mayor cooperación entre Estados en una época de crisis? ¿Cómo enfrentar los desafíos globales sin llegar a una guerra? De esta manera el presente artículo tiene como primer objetivo proveer una visión general de la coyuntura global contemporánea; el segundo objetivo es proveer algunos indicadores que muestran la magnitud de la crisis sanitaria de la COVID-19 y de las crisis económica y social que ha generado; el tercer objetivo es mostrar los efectos de la crisis en el caso de la situación de las mujeres en América Latina, y finalmente, el artículo presenta algunas reflexiones de los autores que tiene la intención de abonar a la discusión intelectual sobre la crisis global y sobre cómo la disciplina de las Relaciones Internacionales ha abordado la actual situación.

Visión general de la coyuntura global contemporánea

La coyuntura global contemporánea iniciada en 2020 con la irrupción de la pandemia de la COVID-19 se ha manifestado en los últimos dos años como uno de los periodos más turbulentos junto con la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. A la crisis sanitaria extendida por todo el planeta se sumó una generalizada y rápida recesión de la economía mundial en 2020, aumento en el desempleo y crecimiento de la pobreza.

El inicio de las diversas crisis asociadas con la pandemia se agregó a preocupaciones que venían planteándose desde años atrás, como el gran deterioro ambiental, la creciente desigualdad internacional, las disputas por la preeminencia económica y política entre Estados Unidos y China, y el crecimiento del populismo en las democracias occidentales. Todo ello ha generado las condiciones típicas de una crisis situacional planteadas por Charles F. Hermann desde hace muchos años: 1) una alta amenaza a las prioridades y objetivos superiores de una unidad de decisión (por ejemplo, el Estado o una organización internacional); 2) un tiempo de respuesta restringido antes de que la situación evolucione hacia una forma no deseada, y 3) la sorpresa o la falta de expectativas de que la situación ocurriría (Hermann, 1969, p. 414). Al respecto, se podría afirmar que en noviembre de 2019 prácticamente nadie se habría atrevido a augurar la presentación de las crisis globales que hemos enfrentado desde inicios de 2020, crisis que indudablemente representaron desde el inicio una grave amenaza a la estabilidad interna de los países y a la estabilidad internacional, obligando a los actores internacionales a reaccionar rápidamente para enfrentarlas.

Este conjunto de situaciones críticas, caracterizadas además por la incertidumbre al no conocerse los alcances y la evolución de la pandemia y sus efectos sanitarios y económicos, propició, en los primeros meses de 2020, una significativa discusión en la que diversos especialistas llegaron a plantear el fin de la globalización e incluso el fin del capitalismo mundial o al menos transformaciones relevantes en este ámbito. Asimismo, surgieron inquietudes sobre la estabilidad y el futuro del orden mundial, sus principios liberales, el multilateralismo y el surgimiento de nuevas estructuras de poder mundial.

Antón Costas sugirió las siguientes preguntas: “¿Traerá la crisis económica de la COVID-19 un giro similar al que en el pasado impulsaron la Gran Depresión de los años treinta y la crisis energética de los años setenta? De forma más concreta, ¿significará la pandemia el golpe de gracia a la hiperglobalización?” (Costas, 2021). A su vez, en marzo de 2020 David Harvey se planteaba la siguiente pregunta: “¿cómo hará el modelo económico dominante, con su debilitada legitimidad y su delicada salud, para absorber y sobrevivir a los inevitables impactos de lo que podría convertirse en una pandemia?” (Harvey, 2020)

El reconocido intelectual estadounidense Noam Chomsky señaló que “en general, esta crisis es otro ejemplo importante del fracaso del mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe medioambiental” (Forbes, 2020), mientras que el sociólogo argentino Atilio Borón dijo que “el coronavirus se cobró como primera víctima al neoliberalismo, el cual ya es un cadáver aún insepulto pero imposible de resucitar” (Forbes, 2020).

Incluso Leonardo Boff planteó que la actual crisis constituye una oportunidad para que repensemos nuestro modo de vivir y que ha llegado el momento de cuestionar algunas características del orden capitalista: la acumulación ilimitada de riqueza, la competencia, el individualismo, el consumismo, el despilfarro y la indiferencia frente a la miseria. Esto, según él, ha puesto en jaque a dicho orden capitalista, a la reducción del Estado y a la exaltación del lema “la avaricia es buena” (Boff, 2020, p. 3).

El pensador británico John N. Gray, al respecto de la situación actual, considera que el capitalismo liberal está en quiebra, que la hiperglobalización se está desmoronando a gran velocidad y que esto no es sólo resultado de las últimas décadas, sino del orden mundial establecido al finalizar la Segunda Guerra Mundial. “El virus ha roto un equilibrio imaginario y ha acelerado un proceso de desintegración en marcha desde hace años” (Gray 2020).

Con relación al orden y a las estructuras del poder mundial, Gerardo Lissardy de bbc News escribió:

La pandemia de coronavirus ya ha asestado un duro revés al mundo multilateral que surgió después de 1945. No se trata sólo del cierre de fronteras y las críticas que intercambian potencias como Estados Unidos y China. Hay, además, una evidente falta de coordinación política global ante el avance del virus. (Lissardy, 2020)

Al respecto de su afirmación agrega que algunos especialistas vinculan esta situación con el vacío que ha dejado Estados Unidos en el tablero mundial en los últimos años. Goldin (citado por Lissardy, 2020) afirma: “Podemos tener optimismo, pero no vemos liderazgo desde la Casa Blanca. China no puede asumirlo y el Reino Unido no puede liderar en Europa”. Asimismo, Hass (citado por Lissardy, 2020) dice: “Veo cómo toda la situación internacional se deteriora. Y ese es el paralelo: tras la Primera Guerra Mundial la situación global se puso progresivamente peor”.

Eduardo Pastrana y Eduardo Velosa parecen coincidir con lo anterior al señalar que el orden liberal internacional está en crisis, que actualmente asistimos a una transición de poder que se observa con la emergencia de nuevas potencias y que China se perfila, en tal contexto, como la futura superpotencia. Además, para estos autores, las estructuras de la gobernanza mundial del actual orden no coinciden con la nueva distribución de poder, lo que puede propiciar un desequilibrio en el sistema internacional que probablemente conduciría a una desestabilización de los mecanismos de dicha gobernanza, a conflictos y tensiones internacionales con el riesgo de generar peligro para la paz y estabilidad mundial. Con la pandemia de la COVID-19, señalan Pastrana y Velosa:

[…] existe el temor que se puedan fortalecer los nacionalismos y los autoritarismos, ya que no existen liderazgos que promuevan la funcionabilidad de las organizaciones internacionales y pongan en marcha mecanismos multilaterales para enfrentar con más eficacia la crisis sanitaria actual y la económica en desarrollo. (Pastrana y Velosa, 2020, p. 32)

Raúl Bernal-Meza en un artículo en Foro Internacional plantea lo siguiente:

Asistimos actualmente a una creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, acentuada con la crisis provocada por la COVID-19. Esta lucha por la hegemonía regional y global, si bien no se manifiesta en todas las regiones del mundo no es una rivalidad militar y de seguridad, sino de una competencia intra-capitalista por esferas de influencia económica. (Bernal-Meza, 2021, p. 261)

Sin embargo, Joseph Nye de la Universidad de Harvard en abril de 2020 sugería que:

[…] no parece probable que el COVID-19 vaya a ser un acontecimiento geopolítico que provoque que China supere a Estados Unidos. Ni tampoco parece probable que vaya a suponer el fin de la democracia. Ni siquiera, que pueda acabar con la Unión Europea. En consecuencia, por ahora no se vislumbra nada que invite a pensar que el mundo va a cambiar sustancialmente. (Nye y Renedo, 2020)

Posteriormente, Joseph Nye, en un artículo publicado en abril de 2021, consideraba que la interdependencia tanto económica como ecológica existente en el mundo actual reduce la probabilidad de una guerra fría real o una guerra caliente entre Estados Unidos y China, ya que ambos países tienen un incentivo para cooperar en muchas áreas (Nye, 2021). En un artículo posterior, de agosto de 2021, Nye reforzó su argumento señalando que durante la Guerra Fría la Unión Soviética y Estados Unidos tenían poco comercio bilateral o contacto social, mientras que, en la actualidad, los Estados Unidos y sus aliados comercian intensamente con China, además que admiten en sus universidades a cientos de miles de estudiantes chinos (Nye, 2021).

En este sentido, esa nueva interdependencia significa que ambos necesitan compartir su poder con otros en lugar de ejercer el poder sobre otros, es decir que ningún país por sí solo puede enfrentar los problemas actuando unilateralmente. Por lo tanto, si bien la rivalidad entre China y Estados Unidos contiene elementos de una continuidad geopolítica tradicional, la dinámica de las nuevas dimensiones conduce a lo que Nye denomina una “rivalidad cooperadora” que exige igual atención a ambos componentes de ese término, es decir, se puede lograr la cooperación solo si caemos en cuenta que esta no es una competencia entre grandes potencias como sucedió en el siglo xx (Nye, 2021).

En el mismo sentido, Henry Kissinger planteó en una entrevista con Mathias Döpfner realizada en abril de 2021 que:

Ahora la coexistencia depende de que ninguna de las partes busque destruir al oponente mientras mantiene sus valores y objetivos, y cada parte debe anteponer la coexistencia a la búsqueda de la dominación. Esto requiere un entendimiento entre los líderes de las sociedades de alta tecnología. Debemos aprender de la historia. Los europeos, en particular, conocen las consecuencias de las guerras que no se pueden ganar ni terminar. (Döpfner, 2021)

Más allá de la discusión y del debate sobre escenarios catastróficos o alentadores, la realidad es que continuamos en una extendida y compleja crisis global con muy diversas manifestaciones, situación que ha generado algunos cambios en el comportamiento de diversos actores y evidentemente en el ámbito internacional.

Las manifestaciones de la coyuntura crítica actual

Aún desconocemos qué tan larga y profunda será la crisis sanitaria, económica y social en el mundo. Sin embargo, los datos existentes nos dejan un sabor de boca probablemente menos caótico y desastroso en comparación con el que se tenía al inicio de 2020, pero también lleno de preocupaciones por algunas de las consecuencias que seguramente perdurarán en los próximos años. La situación por la que atravesamos no sólo ha propiciado una enorme cantidad de personas infectadas y fallecidas por el virus, sino que generó el cierre de actividades económicas y productivas, el confinamiento de las personas, la interrupción de las corrientes comerciales, la afectación de las cadenas globales de valor, el desplome del turismo tanto en los ámbitos nacionales como internacional, el aumento de la pobreza y el desempleo, y una mayor desigualdad al interior de los países y entre países desarrollados y países de bajos ingresos.

En el plano sanitario el surgimiento del virus y la acelerada difusión global de la pandemia evidenció las insuficiencias de los sistemas de salud para atender a los infectados por la COVID-19. Con datos al 27 de mayo de 2022, la oms reportó más de 525.4 millones de casos de personas infectadas y más de 6.2 millones de personas fallecidas por la COVID-19 (who, 2022a). Sin embargo, es probable que la afectación de la pandemia sea aún mayor a lo reportado, ya que en muchos países existe un subregistro de casos, además de que muchas personas han fallecido por otras enfermedades al no recibir la atención adecuada en los hospitales por la saturación de los mismos.

Si bien el número de dosis de vacunas anti-COVID reportado por la oms al 24 de mayo de 2022 en todo el mundo parece elevado, ubicándose en 11 811.6 millones, los casos de contagios permanecen relativamente altos con 534 877 nuevos casos en las “últimas 24 horas” (who, 2022b). Los datos anteriores, el comportamiento del virus en diversas olas de contagio y el surgimiento de nuevas variables o cepas de la COVID-19 nos hacen suponer que el mundo en general y algunas regiones en particular seguiremos enfrentando los estragos de la pandemia por un tiempo prolongado.

En el tema económico, los presagios de una enorme, inédita y prolongada recesión global que se vislumbraron al inicio y a lo largo de todo el 2020, considerando un pronóstico de crisis como la más grave desde la Gran Depresión, parecen no haberse concretado en la realidad. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (fmi, imf en inglés) el producto interno bruto (pib) mundial de 2020 registró una caída de -3.2%. Sin embargo algunas regiones o grupos de países registraron caídas mayores, como es el caso de las “economías avanzadas” (- 4.6%), la zona del euro (- 6.5%) y América Latina y el Caribe (-7%), al tiempo que la recesión fue menos impactante en los países denominados mercados emergentes y economías en desarrollo (-2.1%), destacando el caso de los países emergentes y en desarrollo de Asia (-0.9%). En casos particulares, las caídas más significativas en el pib se dieron en España (-10.8%), el Reino Unido (-9.8%), Italia (-8.9%) y México (-8.3%). Al parecer, el único país importante que no registró un crecimiento negativo fue China, paradójicamente el país en el que inició la pandemia, ya que tuvo un crecimiento del 2.3% (imf, 2021). Para 2021 la economía mundial tuvo una significativa recuperación registrando un crecimiento de 6.1%. A pesar de los buenos resultados es necesario considerar que los registros de crecimiento son para el conjunto de la economía mundial sin considerar las disparidades entre las regiones y los países. Por ejemplo, mientras que China tuvo un crecimiento del 8.1% e India del 8.9%, Estados Unidos tuvo un crecimiento del pib del 5.7% en 2021, al tiempo que Alemania y Japón sólo tuvieron un crecimiento en su pib del 2.8% y 2.6%, respectivamente (imf, 2022).

Los malos augurios para el comercio internacional tampoco se concretaron. Al inicio de la crisis y durante la primera mitad de 2020 se habló de una probable caída del volumen y el valor del comercio internacional de entre 12% y 30% con relación a 2019. Sin embargo, los datos que aporta la Organización Mundial de Comercio (omc) indican que en 2020 el comercio internacional de mercancías disminuyó 5.3% con relación al año anterior, cuando éste había ya descendido en 2019 un 0.4% (omc, 2021a, párr. 1 y 10). Es importante señalar que la propia omc había previsto en octubre de 2020 un descenso del 9.2% en el comercio mundial. Para 2021 su pronóstico de crecimiento del comercio global de mercancías es del orden del 10.8% y una perspectiva de aumento del 4.7% en 2022 (omc, 2021b).

El aumento de la pobreza y del desempleo son probablemente dos de los signos más preocupantes de los efectos de la crisis global. En un análisis publicado por el Banco Mundial se estimaba que en octubre de 2020, entre 88 millones y 115 millones de personas caerían en la pobreza extrema en ese año. En enero de 2021 se preveía que la cantidad de nuevos pobres surgidos como consecuencia de la pandemia de la COVID-19 en 2020 aumentaría entre 119 millones y 124 millones, señalando que antes de la COVID-19 el único caso registrado en los últimos 30 años de aumento en el número mundial de pobres como consecuencia de una situación crítica fue el de la crisis financiera asiática, que elevó la pobreza extrema en 18 millones de personas en 1997 y sumó otros 47 millones en 1998, resaltando por lo tanto que en las dos décadas transcurridas desde 1999, la cantidad de personas viviendo en pobreza extrema en todo el mundo había disminuido en más de 1 000 millones, y que el aumento de la pobreza ocurrido en 2020 no parece que vaya a revertirse en 2021 (Lakner, Yonzan, Gerzon, Mahler, Castaneda, Wu y Fleury, 2021,). En un informe previo, el Banco Mundial señalaba que si la pandemia no hubiera convulsionado el mundo, la tasa de pobreza habría descendido al 7.9% en 2020, según se preveía. De esta forma, la combinación de la pandemia de la COVID-19 con las presiones generadas por los conflictos y el cambio climático harán imposible alcanzar el objetivo de poner fin a la pobreza extrema para 2030 (Banco Mundial, 2020).

En el caso del desempleo causado por la crisis económica, la oit calculó que durante 2020 se perdió el 8.8% de las horas de trabajo a nivel mundial con respecto al cuarto trimestre de 2019, cifra equivalente a la pérdida de 255 millones de empleos a tiempo completo. La oit destaca que la pérdida de horas de trabajo en 2020 fue aproximadamente cuatro veces mayor que la registrada durante la crisis financiera mundial de 2009 y que el fenómeno del desempleo fue más pronunciado en América Latina y el Caribe, Europa meridional y Asia meridional. Asimismo, la institución planteó que la crisis laboral provocada por la pandemia de la COVID-19 dista mucho de haber terminado, y al menos hasta 2023 el crecimiento del empleo no logrará compensar las pérdidas sufridas, añadiendo que esta insuficiencia en puestos de trabajo viene a sumarse a los persistentes niveles de desocupación, subutilización de la mano de obra y condiciones de trabajo deficientes anteriores a la crisis (oit, 2021, párr. 2 y 4). Para 2022, la oit advierte que la recuperación del empleo será lenta e incierta debido a la persistencia de los efectos de la pandemia en los mercados de trabajo del mundo, y que si bien las proyecciones para 2022 suponen una mejora con respecto a la situación de 2021, sigue siendo casi un 2% inferior al número de horas trabajadas antes de la pandemia a escala mundial (oit, 2022).

Ante la situación arriba descrita, diversas organizaciones internacionales, como la oms, la Organización de las Naciones Unidas (onu), el Banco Mundial, el fmi, la omc y mecanismos como el G-20, han procurado difundir información sobre el virus, la forma de prevenirlo y enfrentarlo; aportar asistencia técnica a los gobiernos; impulsar la cooperación internacional para enfrentar las crisis; y, en algunos casos, proporcionar recursos y llevar a cabo acciones concretas para afrontar la compleja situación actual. El Banco Mundial señala que ha comprometido más de 125 000 millones de dólares para combatir los impactos sanitarios, económicos y sociales de la pandemia, lo que en su apreciación constituye la respuesta más rápida y de mayor envergadura en la historia de la institución ante una crisis. Señala que dicho financiamiento está ayudando a más de 100 países a fortalecer la preparación ante la pandemia, proteger a los pobres, resguardar los empleos y poner en marcha sin demora una recuperación respetuosa del clima. Asimismo, el Banco Mundial también está proporcionando 12 000 millones de dólares para ayudar a los países de ingreso bajo y mediano a fin de que puedan adquirir y distribuir vacunas, pruebas y tratamientos para la COVID-19 (fmi, 2021).

Por su parte, el fmi reporta un plan de 50 000 millones de dólares con el que se busca acelerar la distribución equitativa de herramientas del área de la salud para ayudar a poner fin a la crisis sanitaria; igualmente informa que desde el inicio de la pandemia ha aprobado un financiamiento de más de 109 000 millones de dólares para 84 países, de los cuales 52 son de ingreso bajo (fmi, 2021). A su vez, la oms en conjunción con la Alianza Gavi para las Vacunas (Gavi), la Coalición para la Promoción de Innovaciones en pro de la Preparación ante Epidemias (cepi) han impulsado una iniciativa de colaboración mundial mediante el mecanismo COVAX con el propósito de acelerar el desarrollo, los tratamientos, las pruebas y las vacunas contra la COVID-19 (oms, 2021).

Sin embargo, ante la magnitud y complejidad de la problemática ya referida, las organizaciones internacionales creadas precisamente para atender problemas globales parecen no estar desempeñando con suficiencia el papel que les ha sido asignado. Diversos autores de la corriente denominada “institucionalismo liberal” han planteado que algunas amenazas internacionales crean la necesidad de la cooperación entre los Estados dado que no son capaces de resolverlas por sí mismos. En este sentido, la interdependencia económica internacional genera “vulnerabilidades mutuas” entre ellos, lo que debería conducir a la cooperación internacional a través de instituciones internacionales.

El caso actual de las crisis asociadas con el coronavirus es una amenaza de ese tipo; sin embargo, la búsqueda de una protección efectiva a través de la cooperación entre organismos internacionales ha sido débil y relegada a un segundo plano por los Estados, al menos por los más poderosos. Las razones de ello son múltiples y consisten en la insuficiencia de recursos para organizar respuestas colectivas sustentadas en la cooperación, la desconfianza de otros actores internacionales en la capacidad y neutralidad de las instituciones para lidiar con problemas globales, los procesos de reconfiguración del poder mundial y la consideración de los gobiernos nacionales de que las acciones unilaterales pueden ser más efectivas y expeditas ante la naturaleza y las manifestaciones de la problemática actual. El hecho es que en el caso de varias organizaciones y regímenes internacionales las perspectivas de los actores estatales aparentemente ya no están convergiendo en diversas áreas y temas de las relaciones internacionales.

La responsabilidad y respuesta mayor para reaccionar ante las crisis y atenuar sus efectos ha recaído principalmente en los gobiernos de los Estados-nación del sistema internacional. A marchas forzadas muchos gobiernos han tenido que tomar medidas para reforzar sus sistemas sanitarios, adquirir vacunas, realizar pruebas anti-COVID y, en algunos casos, acelerar el desarrollo y la producción de vacunas. Asimismo, en mayor o menor medida para enfrentar la crisis sanitaria y reducir el impacto económico, en la pobreza y el empleo, han tenido que destinar importantes montos de gasto público a ese propósito, causando endeudamiento y mayores déficits fiscales en sus economías.

En mayo de 2020 una nota de bbc News reportaba un estudio de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, que había monitoreado la cantidad de recursos que los gobiernos en 168 países estaban invertidos para enfrentar la pandemia de coronavirus. En esa nota ubicaba el monto total del gasto fiscal a nivel global en torno a los 7.2 billones de dólares, equivalente a unos 1 152 dólares per cápita. A esa fecha se reportaba que Japón estaba destinando un gasto para este propósito equivalente al 21% del pib, Bélgica del 19%, Estados Unidos y Qatar del 13% y Suecia del 12%. En promedio, el gasto fiscal mundial se ubicaba en torno al 3.7% del pib mundial (2.4% en América Latina y 6.7% en los países desarrollados). Dentro de los países de América Latina destacaba Perú con un gasto equivalente al 9% del pib, seguido por Brasil con el 8% y Paraguay con el 6%, mientras que México, El Salvador y Bolivia sólo destinaban el 1% de su pib para atender las crisis asociadas con la pandemia (Barría, 2020).

En abril de 2021, el diario The Washington Post informaba que el paquete estadounidense de estímulos económicos ante las crisis de la COVID-19 por 1.9 trillones de dólares era mayor que el pib de la mayoría de los países del mundo, apenas abajo del pib de Italia y por encima del pib de Brasil. En la misma nota se reportaba que Estados Unidos estaba dedicando un gasto público equivalente al 27.09% de su pib para atenuar la crisis, mientras que Singapur dedicaba el 27.05% de su pib, Eslovenia el 24.4%, Suecia el 23%, Alemania el 20.3% y Austria el 20% (Taylor, 2021).

Considerando lo anterior es posible estimar que ha sido el Estado-nación el actor internacional más sobresaliente para intentar enfrentar los efectos nacionales de la pandemia global y las crisis asociadas con ella, resurgiendo de esta forma perspectivas vinculadas con un nacionalismo y egoísmo estatal que en apariencia ya había sido superado por los esquemas de gobernanza global. Al respecto, Bruno Tertrasis afirma: “Como en cualquier otra crisis de seguridad (guerra, terrorismo, epidemias) el Estado se fortalece y se potencia su papel en el control sobre la población y sobre su propia intervención en la economía” (Tertrasis, 2021).

Es cierto que las organizaciones internacionales intentan hacer su trabajo; sin embargo, en la perspectiva de muchos Estados, particularmente los más poderosos, la prioridad no es actuar a través de ellas sino atender primero el ámbito nacional, dejando en un segundo plano la cooperación y la ayuda internacional con recursos residuales e insuficientes. Lo paradójico de esta situación es que, como se ha observado en la evolución de la pandemia, el surgimiento de nuevas variantes del virus, la agresividad de los contagios y la imposibilidad de un aislamiento absoluto, la pandemia continúa ocasionando nuevas oleadas de contagios y muertes aún en los Estados que han destinado enormes montos de gasto público y extensos programas de vacunación, mientras que muchos otros Estados son incapaces de impedir la diseminación de la enfermedad. Es claro entonces que, en este caso, como en otras amenazas globales (la problemática del calentamiento global y el deterioro ambiental) se trata de un problema de los denominados “del rival más débil” en el que los Estados sólo estarán a salvo en la medida que lo esté “el rival más débil”, es decir, nadie está a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo.

La actitud nacionalista y la escasa disposición a la cooperación internacional de muchos gobiernos ha generado una gran disparidad en los efectos y los costos de las crisis sobre los países y las regiones en el mundo.

La desigualdad anterior en el marco de las crisis actuales es también evidente en torno al tema de las vacunas. De acuerdo a Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la oms, a finales de mayo de 2021 los países de ingreso alto habían administrado unas 50 dosis de vacunas por cada 100 personas, que de entonces al inicio del mes de agosto, esa cifra se había duplicado. Así, mientras que los países de ingreso alto ya han administrado casi 100 dosis por cada 100 personas, los países de ingreso bajo sólo habían podido administrar 1.5 dosis por cada 100 personas, debido fundamentalmente a la falta de suministro (Ghebreyesus, 2021).

A todo lo anterior deberíamos sumar las disparidades preexistentes en niveles de ingreso y desarrollo en el mundo, las notorias diferencias en capacidades tecnológicas y organizacionales para enfrentar las crisis, la desigualdad en los efectos en la educación de niños y jóvenes (por las carencias de internet y equipo en muchos países para sostener modalidades de educación a distancia) y el mayor o menor descontento social y político según cada caso. De hecho podemos decir que si bien en un sentido global la gravedad de la crisis económica resultó no ser tan preocupante como se consideró al inicio de 2020, los efectos, manifestaciones y desigualdades en torno a la crisis sanitaria (contagiados y fallecidos), la vacunación, el aumento de la pobreza, el desempleo y el descontento social han sido diferentes entre países y regiones, y han resultado con mayores o menores impactos y repercusiones para el mediano y quizás el largo plazo derivado del tipo de acciones y reacciones de los gobiernos y de sus diferentes capacidades económicas. El mundo anterior al coronavirus ya era profundamente desigual y las decisiones sobre la manera de enfrentar las crisis han incrementado las desigualdades. Hasta el momento Relaciones Internacionales no ha producido un gran cambio teórico, pero eso no quiere decir que no vaya a haber algún debate conceptual importante en el futuro.

La pandemia de la COVID-19 y sus efectos en las mujeres

El feminismo en Relaciones Internacionales ha cobrado una relevancia mayúscula. Así, en las últimas décadas, la defensa y promoción de los derechos humanos sobre todo de las mujeres han tenido cada vez mayor relevancia en la agenda internacional, no solamente mediante los organismos internacionales del sistema de Naciones Unidas, sino también por medio de las organizaciones de la sociedad civil. Entre los temas prioritarios se encuentran la igualdad de género que trabaja en favor de las mujeres, las niñas y las minorías lgbt+; en este sentido, onu Mujeres, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos han encabezado muchos de los esfuerzos para avanzar en la agenda de género.

Antes de la llegada de la COVID-19, se estimaba que una de cada tres mujeres en el mundo sufría violencia sexual o física, generalmente por parte de su pareja (who, 2013, p. 2). Desde mediados de 2020, tras los primeros meses del confinamiento, gobiernos locales y organismos internacionales como onu Mujeres, Unicef, el Banco Interamericano de Desarrollo (bid) y la oms, al igual que organismos de la sociedad civil a nivel local, alertaban sobre el aumento de la violencia doméstica, particularmente hacia mujeres y niñas. El confinamiento, que fue empleado en los primeros meses de la propagación de la COVID-19 como la medida más eficaz para frenar la propagación del virus, atrapó a miles de mujeres y niñas con su principal agresor (generalmente el cónyugue o el padre) en un espacio reducido (el hogar), y con muy pocas alternativas de movilidad. A la preexistencia de violencia doméstica en millones de hogares en el mundo, se sumaron presiones económicas que se han descrito en los párrafos anteriores, lo cual generó aún más tensión y un aumento exacerbado de la violencia intrafamiliar.

La violencia que sin duda es un tema alarmante a nivel mundial, resulta más alarmante en las regiones del mundo donde las desigualdades de género son históricamente profundas, tal es el caso de América Latina, Asia y África. En América Latina, por ejemplo, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) ha emitido recomendaciones a los países de la región para que, en el marco de las políticas para atender la pandemia, sumen acciones que atiendan los aumentos de violencia doméstica contra niñas y mujeres (Cepal, 2020).

En abril de 2020, Naciones Unidas publicó el Policy Brief titulado “The Impact of COVID-19 on Women” en el que lamentaba que la pandemia estaba profundizando las desigualdades de género prexistentes “exponiendo las vulnerabilidades sociales, políticas y económicas” a las que están expuestas las mujeres y las niñas en el mundo; aunado a ello, el organismo señaló que la COVID-19 ponía en riesgo “los limitados logros obtenidos a 25 años del lanzamiento de la Plataforma de Beijing” (onu, 2020, p. 2).

La Cepal igualmente asegura que “la pandemia generó un retroceso de dos lustros en la participación económica de las mujeres” (Cepal, 2021, p. 2). Los logros alcanzados a lo largo de muchas décadas en materia de equidad de género están en peligro de esfumarse, advierten diversos organismos internacionales y regionales. Diversos factores abonan a esta situación, entre ellos que sectores económicos con alta participación femenina como el turismo, las manufacturas y el trabajo doméstico remunerado fueron de los más afectados en 2020: 56.9 % de las mujeres en América Latina se emplean en sectores con mayores efectos negativos en términos de empleo e ingresos (Cepal, 2021, pp. 4-8).

Por otra parte, durante la pandemia las mujeres han estado altamente expuestas en la primera línea de atención a la COVID-19 y están sobrerrepresentadas en lo que toca a la atención de la salud. De acuerdo con los indicadores que ofrece la Cepal, las mujeres conforman el 73.2 % de las personas empleadas en el sector salud en América Latina, y al igual que en otros sectores de la economía existe una brecha salarial por género; en algunos países de la región como Panamá, Brasil, Chile y Colombia, las trabajadoras de la salud tienen ingresos al menos un cuarto menor que el de los hombres (Cepal, 2021, p. 8).

Otro elemento importante para considerar y que resulta sumamente relevante para poder enfrentar la crisis generada por la COVID-19 tiene que ver con el acceso a internet y la brecha digital; al respecto, las mujeres pobres son las que se encuentran en mayor desventaja. En nuestra región “las mujeres de menores ingresos enfrentan un doble obstáculo: la falta de autonomía económica y la falta de acceso a internet para el teletrabajo” (Cepal, 2021, p. 10). En este sentido, es necesario que las políticas públicas que se desarrollen para paliar la pandemia y recuperar el empleo tengan perspectiva de género y atiendan de forma especial las desigualdades propias de las mujeres, especialmente de aquellas que se encuentran en los deciles económicos más bajos.

Aunado al hecho de que la participación de las mujeres en el mercado laboral remunerado se ha visto más afectada que la de los hombres por los factores antes mencionados, es importante subrayar que las condiciones mismas de la pandemia sumadas a las desigualdades históricas y estructurales han abonado a profundizar las desventajas económicas, sociales y culturales que padecen las mujeres. Desde los primeros meses de la pandemia en 2020, los estudios feministas han alertado que el confinamiento ha implicado para millones de mujeres en el mundo un aumento de las dobles y triples jornadas de trabajo (Lenguita, 2020, p. 144), esto como consecuencia de que el trabajo doméstico no remunerado recae principalmente en ellas, al igual que los trabajos de cuidado de niños, adultos mayores y enfermos; por lo tanto, es posible afirmar que la COVID-19 y las medidas para enfrentarla han generado una carga desproporcionada de trabajo no remunerado para las mujeres que agrava las desigualdades preexistentes.

Reflexiones finales: ¿Quo Vadis Relaciones Internacionales?

La irrupción de la pandemia y sus consecuencias en diversos ámbitos son también resultado de un conjunto de situaciones y procesos que ya se encontraban en curso en el escenario internacional de las últimas décadas. Dentro de estos procesos podemos destacar cierta tendencia al cambio en el orden internacional derivado de la creciente influencia de China en el mundo, la competencia entre Estados Unidos y China por la hegemonía mundial, la competencia geopolítica entre antiguas y nuevas grandes potencias, la crisis de la gobernanza global y del multilateralismo, los cuestionamientos a la globalización como esquema para la organización del intercambio económico internacional, la prevalencia del subdesarrollo, el deterioro de la cooperación internacional, el cuestionamiento a la democracia, la excesiva explotación de recursos naturales, el calentamiento global, el deterioro del medio ambiente, la afectación de los derechos humanos de grupos vulnerables, el cambio en las perspectivas de seguridad nacional e internacional, las tendencias nacionalistas y proteccionistas en diversos países y el ascenso al poder de líderes populistas y xenófobos, entre otras cosas.

La situación actual es verdaderamente crítica y las perspectivas mundiales siguen siendo muy inciertas, pero como toda crisis conlleva también la oportunidad y la posibilidad de atender problemas previamente no atendidos y buscar mejoras en los procesos y las prácticas existentes. Probablemente nos encontramos en un momento propicio para el cambio, momento en el cual las decisiones tomadas por la diversidad de actores nacionales e internacionales serán esenciales para delinear y determinar el futuro que nos espera. Phillip Lipscy, en un artículo publicado en International Organization, señala que la política de la pandemia es la política de la crisis y que una crisis por sus consecuencias y repercusiones humanas y políticas debe convencer a los líderes para tomar decisiones de alto riesgo bajo condiciones de amenaza, incertidumbre y presión de tiempo. Si bien, indica Lipscy, no se ha desarrollado suficiente trabajo académico sobre la política de crisis en algunos temas específicos como energía, desastres naturales y pandemias, la actual situación estimula a la restauración del estudio de las políticas de crisis como un tema central en la agenda de las Relaciones Internacionales (Lipscy, 2020, párr. 4).

Las crisis actuales constituyen un doble reto para la disciplina de las Relaciones Internacionales: contribuir de manera clara y eficiente a la explicación, el análisis y la solución de la actual coyuntura mediante su amplio andamiaje conceptual, teórico y metodológico, y convencer a los diferentes actores internacionales de que la cooperación internacional y la preservación y mejora de las organizaciones internacionales son caminos ineludibles si queremos luchar con eficacia en contra de los nacionalismos, los aislacionismos y las nuevas amenazas a la seguridad global, como lo son la propia pandemia de la COVID-19 y las crisis económicas y sociales vinculadas a ella.

Finalmente, como sugerimos arriba, el término de la Guerra Fría, al ser un evento de gran significado para las relaciones internacionales que marca un “antes” y un “después”, fue el detonante para nuevas esperanzas sobre el futuro de la humanidad. Sin embargo, no estaba tan claro ese panorama. Nuevas ideas de las fuentes del conflicto (el choque de las civilizaciones de Samuel Huntington) o la nueva hegemonía liberal (el fin de la historia de Francis Fukuyama) trataban de encontrar nuevos caminos para poder entender el nuevo contexto internacional. En la seguridad internacional, emergieron estudios que daban cuenta de las nuevas amenazas a la seguridad internacional más allá de las militares, y para 1994 surgió la primera definición de lo que se pretendía fuera el nuevo paradigma de la seguridad internacional pos Guerra Fría: la seguridad humana que emergió directamente de un programa de una organización internacional intergubernamental, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), todo ello en el contexto del llamado “momento unipolar”, es decir, el lapso del dominio de Estados Unidos como máxima potencia mundial.

Empero, la naturaleza de los fenómenos internacionales, las nuevas guerras, el ascenso de la identidad y la cultura como fuente de conflicto, la rápida globalización económica y tecnológica, la movilización de la sociedad civil global y la intensificación de las guerras “asimétricas” (desde el nuevo terrorismo encabezado por Al Qaeda hasta la emergente guerra en el ciberespacio) pronto hicieron de las Relaciones Internacionales una disciplina académica muy divida en términos conceptuales y metodológicos. ¿Cómo explicar esta enorme complejidad de los asuntos mundiales donde coexisten nuevos y viejos temas como paz y guerra, la estabilidad de la economía global, el surgimiento de tecnologías de vigilancia social y la emergencia de problemas de índole ambiental, como el calentamiento global o la necesidad de defender los derechos humanos sobre todo de las mujeres? Las Relaciones Internacionales trataban de dar respuesta (quizá con nuevas preguntas) con teorías como el constructivismo, el feminismo o la filosofía posestructuralista, pero hasta ahora Relaciones Internacionales no ha cambiado sustancialmente en términos conceptuales. Lo anteriormente descrito nos lleva a considerar que las palabras de Robert Keohane acerca del desiderátum de las Relaciones Internacionales siguen siendo válidas hoy más que nunca, cuando existe una enorme desconfianza hacia las organizaciones internacionales en medio del surgimiento de sentimientos nacionalistas, parroquiales y hasta aislacionistas en diversos países del mundo justo en el momento en el que el mundo necesita más cooperación internacional por el surgimiento de amenazas no tradicionales a la seguridad global.

En el momento histórico en el que se declaró la pandemia de la COVID-19 no se sabía mucho ni de la duración ni los efectos que iba a tener en la economía y la política internacionales. Sin embargo, y a pesar de las características globales de la pandemia, el esfuerzo para combatirla no fue realmente global. Cada Estado puso en práctica medidas propias, algunas incluso muy politizadas, para combatir la pandemia dejando de lado e incluso obstaculizando la importante labor de la oms en esta situación (Lee y Piper, 2021, pp. 524-525). Lo mismo podría decirse con respecto al calentamiento global. Según el último reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (ipcc, por sus siglas en inglés), mucho del daño por emisiones de bióxido de carbono es irreversible, pero aún es posible resarcir algo del daño hecho al medio ambiente y evitar un calentamiento mayor que haga más drástico el cambio climático en los próximos 30 años. Y, a pesar de lo anterior, las relaciones internacionales no han podido despertar la conciencia colectiva en la humanidad. Lo anterior ha hecho que autores como Barry Buzan y Richard Little hablen del fracaso de las relaciones internacionales como proyecto intelectual (Buzan y Little, 2001), o que pidan su desaparición en su estado intelectual actual tal y como lo expresan Anthony Burke y sus colegas en su manifiesto sobre la Política Planetaria (Burke, Fishel, Mitchell, Dalby y Levine, 2016). No obstante lo anterior y a pesar de estos ataques, las Relaciones Internacionales como disciplina de estudio aún es necesaria a pesar de sus propias contradicciones y debilidades ontológicas y epistemológicas, y posee fortalezas que nos permiten tratar de entender el mundo en su enorme diversidad y aportar soluciones a los complejos problemas de nuestro tiempo. Hoy más que nunca, las relaciones internacionales están asociadas con la sobrevivencia humana en este planeta.

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Agustín Aguilar, Elena Ayala y José Luis García

Agustín Aguilar Jiménez es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Elena Ayala Galí es Coordinadora de la licenciatura en Relaciones Internacionales de la Universidad Iberoamericana Puebla.

José Luis García Aguilar es Profesor Titular de Relaciones Internacionales de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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