De sedientos seres. Una historia social del homoerotismo masculino. Ciudad de México, 1917-1952 de Nathaly Rodríguez[1]

Ramón, uno de los protagonistas de este libro escrito por la Dra. Nathaly Rodríguez, fue detenido desde los doce años y llevado al Manicomio General “La Castañeda” y al Tribunal de Menores Infractores bajo la clasificación de cleptómano y pederasta (término que se usaba en las primeras décadas del siglo xx para clasificar a los heterodoxos que no seguían las normas del mundo viril y heterosexual). ¿Qué de peculiar tiene la historia de Ramón en el México de la posrevolución? ¿De qué manera su historia representa a los cientos de disidencias sexo-genéricas que han aprendido a resistir en un mundo aún dominado por la heteronorma?

Quizá la similitud de la historia de Ramón con las nuestras hoy en día sea este ejercicio de desobediencia y rebeldía que usó para responder ante un cúmulo de instituciones que tenían la ardua tarea de vigilar y corregir a los hombres en un intento de posicionar la figura del macho viril revolucionario; también la de aplicar una eugenesia preventiva que impidiera que la Ciudad de México fuera una fuente de contaminación entre cuerpos no deseados y anormalidades notables de quienes eran expulsados a las calles.

En De sedientos seres. Una historia social del homoerotismo masculino. Ciudad de México, 1917-1952, la Dra. Nathaly nos narra capítulo a capítulo, en una lectura muy digerible y fácil de comprender, cómo el deseo homoerótico y la socialización entre los heterodoxos, a través de historias clave como las de Ramón, fluían tan vigorosamente esparciéndose en la urbe, desplazándose en caminos diversos de socialización y, por supuesto, en caminos de resistencia (si es que lo podemos ver así) frente a los discursos higienizantes y medicalizados sobre la homosexualidad.

El libro está dividido en dos partes; en la primera se presenta el contexto mexicano en tiempos posrevolucionarios, donde se afianzaba una idea de la masculinidad hegemónica, así como la constante intención de vigilar por medio de la ciencia médica el comportamiento corporal para que éste no derivara en una especie de afeminamiento, la más clara señal de que la masculinidad se mostraba endeble, por lo que los intentos por fortalecer su mandato eran cada vez más notorios. La segunda parte del libro, como bien dice Nathaly, es una reconstrucción de hechos desde las historias registradas de las heterodoxias sexuales, los espacios que se conformaban, la reconstrucción de la experiencia vivida en esos años y, sin duda, desde las estrategias que aquellos hombres disidentes usaban para defender su ser sediento de deseo, fuera del control disciplinario que la sociedad mexicana les exigía.

El recorrido por los expedientes y documentos que Nathaly logra trazar para descubrir la gran fluidez en la que se movía la homosocialización en la posrevolución tuvo un rigor metodológico exhaustivo. La contundencia de la metodología para reconstruir el orden en que se encontraba la masculinidad mexicana en la Ciudad de México, así como los movimientos que realizaban las heterodoxias de esos años, son algunos de los elementos que hacen de este libro una obra única en su tipo. Para explicar mejor cuál fue ese rigor metodológico, describiré a grandes rasgos los siguientes.

Por un lado, el carácter confesional de la sociedad mexicana dictaba un rechazo a los comportamientos sexuales fuera del orden natural, reproductivo en su mayoría. El pasado inquisitorial mexicano aún tenía influencia en los años de la posrevolución. Sin embargo, Nathaly expone que los proyectos modernistas de esos tiempos también tuvieron gran influencia en la forma en que se conjugaba la homosocialización de las heterodoxias masculinas en México, por lo que sugiere desde aquí poder reconstruir la gran diversidad de respuestas y modos en los que las heterodoxias vivían en el centro de esos discursos religiosos, pero, sobre todo, como ocurre hoy en día, la gran diversidad de ideologías que coexistía en espacios inimaginables.

En una segunda caracterización, el rol fundamental del aparato estatal como un medio de control frente a los comportamientos de los hombres heterodoxos parece tener una única lectura ante casos tan conocidos de detenciones, encarcelamientos y control, que las fuerzas del Estado infringían sobre aquellos que se notaran afeminados. En este punto, Nathaly nos remite a una revisión profunda sobre los códigos penales de las décadas de 1920 y 1930, dejando algunas pistas sobre la no penalización de las prácticas homoeróticas en algunos años de este periodo de tiempo. Esto no implicaba que los actos de violencia, detención y burla hacia los heterodoxos no existieran, más bien, los contextos de ese entonces eran más complejos de lo que se creía en una ciudad donde las heterodoxias masculinas socializaban.

Otra caracterización que Nathaly apunta sobre su metodología es el hecho de pensar que los deseos homoeróticos se encontraban ampliamente patologizados en esa época. En el recorrido de este libro podemos ver que la tipología en la que eran situados los deseos homoeróticos tenía una profunda visión biológica regida por el orden natural de las gónadas y de las hormonas, la cual tenía la tarea de mostrar que las anormalidades de los cuerpos heterodoxos de los afeminados y otros hombres con prácticas homoeróticas era asunto de los endocrinólogos.

Finalmente, otra acotación metodológica que toma Nathaly es repensar el papel que jugó la masculinidad, donde si bien el poder estatal pugnaba por la idea de una masculinidad viril de macho revolucionario, ésta se trazaba en múltiples dinámicas donde las masculinidades presentaban sendos matices debido a las influencias del extranjero y de la modernidad.

Con estos elementos a tomar en cuenta para comprender este libro, Nathaly se sumerge de manera rigurosa y con férrea pasión en la búsqueda de datos de los registros existentes de esos años. Para lograrlo, la autora revisó los miles de expedientes de los pacientes del Manicomio General “La Castañeda” y del Tribunal de Menores Infractores, lugares donde las heterodoxias masculinas muy jóvenes eran encerradas para corregir la anormalidad que tenían. También revisó los archivos judiciales del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal y los registros de los detenidos en la cárcel del Carmen. Los acervos de la Biblioteca y la Hemeroteca Nacional de México y el Archivo Histórico de la Facultad de Medicina fueron importantes para indagar el enfoque médico que en ese momento se usaba para controlar la virilidad de los hombres tomando como referente de la anormalidad el afeminamiento corporal o las prácticas eróticas entre hombres.

Los archivos históricos del Distrito Federal y de la Secretaría de Salud permitieron a Nathaly ubicar esos espacios de encuentro que eran referentes para la cultura homoerótica. Por supuesto, la exploración del archivo de Salvador Novo da cuenta de cómo la heterodoxia masculina ha tenido un componente de clase en relación con los espacios que se conformaban en esa época, y para diferenciar qué sujetos heterodoxos eran castigados y corregidos y quiénes no. Finalmente, y no menos importante, están los periódicos, que no sólo anunciaban de forma sensacionalista las abyecciones de los cuerpos y las prácticas homoeróticas de las fiestas de travestidos, sino también se podía ver la gran cantidad de anuncios publicitarios que en esa época pugnaban por la oferta de productos dirigidos a hombres para corregir la fatiga masculina que implicaba esforzarse día con día para no perder la virilidad y ser catalogado como afeminado.

Con todo este cúmulo de archivos, registros, expedientes y documentos, Nathaly realiza una fabulosa estructuración narrativa, que te deja con ganas de conocer más detalles sobre las experiencias de los heterodoxos de la posrevolución, de esas vidas que no imaginábamos que existieran y que produjeran un espacio homosocial digno de revisitar una y otra vez, no sólo para conocer nuestra historia, sino para comprender el papel que las disidencias sexuales y genéricas hemos tenido en la historia del lugar que nos tocó vivir. Este clavado a la historia de la masculinidad heterodoxa está marcada por una configuración nueva que el género ha tenido durante todas estas décadas. El concepto de la modernidad, claro está, deter­mina los cambios que sufren el ser mujer y ser hombre. En el primer capítulo de este libro podemos ver como este proyecto moderno va mostrando férreas resistencias a los paradigmas conservadores sobre el género. Las pelonas y los fifís, mujeres y hombres que desde este proyecto modernista van configurando nuevas maneras de transformación cultural del género, son un ejemplo de las disputas que en la Ciudad de México se vivían en esa época y en las que, desde luego, las heterodoxias y los afeminados participaban.

En el segundo capítulo, Nathaly nos muestra estos cambios en el modo de vida nacional después del final de la revolución. Con esto, las aproximaciones médicas que intentan dar una explicación biológica del deseo homoerótico pasan por una constante e incesante necesidad por mantener el orden y tratar de explicar la desviación biológica que los hombres tenían por mirar con ojos deseosos a otros hombres. Anormalidades como el falso hermafrodita y el invertido pasan a dar sustento a una lógica teórica desde la endocrinología para corregir las desviaciones de la heterosexualidad. Ejemplos como el de Ramón y Catarino, personajes centrales en este apartado, dan cuenta de estos discursos médicos que eran acompañados por un contexto mexicano cargado de una eugenesia preventiva que buscaba higienizar las calles, las formas de vida y, por supuesto, la socialización.

En la segunda parte del libro se profundiza sobre el contexto que les he narrado, pero reconstruyendo los territorios de los protagonistas. Quizá la fuente más inagotable de rebeldía frente a los discursos eugenésicos y modeladores de la masculinidad la daban los menores de edad en condiciones económicas bajas, que tal como hoy en día se puede ver, fueron quienes conformaron la fluidez de los espacios homoeróticos, y en cuanto eran víctimas del orden policial, resistían a los designios a los que eran sometidos para curarlos del mal y señalarlos como seres peligrosos que podían incidir en los demás para que cayeran en las garras de ese deseo homoerótico. Sin embargo, cabe resaltar que estos menores infractores, aunque con mayores libertades para la acción, vivían en condiciones de precariedad, marcando así las posibilidades que ellos tenían en comparación con las heterodoxias acomodadas económicamente que vivían otras realidades.

En el siguiente apartado, Nathaly nos narra que, ante la presencia del homoerotismo masculino, el control oficial se hizo presente para tratar de contener dicha propagación; sin embargo, estas estrategias de control, por un lado, no eran permanentes en cuanto a su intento de control, y por el otro, fluctuaba de acuerdo con las agendas del orden social de las diferentes instancias de la administración pública. Ante estos vacíos de control oficial del homoerotismo y de la ausencia fidedigna de una prohibición del deseo homoerótico en los códigos penales de la Ciudad de México como tal, las heterodoxias delinearon una geografía propia de la época donde los hombres con poder adquisitivo y los otros hombres precarizados, todos ellos con deseo homoerótico, podían convivir entre ellos y pese a todo lo externo, reformular su posición como seres deseantes ávidos de socialización con otros hombres.

Al final del libro, la historia de Salvador Novo nos muestra desde su heterodoxia las estrategias que estos seres deseantes ocupaban para escapar de ese control oficial al deseo homoerótico. En la década de 1940, los periodos de pánico moral también eran contundentes en la modificación de la geografía de los procesos de homosocialización donde se podían leer las resistencias y adaptaciones, pero sobre todo el poder de protegerse unos a otros de dichos aparatos de control que castigaban a las heterodoxias por no cumplir con el deseo de ser viril y heterosexual.

Ramón, uno de los protagonistas de este libro, el que más me interpeló debido a su desfachatez y su reconocida forma de resistir ante los aparatos de control y medicalización contra las heterodoxias, nos muestra, junto con las historias de los otros protagonistas, que las heterodoxias sexuales, quienes hemos vivido por siempre bajo el escrutinio de lo normal, hemos sido capaces de poner en la geografía mexicana nuestras formas diversas de existir y de vincularnos sexo-afectivamente.

En definitiva, el libro De sedientos seres…, coloca muy bien el trabajo metodológico de Nathaly, y desde los diferentes paradigmas de investigación que ella moldea podemos disfrutar de una obra extensa, con una revisión bibliográfica, hemerográfica y de archivos, de una forma retadora que no cualquier investigador realiza para reconstruir nuestra historia.

Parece increíble que después de aproximadamente noventa años los mismos discursos tengan vigencia, pero es clara una situación que Nathaly narra en su libro: los controles oficiales del deseo homoerótico, los intentos de diagnosticar un mal biológico a los cuerpos afeminados, los intentos de regular la masculinidad hegemónica y el castigo punitivo que hemos vivido cientos de homosexuales, gays, maricas, no ha podido detener el deseo homoerótico, menos la posibilidad de emerger en identidades disruptivas que fisuran nuestros sistemas locales recomponiendo el mundo para al menos hacerlo un poco más amable. Por más intentos de controlar a las disidencias, éstas buscamos desde el orgullo y la dignidad nuestras posibilidades de coexistir en este mundo donde cabemos todes.

 [1] Rodríguez Sánchez, Nathaly. (2020). De sedientos seres. Una historia social del homoerotismo masculino. Ciudad de México, 1917-1952. México: Universidad Iberoamericana Puebla

 

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Los clásicos de las Relaciones Internacionales.